El escritor y exvicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez dedicó este lunes el premio Cervantes de Literatura a los nicaragüenses “asesinados por reclamar justicia y democracia” al Gobierno de Daniel Ortega, así como a los jóvenes que siguen luchando por que el país centroamericano “vuelva a ser una república”.
La firme declaración de Ramírez, que formuló tras recibir el Cervantes de manos del Rey Felipe VI en la Universidad de Alcalá de Henares, convirtió el acto en una proclamación de libertad frente al más que cuestionado mandatario centroamericano, de quien se distanció a principios de los años 90 tras haber sido su vicepresidente durante cinco años (1985-1990).
Unas 30 personas han muerto en los últimos días en las manifestaciones contra el Gobierno de Ortega a raíz de un duro proyecto de reforma del sistema de la seguridad social y las pensiones.
El recién galardonado, primer centroamericano que recibe el premio de literatura más importante en lengua castellana, dedicó gran parte de su discurso al valor de las letras frente al poder y al partidismo: una referencia a su propia trayectoria y a lo que el Rey consideró su “salvación” de la política a través de la literatura.
“A lo largo de los siglos, la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. La novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace arruina su cometido”, dijo Ramírez. “Un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura contradictoria y cambiante, que es la novela”, añadió.
El novelista, autor de cuentos y columnista lamentó las oscuridades de “la realidad que tanto nos abruma” cuando viene regida por “caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, que ofrecen remedio para todos los males”: una alusión implícita a los dirigentes populistas de Latinoamérica, Ortega entre ellos.
El premiado explicó así su relativo paréntesis en el oficio de escritor –nunca dejó del todo de escribir- para volcarse en la política durante unos años clave del sandinismo, entre 1979 y 1996.
“Si un día me aparté de la literatura para entrar en la vorágine de una revolución que derrocó a una dictadura fue porque seguía siendo el niño que se imagina de rodillas en el suelo de la venta presenciando la función de títeres del retablo del Mese Pedro, ansioso de coger un mandoble para ayudar a Don Quijote a descabezar malvados”, justificó.