Las técnicas de análisis forense son increíblemente útiles para las investigaciones criminales. Pero aunque pueden ayudar a revelar de quién procede una muestra o cómo ha llegado a donde está, la capacidad de la ciencia forense tiene una importante limitación, que tiene que ver con el tiempo. ¿Cuándo falleció una persona o cuándo se depositó una mancha? Responder a dichas preguntas es crucial, en especial para los abogados de la defensa que intentan confirmar coartadas.
Por suerte, la investigación arroja constantemente nuevos resultados. En los últimos años, nuevos descubrimientos han hecho grandes aportaciones al área del “análisis temporal forense”, algo que podría mejorar enormemente nuestro conocimiento de lo que le ocurre a nuestro cuerpo después de morir.
Una ley no oficial en el análisis forense es la de “considerar siempre al menos una hipótesis alternativa”. Ahí es donde entra en juego el aspecto temporal. Si en la escena de un crimen se encuentra una mancha de sangre perteneciente a un sospechoso, parece una prueba muy sólida contra él. Sin embargo, si dicho sospechoso o sospechosa declara que estuvo previamente en la escena del crimen por razones legítimas y que le sangró la nariz, la prueba quedaría efectivamente invalidada.
Una parte clave al investigar un homicidio es descubrir con exactitud cuándo falleció la víctima. Desafortunadamente, el “intervalo post mortem”, también conocido como cálculo de la hora de la muerte, es un campo altamente subjetivo. En la actualidad se efectúa mediante técnicas tradicionales, como medir la temperatura del cadáver y comprobar el rigor mortis (la rigidez corporal). En el caso de intervalos cortos, como horas, dichos cálculos pueden ser fiables, pero con el paso del tiempo se vuelve más difícil. Esto se debe a que tanto factores internos del cuerpo (su tamaño o la presencia de medicación) como el medio ambiente externo (cálido, frío, húmedo) afectan a la forma de descomponerse del cadáver.
Investigaciones recientes han demostrado que algunos genes se vuelven más activos después de la muerte, produciendo transcripciones de ARN (pequeños genes que transportan información del ADN para fabricar proteínas). Los científicos piensan que este cambio en la producción de ARN podría ser un mecanismo de reparación celular como respuesta a la caída de oxígeno en la sangre (hipoxia) que se produce tras la muerte, y que desciende con el tiempo a medida que la descomposición se impone. Si los investigadores pueden demostrar que esto sigue un patrón predecible, sería de enorme utilidad para calcular la hora de la muerte. En teoría, una vez hallado un cadáver, sería posible tomar muestras de tejidos y analizarlas para medir la cantidad de genes específicos del ARN.
Las proteínas son otro campo de investigación fascinante en lo que a la determinación post mortem se refiere. Ya sabemos que las proteínas se descomponen tras la muerte; así es como se pudre la carne. Pero lo que no se había descubierto hasta hace muy poco era que dichas proteínas se descomponen de manera predecible, unas con más rapidez que otras. Por ejemplo, una se descompone por completo en cuestión de ocho horas y otra tarda 20 horas. Por consiguiente, si en un tejido se detecta la segunda proteína pero no la primera, el intervalo post mortem sería de ocho a 20 horas. Por el momento, la investigación solo se ha hecho en cerdos y será necesario realizarla en humanos antes de aplicarla de manera fiable al análisis forense.
La investigación sobre cómo predecir la edad de una mancha es escasa, pero tiene un gran impacto en potencia, en especial en lo que se refiere a casos de violación entre parejas que antes habían mantenido relaciones consentidas. De modo que, de alegarse que la violación se produjo en un momento determinado, el sospechoso podría afirmar que cualquier prueba física obtenida, como semen, procede de una relación sexual consentida anterior. En la actualidad, los investigadores usan “datos sobre persistencia del semen”, que muestran cuánto tiempo puede permanecer el esperma en diferentes partes del cuerpo, para abordar dichas cuestiones. Por ejemplo, no se encuentra una gran cantidad de semen en la vagina transcurridas 28 horas. En consecuencia, esto puede emplearse para saber si el incidente es reciente o se produjo hace varios días.
Sin embargo, esto solo es válido en determinadas situaciones y mediante el uso de torundas, de modo que no puede aplicarse al semen dejado en condones, ropa de cama o prendas de vestir. Los investigadores están buscando formas de cuantificar la cantidad de material genético, como por ejemplo las moléculas de ARN presentes en una mancha de fluido corporal. Un estudio que comprobó la presencia de ARN mensajero y ARN ribosómico durante un periodo de 150 días demostró que, efectivamente, cambian de manera predecible con el transcurso del tiempo. Cuando hayamos identificado suficientes marcadores de este tipo, de los cuales algunos se degradan con mayor rapidez que otros, deberíamos poder calcular cuánto tiempo hace que se produjo una mancha.
Otra área clave del análisis temporal forense es la predicción de la edad. Hace referencia al cálculo de la edad de un fallecido o de un sospechoso mediante tejidos o manchas de sangre hallados en la escena del crimen, respectivamente. Estas técnicas sirven, además, para verificar la declaración de algunas personas respecto a su edad, por ejemplo, los menores solicitantes de asilo o refugiados. Esto puede ser más difícil de lo que parece, porque todo el mundo crece, madura y envejece a ritmos distintos, debido a factores genéticos y medioambientales. Aunque hay algunas técnicas que pueden emplearse para predecir la edad, estas se vuelven muy limitadas cuando la persona alcanza la madurez. Por ejemplo, la odontología forense puede ser útil para calcular la edad de los niños.
Un campo de investigación prometedor se basa en la “metilación del ADN”, un mecanismo utilizado por las células para controlar la expresión génica, es decir, si un gen se activa y desactiva, y cuándo. La metilación del ADN está influida por el medio ambiente y en ella participan compuestos denominados “grupos metilo”, que se añaden al ADN a medida que la persona envejece. Los investigadores han demostrado que la presencia de dichos compuestos puede utilizarse para calcular la edad de un individuo, con un margen de 3,8 años por encima o por debajo. Puede parecer un margen muy amplio, pero representa una enorme mejora en nuestra capacidad de predecir la edad, y sigue trabajándose mucho en el tema.
Determinar cuánto tiempo hace que se produjo una herida,tanto si la persona está viva como si ha fallecido, es también difícil para los investigadores forenses. En casos de malos tratos, por ejemplo, a menudo no está claro si las lesiones se causaron a lo largo de un periodo de tiempo o en un incidente puntual. La predicción de la edad de las heridas puede empleare también para calcular la secuencia de lesiones múltiples, algo especialmente importante en casos de asesinato. Aunque por el momento dichas técnicas son de uso limitado en el análisis forense, se están llevando a cabo investigaciones prometedoras sobre la curación de lesiones –como la evolución de los hematomas a medida que curan– que tal vez mejoren pronto dicho análisis.
Es de esperar que, en pocos años, los avances científicos más recientes ayuden a impedir que alguien cometa un asesinato y salga impune.