Es común que se inauguren obras, como hospitales o carreteras, que debido a diversos problemas –como la baja calidad de los materiales utilizados para su construcción o porque se agotó el presupuesto– queden inconclusos, abandonados o subutilizados.
A estas obras, regularmente de gran tamaño, se les suele conocer como “elefantes blancos”, ¿pero sabe usted de dónde viene esa expresión?
El elefante blanco es un animal poco común al que se le conoce también como “albino” o “níveo”. Su piel no es necesariamente blanca, sino gris claro o, en algunos casos, tiene un tono entre café y rojo que a veces se ve como si fuera rosa.
Estos exóticos animales viven únicamente en Asia Meridional, en el área de Myanmar y Tailandia.
Precisamente en este último país, desde que era la antigua Siam, se considera al elefante blanco como un animal sagrado y símbolo del poder real.
La tradición dictaba que, cuantos más elefantes blancos tuviera un rey, más alto era su estatus, así que solía ser un regalo que recibían de manera especial.
Estos elefantes no se capturaban, sino que eran “obsequiados” de manera simbólica al rey mediante una ceremonia.
De hecho, recientemente, el rey de Tailandia Bhumibol Adulyadej, que murió en 2016 tras siete décadas de reinado, ostentaba el título de “Soberano Gran Maestre de la Orden de Elefante Blanco” y se decía que poseía 10 de estos animales.
Pero los ancestros de este rey también usaban a los elefantes blancos para terminar con sus enemigos.
Cuando algún súbdito ya no era de su agrado, el rey terminaba con ellos, irónicamente, mediante un enorme regalo: un elefante blanco.
Al ser animales sagrados, los que recibían el regalo no podían deshacerse de ellos ni sacar algún beneficio, así que una vez que los tenían, no sabían qué hacer con ellos.
En contraste, se veían obligados a invertir grandes cantidades de dinero en la manutención de los elefantes blancos, por lo que era común que los dueños terminaran en la ruina económica.
De esa manera, el rey había terminado con alguien que consideraba su enemigo.
Por eso hoy a las grandes obras –regularmente hechas con dinero público– que quedan inconclusas tras una fuerte inversión, se les conoce como “elefantes blancos”.