En 1989, el italiano Mauro Morandi decidió renunciar a la sociedad al establecerse solo en la isla desierta de Budelli. El hombre se enteró por los medios locales de que el guardián de la isla se había hartado de su puesto, y había decidido renunciar. Algo como un llamado vocacional se despertó en él, y partió al oeste de su país para encontrarse un paraíso deshabitado que, al ser un parque nacional italiano, tenía playas vírgenes que daban al Mediterráneo.
Sin familia ni responsabilidades en la Italia continental, partir a una isla sin gente no parecía una locura. Menos aún a los 50 años, después de una temporada larga de soltería. Después de dedicar su vida a ser profesor de educación física en Módena, el hombre compró una embarcación discreta y emprendió el viaje.
Al presentarse como el reemplazo del guardabosques, la tramitología para ocupar su lugar fue lo de menos: tenía más de un kilómetro cuadrado sólo para sí. Fue así como zarpó hacia el archipiélago de Magdalena, que no abandonó en más de tres décadas.
A Budelli sólo puede accederse con un permiso especial del gobierno italiano. En sus costas residen especies de corales mediterráneos. Particularmente en la playa Rosa, donde se pueden encontrar fragmentos minúsculos de conchas únicos en toda la extensión del país.
En un intento por preservar la belleza natural de la isla, se instituyó como un área natural protegida desde hace años. Por esta razón, las autoridades locales de Cerdeña intentaron sacara a Morandi de ahí durante toda su estancia: él nunca tuvo un permiso oficial. Sin embargo, su labor de conservación improvisada —y la falta de un guardabosques experto— le permitía permanecer en Budelli.
Pasaron largas décadas en las que el hombre vivió de alejar a los turistas y cuidar la playa hasta que, finalmente, después de 32 años Morandi fue expulsado de la isla. En su perfil personal de Facebook, el hombre publicó este testimonio: «Llevo 20 años luchando contra los que me quieren echar, aunque apoyado psicológicamente y no solo por Budelli, sino por todos los que me animan, ahora me he hartado de verdad y me voy».
Pareciera ser que la historia se repitió: así como el guardián anterior, Morandi terminó harto de vivir en Budelli después de aislarse por completo. Se cansó de luchar contra la iniciativa privada, que insistía en construir viviendas sobre la isla antes virgen.
Morandi confiesa, además, que está enamorado de una mujer después de tantos años de aislamiento. Sin radio, televisión, ni conexión a internet, finalmente se reintegró a la sociedad, y vivirá en compañía de su nueva pareja porque no quiere volver a estar solo nunca.