Mientras los hospitales, los laboratorios y otras instituciones terrenales luchan a su manera contra el coronavirus, en la esfera divina también se hace lo que se puede. Y en ocasiones aparecen recursos interesantes. Es el caso de la figura de San Juan Gabriel Perboyre, que en los últimos meses ha sido rescatada de su discreto lugar histórico para convertirse en algo parecido a un patrón contra el coronavirus. El motivo presenta una lógica sencilla: murió por asfixia en la localidad china de Wuhan, origen conocido de la pandemia.
A principios del pasado mes de abril, el historiador Anthony Clark, que pasó un periodo de su vida estudiando en Wuhan la vida de este mártir, concedió una entrevista a la agencia católica de noticias CNA (Catholic News Agency), en la que sugirió que tanto San Juan Gabriel Perboyre como San Francisco Régis Clet –otro sacerdote misionero igualmente martirizado en Wuhan– podrían ser considerados «intercesores adecuados» contra el coronavirus.
Clark es actualmente el visitador oficial de la Congregación de la Misión (popularmente conocida como la de los Padres Paúles o de los Hermanos Vicentinos) en la provincia china de Hubei, cuya capital es Wuhan.
«Los santos Perboyre y Clet fueron asesinados en Wuhan por estrangulamiento; murieron porque no podían respirar. ¿Cómo no van a ser intercesores apropiados para esta enfermedaden particular?», dijo exactamente el historiador.
«Entre los tormentos que sufrió Perboyre había golpes continuos en su espalda baja, y se vio obligado a arrodillarse sobre cristales rotos. Ciertamente conocía las agonías del sufrimiento físico, y sería un buen consuelo para aquellos que ahora sufren de este virus», añadió Clark.
La publicación del artículo en CNA generó un consenso prácticamente inmediato entre los miembros de la congregación, y supuso así el comienzo de esta ‘nueva etapa’ en la vida celestial de Perboyre y Clet, que parecían convertirse de repente en santos patrones contra el coronavirus y quedaban investidos de un halo de rabiosa actualidad.
De momento, el nuevo estatus de estos dos miembros del santoral católico no pasa de ser una propuesta informal que necesitaría en todo caso ser validada por el Vaticano. Pero ese proceso sería largo y complejo, y el virus no espera. Por eso, de una manera oficiosa e inevitable, San Juan Gabriel Perboyre –en mayor medida que San Francisco Régis Clet– ya se ha erigido para muchas personas en la figura a la que rezar para pedir ayuda en tiempos de pandemia.
Una «oración para frenar el coronavirus»
Existen pocas imágenes de San Juan Gabriel Perboyre en los templos católicos, pero en España hay al menos dos. Una se encuentra en la ermita de San Antonio, en la localidad cordobesa de Pozoblanco, y la otra en la basílica de La Milagrosa, en el barrio madrileño de Chamberí.
Ataviado con ropas orientales y una trenza característica de los habitantes de ciertas regiones de China, el mártir aparece ya vencido por la asfixia y colgado de la cruz de madera en la que se le ajustició.
Junto a su imagen en la basílica madrileña, una placa de mármol explica lacónicamente su historia: «Hijo de cristiana familia. Misionero Paúl. Evangelizador de China. Mártir de Cristo. Vendido por 30 monedas. Murió en una cruz en viernes a las tres de la tarde, el 11 de septiembre. Canonizado el 2 de junio de 1996».
A pocos metros de la basílica, en la calle García de Paredes, se encuentra también la librería La Milagrosa, en la que se venden casi más figuras de vírgenes y santos que propiamente libros. En su escaparate, en un lugar preeminente, ofrecen imágenes del mártir, réplicas exactas de la que hay en el templo, con un cartel explicativo impreso en un folio: «San Juan Gabriel Perboyre (1802-1840). Protector contra el coronavirus. Primer santo canonizado en Wuhan (China). Puede adquirir estampa con la oración para frenar el coronavirus en la librería».
