Batman es una película que va directo al grano. Elimina por completo la analepsis de los Wayne asesinados y tampoco da muchos detalles del pasado de sus antagonistas, sólo lo estrictamente necesario para cimentar la causalidad de sus actos. Matt Reeves asume que son historias que no necesita repetir por enésima vez. Porque sabemos que la transformación en Batman: El Caballero de La Noche quedó representada con abundantes detalles e inflexiones de carácter en la versión de Christopher Nolan. El punto de partida de Reeves es más similar al de Tim Burton, a su vez derivado de Frank Miller y Alan Moore .
El monólogo inicial, que recuerda a los cómics del 2010 y 2020 –donde una reflexión puede costar todo un número de historieta–, se encaja como planteamiento de principios al unísono de secuencias que dibujan la miseria de Gotham, la rutina del justiciero y después pone al nuevo Batman (Robert Pattinson) a surtir porrazos. Una especie de híbrido entre la jerigonza parlanchina de Nolan y el inicio del Batman (1989) de Tim Burton —con un toque más emo. En breve sabemos que ha encontrado un aliado en el detective Jim Gordon (Jeffrey Wright). Su mayordomo Alfred (Andy Serkis) parece tener una relación menos cordial con Bruce que los otros Batman de película live-action que hemos visto, lo cual es inusual. Además, el humor negro en los diálogos desaparece por completo, dando paso a un tono melancólico y muchas veces odioso.
Al unísono que vemos al héroe aparecer, mostrarnos a sus aliados y el entorno con el que lidia, El Acertijo (Paul Dano), su rival en turno, inicia su carnicería, plantándose desde los primeros minutos como un enemigo que no se anda por las ramas y que será más desastroso que otros villanos ñoños de la pantalla grande.
Asesina al alcalde y comienza con su ceremonial de sembrar pistas en la escena del crimen para manipular y conducir a su contrincante. Por sus propósitos y el modo en que se conduce, sabemos desde el inicio que se trata de un asesino serial que se justifica por su pasado y circunstancias socioeconómicas, lo que hace complicado juzgarlo sin atenuantes o la duda de si acaso el individuo que hoy asedia a toda una ciudad no podría haber sido algo diferente. Es un producto de la sociedad, como el protagonista de Guasón (2019).
El asesinato y las pistas conducen a una camarera que ha desaparecido. Primero lo hace de su lugar de trabajo y luego de la casa de su amiga Selina Kyle (Zoë Kravitz), la nueva Gatúbela, quien la había protegido de los corruptos servidores públicos de tan connotada ciudad. Otra que es producto de una sociedad que vomita a quienes no se cuelan, a la mala o por herencia, entre las elites. El jefe de Selina es el Pingüino (Colin Farrell), quien a su vez trabaja al inicio para Carmine Falcone (John Turturro). Por cierto, que esta versión, además de tremendamente seductora, compite uno a uno con Michelle Pfeiffer y deja momentos abrumadores frente a la cámara, con un enamoramiento genuinamente lúbrico de este Batman tímido y timorato cuando ella se le acerca de más.
En Batman se presentan todos los personajes en la primera hora mientras las relaciones se complican como suele acontecer en los cómics más actuales de DC y quizá ahí es donde reside la actualidad del proyecto de Reeves que, contradictoriamente, es también una vuelta a los clásicos.
El afán de destilación en la trama equilibra todo para dejar más espacio a grandes secuencias de acción que intervengan toda la película. No se permite que las grandes revelaciones de la historia permanezcan como tales antes de que se reviertan o minimicen, por lo que tienden a aterrizar con un impacto mesurado, pues los verdaderos clímax están en los momentos más violentos. Las conexiones entre los personajes se vuelven turbias a medida que avanza la historia. Es decir, una película policíaca. Dashiell Hammett estaría muy orgulloso.
Pattinson presenta a un Batman joven, temperamental, aún inmaduro y más concentrado en repartir puños con generosidad, abolir delincuentes a patadas y lamentarse del asesinato de sus padres, a quienes había idealizado tanto como a sus ideales. El Acertijo se encargará de destrozar esa ilusión de moralidad impoluta que le daba sentido a sus acciones —aunque nunca las justificaba ni parecía intentarlo, porque #NiñoRico y #Junior. Algo que ya pone un poco de sabor, como lo hizo Guasón , al pasado desabrido y pudoroso del Hombre Murciélago. Quizás en esa continuidad al pasado oscuro de la familia Wayne, Reeves realmente establece un punto de desviación para la franquicia.
Bruce Wayne se manifiesta como un alma herida e igualmente hiriente que, a falta de un costal de arena en la baticueva, carga sus resentimientos contra Alfred. Ermitaño, antisocial y hundido en autocompasión de ricachón glorificado como mártir por su ciudad, se ha dejado consumir por la ira y la oscuridad de la venganza. Casi un millenial, pues.
El secreto de la mancuerna Pattinson + Reeves es presentar a un personaje completamente predecible que, en un momento completamente hijo de la necesidad, descubre que su viaje emo de Mister Venganza y Don Parto Madres no es lo que realmente requiere Gotham para salir del atolladero en el que se ha metido durante las últimas dos décadas. En esa revelación, muy parecida a la que se da en Batman: El Caballero de La Noche (2008), descansa el cambio de rumbo que le permite pasar de justiciero a superhéroe y terminar la película de un modo redondo sin excluir una secuela.
El actor pasa mucho tiempo detrás de la máscara, pero esto no impide juzgar su actuación. Aunque las expresiones faciales son pocas debido a la dureza y firmeza del personaje en cualquiera de sus facetas (Batman/Bruce Wayne), el aplomo, la ternura, el temor y los momentos de quebranto por ira, incluso aquellos en los que Gatúbela lo deja mudo con su arte seductor, quedan representados por el actor con vulnerabilidad, lo que trae como consecuencia un arco narrativo muy a la Fincher en Bruce Wayne y, sobre todo, da un giro a Batman —aunque Reeves recurre al truco burdo de Nolan de repetir hasta el cansancio por qué pasan las cosas, así como a repetir líneas que reflejen en sus enemigos sus propios argumentos, lo cual es un desacierto para cualquier cineasta o escritor.
Batman de Reeves no goza de la plasticidad oscura y pintoresca de Burton, lleno de cuadros, paisajes, texturas y colores brillantes y contrastantes, sacados directo de las páginas de las historietas de DC y con su clásico guiño a Edward Gorey. Tampoco tiene de Nolan el realismo conservador y amoratado de referencias a la vida cotidiana en los años 2000, heredero del gusto por la tecnología y cierta limpieza estética que resulta más familiar al espectador del presente y, sobre todo, al estadounidense citadino promedio.
Reeves parece menos obsesionado que sus predecesores con las florituras, aunque no pierde de vista los cuadros que dotan de dramatismo y grandilocuencia a una película de superhéroes. Ahí varios encuadres de Gatúbela con Batman –que por cierto ahora sí tiene química sensual y emocional–, Batman con la batiseñal, Pattinson con Alfred, etcétera. Su estilo se decanta en encuadres, cameos, y exigencias actorales que satisfagan su retórica narrativa, enfocada en contar una historia policíaca, donde el detective privado, muy a la Chester Himes, interroga a punta de chingadazos a los criminales y sospechosos. La persecución con El Pingüino en el batimóvil nos deja claro esto.