La Peralta es una comunidad situada en el Distrito 6 de San Salvador, creada por familias desplazadas tras desastres naturales y la guerra civil, atraídas por la posibilidad de trabajo en la capital.
La Peralta ha sido afectada por la violencia, que ha supuesto que en los últimos años el acceso de la población a servicios de salud se haya visto alterado. Los equipos de MSF iniciaron visitas regulares al barrio hace varios meses y, poco a poco, la comunidad organizada en torno a un comité de salud ha conseguido que la Unidad de Salud del Barrio Lourdes regrese a la zona.
En el inicio de las actividades, conversamos con un grupo de vecinos, cuyos nombres reales ocultamos, sobre los problemas que afrontan. Estos son los testimonios más destacados.
Don Luís explica que la comunidad se constituyó en la década de los cincuenta por un grupo de personas que llegaron a este lugar estaba deshabitado. “Ahora somos 222 casas. Cuando la guerra, ya comenzó a llegar más, porque huían y vinieron a asentarse aquí, con sus champitas y sus casitas fueron construidas poco a poco”.
“El principal problema que tenemos es de saneamiento y agua: no tenemos agua potable, no hay recolección de basuras o cloacas, y tenemos puntos vulnerables, hay focos de infección, quebradas inseguras”, explica Laura. Añade que, por lo general, los vecinos no tienen problemas para ir a los servicios de salud en la clínica cercana, “pero lo que se interrumpió hace unos cinco años son las visitas a domicilio, a vacunar y pesar a los niños, a hacer fumigaciones, traían sueros, etc. Eso se interrumpió por las pandillas”.
Betty también vive en Peralta y explica un poco la situación. “Acá es un sector de pandillas, allá (en la unidad de salud) es otro. A nosotros no nos afectan porque no pertenecemos a nada de eso, pero hay mujeres que son compañeras de vida de ellos (jóvenes que pertenecen a las clicas) y no han podido salir, embarazadas que no han tenido control prenatal o los niños, que no han tenido control de niños sanos”. Los varones jóvenes tampoco pueden salir del barrio a la clínica, por el peligro que puede suponer que se les vincule a pandillas rivales.
Flor Merino, técnica comunitaria de MSF explica que la organización facilita que sean los propios vecinos ideen las actividades necesarias y sean ellos los que las faciliten, “nosotros lo que hacemos es acompañarlos, lo que permite el éxito en el fomento de valores, trabajo en equipo, responsabilidad y cooperación”. Gilmar Osorto, director de la Unidad de Salud Barrio Lourdes, coincide: “si no existe una organización comunitaria fuerte en zonas de difícil acceso, no se pueden lograr los objetivos de salud trazados. Es importante fortalecer la comunidad, cuanto más organizada, más posibilidades de éxito tendrán los proyectos de salud en la zona”.
Actualmente ya se juramentó a las personas que forman la estructura organizativa del Comité y se pretende darle seguimiento por parte de MSF y la Unidad Comunitaria de Salud Familiar (UCSF). El punto clave para darle continuidad a este Comité es que la comunidad se mantenga organizada y con iniciativas. Entre otras, la organización de la comunidad ha facilitado el retorno de la Unidad de Salud para la realización de fumigaciones para el control de zancudos y las enfermedades que pueden transmitir (como fiebre tifoidea) y la comunidad ha conseguido organizar vacunaciones de animales domésticos, perros y gatos.
“En una comunidad siempre hay malos entendidos, pero con el comité de salud y el proyecto del agua, nos hemos unido mucho más. Nuestra esperanza es también poder arreglar la casa comunal, el agua potable, tener más salud, hay niños que necesitan tratamiento psicológico, por la vivencia en la comunidad. No quieren ir a la escuela, no quieren salir del barrio, sacan malas notas, los profesores no los quieren en clase por mala conducta, por el estigma del barrio.”, apunta Ana María. También nos explica de un caso personal, una niña que ha adoptado. “La niña de ocho años vive en su mundo, por mucho que tratamos de que estudie. No tiene mamá y papá y nosotros la tenemos como si fuera nuestra en casa, pero ella se cierra en su mundo. A veces entiende, pero luego se pierde. La mamá de ella fue asesinada y el padre, de muerte natural. Era pequeñita cuando murieron sus padres. Si usted le pregunta, ella le dice todo como pasó”.
Laura cuenta que otro de los problemas es la falta de oportunidades para los jóvenes, que ven difícil proseguir sus estudios en el instituto: “El problema es el territorio y el problema que tienen los jóvenes para seguir estudiando. De esta calle hacia otra es de una (clica), de aquí a la siguiente calle, otra. Los de aquí no pueden ir para allá y si van, a veces los sacan los demás alumnos. Tengo un niño de quince y dejó de estudiar. Acaban en noveno y ahí están. Luego no hacen nada, se quedan en casa. O se van a vender dulces, frutas, galletas, lo que sea. Supervivencia”.
Betty añade que ellos también necesitan servicios de salud: “como están en la edad, les iría muy bien saber de salud sexual y métodos anticonceptivos. Si son niñas sí pueden ir a la Unidad de Salud pero los varones no, porque ahí están los de la otra pandilla. Si algún cipote (niño) va allá, va a quedar mal parado. Las niñas no tienen problemas, pero los varones tienen más peligro. Las niñas que están más cerca de los pandilleros, ya fichadas tampoco pueden ir. Y a veces, si les preguntan, pues se inventan que viven en otro barrio. A mi hijo siempre le digo, ‘Cuando te pregunten no digas la Peralta’. Esta dirección es peligrosa, yo a veces utilizo la de mi abuela. Cuando los jóvenes van a solicitar un trabajo, si uno dice de aquí, lo descartan, aunque esté capacitado. Así está la situación. Esta comunidad es un punto rojo de referencia para la policía y aquí tienen órdenes de reaccionar y a veces se exceden, aunque están para cuidar a los cipotes sanos, aunque sean de zonas marginales. Nos olvidamos que de un charco puede salir un flor hermosa. De las espinas surgen rosas”.