Porque, efectivamente, hay una oración concreta para rogar a este santo y a su compañero San Francisco Régis Clet protección contra el coronavirus. La Congregación de la Misión ha oficializado el texto y lo distribuye en pequeñas estampas dípticas que contienen también las imágenes de los mártires y resúmenes de sus biografías.
«Que el coronavirus no se expanda más y la epidemia pueda controlarse pronto; que devuelvas la salud a los enfermos y la paz a los lugares infectados. Acoge a las personas que han fallecido, conforta a sus familias y amigos. Sostén y protege al personal sanitario, ilumina a todos los que se esfuerzan por controlar esta pandemia», rezan los párrafos más explícitos de la oración.
En la librería, los clientes aún son escasos en estos calurosos días de verano inmediatamente posteriores a la cuarentena. Madrid, además, se vacía considerablemente en estas fechas. Aún así, el encargado de la tienda nos confirma que se venden bastantes estampas con la oración y alguna que otra estatuilla. Y otras tantas personas entran a preguntar con sincera curiosidad.
El espantoso final de un misionero «infiltrado» en China
Juan Gabriel Perboyre fue en vida un misionero vocacional nacido en la localidad francesa de Montgesty, en enero de 1802. Con quince años ingresó en la Congregación de la Misión y fue ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1826. Siempre quiso embarcarse en misiones evangelizadoras en el extranjero, y lo consiguió: con permiso de sus superiores, en 1835 desembarcó en la región de Macao, al sur de China.
Cuenta su hagiografía que al llegar a tierras chinas tuvo que disfrazarse y vestir como los lugareños: se rapó la cabeza y se dejó crecer la coleta en forma de trenza y bigotes. Y es que, en aquel tiempo, el país estaba vedado a los sacerdotes cristianos, bajo pena de prisión, torturas o incluso la muerte. Una posibilidad que no arredró a Perboyre, pero que se materializó efectivamente en su destino.
Le encomendaron trabajar en la misión de la provincia de Henan, en la que se dedicó sobre todo a cuidar niños abandonados, que abundaban por entonces en la región. Los recogía, los alimentaba y educaba, y les instruía en la doctrina cristiana hasta donde le era posible. Su historia recoge que Juan Gabriel fue inmensamente feliz allí, a pesar de las enormes privaciones que tuvo que soportar.
Pocos años después, hacia 1839, se intensificó la persecución. Las tropas locales no daban tregua y los sacerdotes católicos que lograban escapar se veían forzados a huir al sur del río Yangtsé, errando por los montes y las plantaciones de té y algodón.
Juan Gabriel era uno de ellos. Un día de ese mismo año, tras una agotadora huida y varios días sin comer, deshecho por el cansancio, se detuvo en una choza. Allí moraba un chino converso que lo recibió con aparente amabilidad. Pero mientras Perboyre dormía, su engañoso anfitrión lo delató a un oficial mandarín, recibiendo por ello una cantidad de dinero que en la hagiografía del misionero se cifra en «treinta monedas de plata», seguramente en una alusión simbólica a lo que Judas Iscariote cobró por delatar a Jesucristo.
Y ahí comenzó el calvario final de Juan Gabriel: un largo periplo de juicios en diferentes tribunales en los que fue azotado, torturado, escarnecido y encarcelado junto a delincuentes comunes. Llegaron incluso a grabarle caracteres chinos en el rostro con hierros candentes y hasta intentaron, sin éxito, que pisoteara un crucifijo en señal de repulsa. Finalmente fue ahorcado en un madero con forma de cruz en Wuhan, el 11 de septiembre de 1840. El 10 de noviembre de 1889 fue beatificado por el papa León XIII, y el 2 de junio de 1996 fue finalmente canonizado en Roma por Juan Pablo II.
TOMADO DE RT
Por esto estamos como estamos, Tanta idolatría.