La debacle del Atlético fue cosa de pocos minutos, sobre la hora de partido, pero lo que sucedió se venía anunciando tiempo atrás. Los goles, se entiende, que no el tremendo susto de Oblak, golpeado en la cabeza durante la acción del segundo, retirado del campo con síntomas de aturdimiento. El Reale despidió al esloveno con una cerrada ovación para certificar una tarde espléndida de la grada, feliz con su estadio y con su equipo, cortés además con el rival.
Tenía que ser Odegaard el que abriera la caja, más que nada porque suya era la llave. El noruego se había adueñado del partido en el primer acto y no tenía intención alguna de soltarlo en el segundo: efectivamente, aunque desviado decisivamente por Savic, a él correspondió el disparo que hizo buena la espléndida jugada anterior de Oyarzabal y Merino. Con la adrenalina disparada, enseguida llegó el segundo: falta lateral que el escandinavo puso en el segundo palo, donde, vaya usted a saber el motivo, Koke se encargaba de un Isak que le saca cerca de 20 centímetros. Peinada la pelota lógicamente por el sueco, Monreal completó con gol otro estreno maravilloso, lástima que del lance saliera malparado Oblak.
Simeone había movido dos piezas ya, la de Llorente por Lemar en el descanso, la de Correa por Joao poco después, pero, igual que otras no, esta vez el tiro salió por la culata. Se supone que con lo primero buscaba el equilibrio perdido en mediocampo, de modo que el experimento ofensivo apenas duró 45 minutos, y se supone que con lo segundo buscaba mordiente, recuperando al inefable argentino para la causa. Para cuando el Atlético quiso reencontrarse, con los cambios agotados por aquello de que además tuvo que ingresar Adán, el partido se había marchado por el sumidero. No reaccionó del todo mal al vapuleo, las cosas como son, pero, puesta la tarde para porteros, ahí topó con Moyá.
Mucho antes de eso, y aunque ahora suene extraño, no había manera de encontrar un espacio en el arranque con ambos equipos empeñados en la presión. Fue mediado ese primer acto cuando, quién si no, Odegaard retrasó unos metros su posición para participar por fin en la salida de balón. Ahí se creó una superioridad que derivó en las primeras combinaciones locales y, sobre todo, en un recorrido de Isak, caño a Savic incluido, que permitió a Oyarzabal vérselas con Oblak: el duelo supuso un punto de inflexión para el partido, más allá de que tuviera el resultado que suelen tener casi todos los duelos, que no todos, en los que participa el meta esloveno.
Al que los compañeros empezaban a sacar de sus casillas, por cierto. Porque el Atlético se empeñó entonces en cerrar las vías generadas por el noruego… olvidando a Zubeldia en el arranque de la jugada realista. Simeone movía a Vitolo, Lemar y Joao, ahora interior por una banda, ahora por la otra, ahora segundo punta, pero los tres exhibían costuras defensivas sin compensarlas en la construcción. La pelea de Diego Costa era prácticamente solitaria y la tarde se orientaba del lado blanquiazul. Luego se vería que definitivamente. A Saúl se le iba el partido entre instrucciones y reproches a los suyos.
Porque la única ocasión del que se suponía Atlético de ataque, así, fue un cabezazo de Koke a la salida de un córner. Además imediatamente respondida por otro de Llorente en la misma suerte, aunque ambos se marcharan por un palmo. La última oportunidad de ese primer acto dejó un doble fallo de Trippier, primero en el pase, después dejándose ganar la espalda para el remate, para aclarar, por si había dudas a esas alturas, que el partido no haría prisioneros: no había sido malo el primer acto del lateral inglés, pero no basta con que no sea malo.
Luego pasó lo que pasó: que el encuentro mantuvo la pinta que ya tenía, más allá de los cambios y de que Joao desaprovechara una poco antes de marcharase, hasta que Savic puso la bota al disparo de Odegaard y el Reale se dio a la fiesta. El Atlético acumulaba hasta ahora tres victorias, cierto es, pero todas sufridas y todas ante rivales que, con todo el respeto, no parecen llamados a causas mayores. A la que topó con la Real, se vino abajo el castillo: es un equipo en construcción y eso necesita tiempo. Por su parte Odegaard juega como en casa y está perfectamente acompañado. Ante eso no hay líder que valga.