En 1990, el capitán Tim Lancaster de la aerolínea British Airways sobrevivió a un increíble accidente luego de que uno de los parabrisas de la cabina del avión se rompieran en plano vuelo. La eventualidad provocó una despresurización que succionó al piloto por la ventana fuera del aparato, quien no salió volando gracias a un asistente de vuelo que lo sostuvo de las piernas hasta que la aeronave pudo aterrizar de emergencia.
Más de 30 años después, la historia —que parece sacada de un relato de ficción— se ha vuelto viral luego de que la semana pasada el periodista y documentalista David Ferrier compartiera en Twitter unas imágenes que recrean lo ocurrido, tomadas de un documental del canal National Geographic emitido en 2005. Medios locales también recordaron el acontecimiento esta semana.
Con 81 pasajeros y seis tripulantes a bordo, el vuelo 5390 de British Airways partió del aeropuerto de Birmingham (Reino Unido) en la mañana del 10 de junio de 1990 hacia Málaga (España). Al acercarse a los 17.000 pies de altura, los asistentes de vuelo comenzaron a servir bebidas y los pilotos se desabrocharon los cinturones en espera de su desayuno. Sin embargo, momentos después se produjo la explosiva ruptura del parabrisas lateral del capitán Lancaster, y la repentina descompresión sacudió al avión, arrancó la puerta de la cabina y arrastró el cuerpo del piloto hacia el exterior, quien apenas se sostenía de sus piernas, metidas debajo de los controles.
Uno de los tripulantes, Nigel Ogden, vio lo que ocurría y se apresuró a agarrar a Lancaster, a quien la velocidad y los fuertes vientos lo mantenían aprisionado contra el fuselaje mientras se congelaba por las bajas temperaturas. Odgen intentó meter al capitán con la ayuda de sus otros compañeros (Simon Rogers y John Heward), pero fue imposible. Entretanto, el copiloto, Alistair Atchison, en su lucha por mantener el control del aparato, avisó a la torre de control para solicitar permiso para un aterrizaje forzoso. El sonido del viento le impidió oír la respuesta pero, de todos modos, comenzó a descender sin permiso, a pesar del riesgo de cruzarse con las rutas de otros vuelos. Al llegar a una altitud menor, Atchison redujo la velocidad y el cuerpo de Lancaster se deslizó por el lado izquierdo de la cabina, dejando ver su rostro ensangrentado y golpeado.
Finalmente, sin carta de navegación —que había salido volando por el parabrisas—, el primer oficial aterrizó con éxito en el aeropuerto de Southampton (Reino Unido). Luego de haber permanecido por cerca de 22 minutos expuesto a vientos de más de 600 kilómetros por hora y temperaturas cercanas a los -17 °C, Tim Lancaster fue atendido y trasladado a un hospital con vida. Ogden, Rogers, Heward y Atchison sufrieron algunas lesiones, pero ningún pasajero resultó herido.
Las investigaciones posteriores revelaron que la ruptura del parabrisas la causó una mala instalación de los pernos que debían sostenerlo y aguantar la diferencia de presión entre la cabina y el exterior. Cuando la noche anterior al despegue se reemplazó una ventana, se utilizaron pernos más pequeños y delgados; el ingeniero a cargo puso los nuevos a su propio juicio y sin ceñirse al catálogo oficial de repuestos. El caso sirvió para que British Airways endureciera sus políticas para con los equipos de mantenimiento.