A los 78 años, podría haber aprovechado la pandemia para descansar en su casa, ponerse las pantuflas y apoltronarse para ver series en Netflix, pero sabemos que Paul McCartney no es una persona normal (si lo fuera, no podría haber tenido semejante acumulación de hits y de canciones inoxidables). Por eso lo que hizo durante el encierro fue grabar “McCartney III”, su disco solista número 18 y el último eslabón de una trilogía que se inició en 1970 y en la que se convirtió nuevamente en un verdadero hombre orquesta: compuso, produjo, cantó y tocó todos los instrumentos.
Fueron nueve semanas de trabajo en su casa en Sussex, en el sur de Inglaterra, cuyo resultado saldrá a la luz el 18 de diciembre y que dieron forma a once canciones en las que Paul rompe el molde de lo que la mayoría espera de él: están, por supuesto, esas melodías que amamos todos, instantáneas y pegadizas, pero también hay un tema instrumental de digestión lenta y uno con aires de rock pesado.
“Tenía algunas cosas en las que trabajé a lo largo de los años, pero el tiempo pasó y las dejé a medias, de manera que he retomado aquello que tenía. Se trataba de hacer música para uno mismo, en lugar de hacer música como un trabajo (…) Nunca pensé que todo esto pudiera acabar en un álbum”, dijo McCartney acerca de su nuevo disco, sucesor de “Egypt Radio”, que apareció hace apenas dos años.
Hace 50 años, en 1970, no sabemos si el bajista de Los Beatles iba al psicólogo, pero sí que pareció tratar de superar la amargura por la separación del grupo de rock más famoso de todos los tiempos (con perdón de los Rolling Stones) sin diván y encerrándose con Linda, su esposa, y sus hijos en una granja de Escocia para grabar “McCartney”, su primer disco solista, un trabajo artesanal para el que tocó diez instrumentos distintos y compuso una pequeña joya llamada “Maybe I’m Amazed”, dentro de un muy buen álbum que fue un éxito inmediato de ventas, aunque no le gustó nada a John Lennon.
Diez años después salió “McCartney II”, un disco polémico porque el músico británico, luego de un traumático arresto en Tokio por posesión de drogas, decidió ponerle fin a su grupo Wings, creado en 1971, y, como cuentan Sergio Marchi y Fernando Blanco en su imperdible libro “The Beatlend”, se dedicó a “ese nuevo trabajo discográfico que grabó en su casa, utilizando tecnología de punta para aquel tiempo, como máquinas de ritmo y sequencers”. De esa incursión experimental en la música electrónica quedó un éxito indiscutido, “Coming Up”, y un tema eternamente discutido como “Temporary Secretary” (que tocó en vivo en la gira mundial de 2016).
Ahora, el gran Macca volvió a demostrar que no cree en la jubilación ni en el miedo a la pandemia. Algunos podrán quedarse con lo anecdótico de la grabación, como que utilizó el mellotron de los estudios Abbey Road que usaron Los Beatles o el contrabajo de Bill Black, músico de Elvis Presleu, pero hay que acercarse a este nuevo disco con la mente fresca y los oídos abiertos: “McCartney III” es un mosaico de canciones en las que está el ADN del ex beatle en toda su dimensión y en el que, además, se nota que en su aislamiento quiso divertirse y no hacer más de lo mismo.
El comienzo del nuevo disco es la confirmación de ese espíritu rupturista: “Long Tailed Winter Bird” es un extenso instrumental, de poco más de cinco minutos, que irrumpe con un riff serpenteante en su guitarra acústica al que luego de agregan otros instrumentos hasta que recién avanzado el tema aparece su voz para preguntar tímidamente “¿Me extrañás, me sentís, confiás en mí?”.
Algunos quedarán desconcertados por el arranque, pero tendrán su compensación con el track 2. “Find My Way” es la típica melodía pop de McCartney que uno se queda tarareando toda la tarde, con obvio destino de hit y una letra en la que Paul afirma, quizá pensando en esta época cruel: “Nunca solías tener miedo de días como este/y ahora estás abrumado por tus ansiedades/dejame ayudarte, dejame ser tu guía/Puedo ayudarte a alcanzar el amor que sentís por dentro”.
