Las profundidades de la Antártida revelan una variedad de zumbidos y sonidos «impresionantes» que sirven para estudiar su vida marina, dice la científica colombiana Andrea Bonilla durante una expedición a los confines del continente helado.
La bióloga de la Cornell University de Nueva York sumerge un hidrófono cubierto de titanio y atado a una boya, en medio del imponente océano coronado por témpanos de hielo, en el archipiélago de las Islas Shetland del Sur.
El aparato -que detecta las ondas sonoras bajo el agua- le permitirá entender los patrones de comportamiento de los mamíferos marinos y sus desplazamientos en la zona durante el invierno austral, época en que la Antártida se vuelve casi inhabitable. Es una suerte de cámara trampa, pero con finos auditivos y para el medio acuático.
Sonidos «impresionantes” y fundamentales
«Hay especies aquí que suenan impresionantes literal como Star Wars (la saga de cine), suenan como naves espaciales. Muy pocos oídos tienen el privilegio de monitorear ese tipo de especies», declara a la AFP la científica de 32 años, a bordo del buque «ARC Simón Bolívar» de la Armada colombiana.
Bonilla, quien realiza un doctorado en acústica marina, tiene junto a otros científicos de la X Expedición Antártica de Colombia una doble tarea: recoger los hidrófonos que dejaron el año pasado junto a una misión turca para su posterior análisis y además, sumergir nuevos aparatos.
Para Bonilla «en un ambiente marino el sonido es fundamental». El ruido o las alteraciones auditivas pueden afectar la comunicación de las especies o impedir el desarrollo normal de sus actividades naturales, como la caza, añade la experta.
«Mi primer encuentro con una ballena fue con una ballena cantando y yo creo que eso cambió mi vida», recuerda Bonilla.
Una investigación con fines posteriores.
Guiados por coordenadas establecidas, el grupo de científicos sigue el rastro de la boya dejada por Bonilla en el mar hace un año.
Cuando están en una radio de unos 300 metros del punto de localización, la científica puede empezar a enviar señales remotas al hidrófono para ubicarlo por medio de una caja de comandos. Sumergido a unos 500 metros, el aparato responde a las ondas transmitidas por Bonilla y luego a la orden de liberarse del ancla adosada y volver hasta la superficie.
Sus compañeros, emocionados, le dan pequeñas palmadas en la espalda por la hazaña que dejará frutos científicos.
«Súper emocionada porque era la primera vez que hicimos esta maniobra en estas aguas (…) Todo salió súper bien», expresa feliz Bonilla tras el procedimiento que le tomó ocho minutos.
Ya en tierra firme, la científica colombiana analizará un año de grabaciones, las cuales sobrevivieron a innumerables riesgos como el extravío del aparato o problemas técnicos.
Esta investigación tiene un fin posterior: «apoyar la propuesta» promovida por Chile y Argentina desde 2012 de convertir a la Península Antártica en «un área marina protegida».
Bonilla trabaja con espectrogramas que representan visualmente las frecuencias sonoras. Sus hallazgos no solo servirán para el monitoreo de mamíferos marinos, sino también para investigaciones geofísicas.