Los ojos verdes de La Vero siguen brillando sin necesidad del plano corto. Sin una voz en off que exprese lo que está pensando ni una melodía fatalista que augure la tragedia de la siguiente escena. A sus 65 años fuma marihuana, tiene un affaire con un hombre que no es su marido. Y abandona a su familia. Ella, que durante más de 50 años había perpetuado sobre la pequeña pantalla los valores católicos, conservadores y clasistas del México que mostraba Televisa, con unas telenovelas que han conformado el imaginario colectivo de varias generaciones. El icono del género mexicano por excelencia, desgastado y repetido hasta la extenuación en las parrillas televisivas de todo el continente, ha sabido cómo alzarse por encima de él y reinventarse. Y en un golpe de canal —o de clic— Verónica Castro, como la conocían sus seguidores, se ha esfumado. Otra que nada tiene que ver con la anterior está de vuelta como protagonista de lo que muchos han llamado el «culebrón millennial» de La casa de las flores.
Pero La Vero sigue reinando. Las telenovelas tradicionales no han sido tan rápidas como ella. Y cuando el director mexicano Manolo Caro quiso revolucionar el género con una nueva propuesta lo tuvo claro: Castro tenía que estar dentro. La casa de las flores, la recién estrenada serie mexicana de , contiene todos los ingredientes de un melodrama tradicional —enredos amorosos y tragedias familiares— pero, como si se tratara de una caricatura del mismo, ha incluido todas las temáticas actuales posibles en solo 13 capítulos que otros no se atrevieron a mencionar: transexualidad, parejas homosexuales y mujeres empoderadas. Castro, protagonista indiscutible de la serie, no es una mujer débil, enganchada a un amor imposible, sino una señora rica que perdona la infidelidad de su marido, trafica con marihuana para sacar adelante a una excéntrica familia y que, en un momento, se harta de todos ellos y decide abandonarlos. «Habrá sexo, drogas y rock and roll a todo lo que da», contaba sobre el estreno de la serie.
El regreso de Verónica Castro a la televisión, aunque sea en esta nueva plataforma, ha supuesto también la revolución de un icono pop. Con más de 52 años de carrera a sus espaldas, la actriz y presentadora reconoce que hasta ahora no le había interesado ningún proyecto lo suficiente como para ponerse de nuevo delante de una cámara. En 2016 pisó las tablas de un teatro de la Ciudad de México con un musical que tuvo un éxito modesto, Aplauso, y entonces muchos se preguntaban cuándo volverían a ver actuar en la televisión: «El género debe reinventarse. Ahora las telenovelas serían más exitosas en Internet», apuntaba de forma premonitoria en una entrevista a este diario hace dos años. Ahora, quienes no crecieron con ella son testigos de la resurrección del icono de sus padres. «Ya me solté el chongo [el moño], ya aflojé. Ojalá y les guste a los millennials. A esta edad ya estás más preocupada de que alguien se acuerde de ti», contaba la propia Castro sobre el estreno de la serie.
Comenzó, como las grandes, desde muy joven. En 1969, con 17 años, hizo su primera telenovela, Yo no creo en los hombres. Pero su papel en Los ricos también lloran (1980) y Rosa Salvaje (1987) la catapultaron a la fama mundial en los ochenta. Se convirtió en todo un referente dentro y fuera de su país. Trabajó algunos años en Argentina y en Italia. Una vez sonó su teléfono y, al otro lado de la línea, estaba Silvio Berlusconi. Quería que presentara un programa de televisión. Pero el dueño de Televisa, Emilio Azcárraga Milmo, más conocido como El Tigre, le puso sobre la mesa un cheque con la misma cantidad que le habían ofrecido para que se quedara en México. Así nacería poco después el reinado de La Vero como presentadora de televisión.
Entrevistó a las estrellas de la época de los ochenta y los noventa en México en un exitosísimo programa llamado Mala noche, no. Por sus manos pasaron los grandes, muchos antes de llegar a serlo. Aquel espacio de entrevistas nació casi por casualidad. La parrilla televisiva de la época estaba vacía por las noches y El Tigre le dijo un día: «Aviéntate un programa después de Jacobo [Zabludovsky] de media hora». Y ella acabó ampliando el horario según le convenía. Una noche de 1988 se les fue de control. Juan Gabriel no paraba de cantar y de hablar y, aunque ya era famoso en la época, el éxito del programa encumbró al Divo de Juárez. La entrevista duró más de ocho horas, tuvieron que cortarlo porque la programación matutina debía comenzar. El programa, que fue cambiando de nombre pero, manteniendo el formato, duró 16 años.
Su regreso a la pequeña pantalla supuso, desde el anuncio de la serie el año pasado, toda una sorpresa para sus admiradores. Los vídeos promocionales de La casa de las flores proclamaban por todo lo alto el reencuentro con un mito. Y, aunque su personaje es relevante para la trama, resulta evidente que su presencia supone principalmente el ensalzamiento de un símbolo. ¿Qué es una telenovela sin La Vero? «Cada vez que entra a una habitación, todo se detiene. Y ella ni siquiera se da cuenta», contaba a este diario otra protagonista indiscutible de la serie, Cecilia Suárez, su hija Paulina de la Mora.
Esa telenovela mexicana es una aberración completa. Les invito a no verla.
basura de novela disfrazada de serie
Ella es la reina las otras son las lacallos ella la ultima diva de la tv en mexico