“Pretty Boys”, con su andar cansino y acústico, muestra a un McCartney que va enlazando su voz como si nos contara al oído una historia, en una canción con reminiscencias de los discos de Macca de los últimos diez años. Luego llega el efectivo track 4, “Woman And Wives”, con su piano hipnótico y cantada como si Paul fuera un vocalista de blues que busca no serlo y nos advierte: “Cuando llegue el mañana/Estarás mirando al futuro/Así que mantén tus pies en el suelo/Y prepárate para correr”.
Por fin llega el rock más clásico con “Lavatory Lil”, un machacante ritmo en el que el bajista canta y se responde en los coros, mientras la guitarra se retuerce y nos recuerda los orígenes del ex beatle. “Deep Deep Feeling”, el tema más extenso (8.27 minutos) y la apuesta más ambiciosa del álbum: pasa por diferentes climas, se pone experimental, incluye un momento instrumental con un solo de guitarra pinkfloydiano y se regodea con un juego de voces lleno de efectos y repeticiones de frases.
La sorpresa se mantiene, pero cambia de rumbo en “Slidin’”, el track 7, que avanza como una aplanadora con un riff pesado que suena como si Paul se hubiera tomado en ayunas un licuado de discos de Deep Purple. Aquí, Paul busca explorar en otras direcciones y lo explicita cuando canta: “Sé que debe haber otras formas de sentirse libre/Pero esto es lo que quiero hacer, quien quiero ser/Cada vez que lo intento, siento que puedo volar/Pero sé que podría morir intentándolo”.
“The Kiss Of The Venus”, a continuación, es un remanso de aire folk. Podría haber integrado cualquier álbum de la segunda época de Los Beatles sin desentonar y McCartney la canta como un adolescente de voz agrietada o un señor mayor de garganta que está por rejuvenecer. Otro punto alto.
Cuando comienzan los primeros acordes de “Seize The Day” ya sabemos que estamos ante otra canción pop con destino de perduración eterna. “Cuando lleguen los días fríos y las viejas costumbres se desvanezcan/No habrá más sol y desearíamos haber aguantado el día/Aprovecha el día”, canta Paul. Y la melodía que entra hasta por los poros da ganas de hacerle caso sin discutir.
El álbum sigue sin aflojar gracias a la cadenciosa “Deep Down”, el siguiente track que puede mejorar cualquier travesía en una ruta (si es que la pandemia lo permite), con ese organito setentoso y esa sección de vientos emulada desde los teclados que llaman a cantar junto con McCartney.
Para el final, una curiosidad: “Winter Bird/When Winter Comes” arranca con el riff del primer tema del disco y sigue una canción acústica de clima bucólico, que es un inédito grabado en 1992 y coproducido por George Martin. ¿Un homenaje a aquellos buenos tiempos sin coronavirus? Es precisamente eso: McCartney admitió a la revista Uncut que cuando en la letra habla de que debe “arreglar la cerca y cavar un desagüe junto al huerto de zanahorias” pensaba en lo que le sucedía en 1970.
“Soy yo recordando ese período -dijo- y escribiendo una canción desde el punto de vista de ese hombre, haciendo un hogar para su familia en el campo. Eso es lo que solía hacer. Pintar el techo, arreglar los desagües, arreglar la cerca, lo que sea. Sé que mucha gente en estos días se está metiendo en eso. Es muy satisfactorio. En mi caso, el horror era lo difícil que se había vuelto la situación de Los Beatles, pero para mucha gente en estos días es el horror de lo que está pasando en el mundo, particularmente este año con el covid. Solo quiero plantar algunas verduras para mi familia y verlas crecer. Me volví muy ambicioso. Hice una mesa de cocina. Estoy increíblemente orgulloso de ello”.
McCartney podría haber hecho muchas cosas durante su encierro, pero volvió a hacer lo que mejor hace desde que tenía 15 años. Por suerte: su nuevo disco es la mejor noticia musical en estos tiempos inclementes. Y la mejor cura para el alma.
Tomado de Infobae