Cuando era muy pequeña, Elizabeth Argüelles llegó a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades que las que tenía en su país natal México. Su madre, quien arribó algunos años antes, se dedicaba a vender tamales en las calles. Fue esta actividad la que la ayudó a ahorrar dinero para llevar a su hija y hermano con ella.
Pero aunque continuó con su vendimia después de haberlo logrado, los gastos de educación eran cada vez más fuertes. Necesitaba más manos para poder reunir el dinero suficiente para cumplir sus sueños. Fue así como Argüelles, a los nueve años de edad, comenzó a vender tamales también.
Todos los días se levantaba a las 3:30 de la mañana a ayudarle a su mamá a acomodar su carrito con los antojitos mexicanos. A las 7:30 salían a venderlos y después la niña corría a la escuela.
Su labor, aunque les daba los recursos necesarios para vivir, por un tiempo se convirtió en una angustia para la pequeña. Educada para ser una mujer trabajadora, levantarse temprano y vender no era realmente un problema para ella, pero al llegar a la escuela recibía burlas y señalamientos; además que sus compañeros se dirigían a ella con el apodo «la tamalera».
Pero, aunque le dolía, Argüelles no se dejó vencer por las habladurías y ella continuó combinando sus estudios básicos con su trabajo. Con el tiempo, contó a Chicago Tribune, apreció a valorar más el trabajo que ella y su madre realizaban, pues al tener su propio negocio podía acompañarla a ella y a su hermano a eventos escolares, a recogerlos al colegio, y a ponerles atención por las tardes.
Pero no todo fue color de rosa. Cuando Elizabeth tenía entre 16 y 17 años, fue arrestada en la calle mientras vendía el platillo mexicano. No contaba con la licencia necesaria para distribuir los alimentos en la vía pública, debido a que los costos y restricciones son imposibles de sostener para un negocio tan pequeño.
La entonces adolescente, aunque temerosa, libró el problema; no se rindió y continuó con su venta. Sus ganancias la ayudaron a financiar sus estudios en el colegio comunitario Morton en 2014. Y después a ingresar a la Universidad Dominican, en donde espera graduarse de negocios internacionales el 2020.
Ahora solamente vende tamales los jueves, viernes y sábado, porque ha aceptado un segundo empleo en la organización Central States SER, en donde hace de guía de carrera.
Sin embargo, hacer y vender tamales sigue siendo de sus actividades favoritas «La experiencia que tengo al vender tamales es única, porque sólo en una mañana puedo ver el mundo entero. Podemos ver personas de de diferentes orígenes, edades, clases… Me ayuda a tener una mente más abierta», dijo al Chicago Tribune.
Te felicito, y espero todo lo mejor para ti, tu bella madre y familia en general. La Universidad no hace al buen estudiante: Es el estudiante que hace a una Buena Universidad. El trabajo siempre dignifica a la persona, la nutre y le ayuda a TRIUNFAR.