Incluso en la ciudad que nunca duerme sus estresados habitantes, con largas jornadas y trabajos ultracompetitivos, necesitan recargar baterías. Pero en vez de optar por un café, bebidas energéticas o un cigarrillo, cada vez más neoyorquinos eligendormir una breve siesta en horario de trabajo.
En medio de un interés creciente por el bienestar y la salud que disparó el consumo de jugos verdes, el té matcha o el kava, se afianzan en Nueva York y otras grandes ciudades de Estados Unidos varios lugares donde es posible pagar para dormir la siesta.
Uno de ellos es Nap York, un edificio de tres pisos en pleno Manhattan, muy cerca de Penn Station, que abrió hace tres meses y también ofrece yoga, meditación, bebidas y comida saludable en un ambiente silencioso. Por 12 dólares, es posible alquilar durante media hora una pequeña cabina individual de madera a cualquier hora del día o de la noche.
A partir de fines de mayo, con la primavera bien instalada, también podrán alquilarse hamacas en el techo para dormir al aire libre.
«Es muy difícil encontrar paz y tranquilidad en Nueva York», comentó a la agencia de noticias AFP Stacy Veloric, la directora de marketing de Nap York. «Queremos alojar a todos los neoyorquinos exhaustos».
Nap York abrió con solo siete cabinas, pero la demanda superó las expectativas y debió agregar rápidamente 22 más.
Laura Li es una de las neoyorquinas que prefiere una siesta de 35 minutos a tomarse un café cuando está cansada. Esta correctora de una publicación de viajes de 28 años duerme la siesta cada semana en YeloSpa, que desde hace 11 años ofrece una habitación especial para descansar en Nueva York.
La joven ingresa en una cabina hexagonal que parece sacada de una película de ciencia ficción y se acuesta en una cama que será colocada en posición de gravedad cero, rodillas dobladas y pies elevados para descender el ritmo cardíaco y facilitar el sueño.
En 35 minutos, Li se despertará «con un amanecer simulado, gradual», explica Maya Daskalova, gerenta del lujoso YeloSpa de Quinta Avenida, frente a la célebre Trump Tower.
¿El precio? Un dólar el minuto, con un mínimo de 20 y un máximo de 40.
«Vengo en los días que tengo mucho trabajo, solo para tener más energía el resto de la tarde, porque no tomo café y si estoy cansada no puedo hacer otra cosa que dormir un poco», sostiene Li, quien no le contó a sus compañeros de trabajo que duerme la siesta en su horario de almuerzo. Sí se lo comentó a sus amigos, que todavía encuentran extraño el concepto de pagar para dormir.
Mucha gente «debe pensar que esto es una pérdida de tiempo y de dinero», admitió. «Pero para mí, mientras pueda pagarlo vale la pena. Me siento mejor después. Eso basta».
Daskalova ve crecer gradualmente su clientela, y cree que la sociedad está cambiando y entendiendo que «es mejor venir a dormir una siesta que derrumbarte en tu escritorio».
¿Quiénes se escapan para dormirse una siestita? Trabajadores con largas jornadas, o que viven lejos de Manhattan y quieren hacer una pausa porque a la noche tienen una cena, embarazadas que están agotadas, padres con bebés que pasaron la noche en vela, y hasta algún trasnochado que siguió de largo.
Pensando en la falta de sueño crónica, Christopher Lindholst creó en 2004 MetroNaps, una empresa que diseña «cápsulas de energía» supermodernas donde es posible aislarse para dormir una breve siesta. Varias fueron instaladas en el Empire State, pero cuando la seguridad del edificio fue reforzada, Lindholst se focalizó en su venta a empresas, universidades, hospitales y aeropuertos.
«En los últimos 15 años la actitud hacia la siesta ha cambiado drásticamente», al punto que Google, la NASA o la Universidad de Maryland han comprado sus «energy pods», contó. Pero «superar el estigma que tiene la siesta», asociada a la pereza, «llevará una generación entera», aunque ese descanso dure apenas 10 a 20 minutos, igual o menos «que una pausa para fumar o ir a buscar un café», estimó.
Una de sus cápsulas está en las oficinas de la start-up de bienestar Thrive Global en SoHo, fundada por Arianna Huffington, autora del éxito de ventas «La revolución del sueño» (2016) y ex propietaria del diario Huffington Post.
«Debemos terminar con el engaño de que hay que estar agotados para tener éxito», argumenta Huffington en su libro. «Estamos en el medio de un cambio cultural en el que cada vez más y más de nosotros reclamamos el sueño». (Fuente: AFP)
En Argentina también
La falta de sueño es un problema bien conocido para los argentinos. Actualmente está en marcha Crono Argentina, la investigación encabezada por Diego Golombek de UNQ-Conicet, para saber cuánto y cómo dormimos.
Malhumor, estrés, problemas de concentración, obesidad y mayor suceptibilidad a sufrir infecciones son algunas de las consecuencias indeseadas de la privación del sueño.
Y en las grandes ciudades también existe la posibilidad de cortar la actividad con una breve siesta. Argentina se sumó a la tendencia mundial en 2010, con la inauguración del primer siestario en pleno Microcentro. En la actualidad, también hay empresas que ofrecen a los trabajadores espacios para tomarse un descanso -las oficinas de Google en Puerto Madero, por ejemplo-. La movida empieza a contagiarse a instituciones públicas, como la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, que cuenta con un codiciado siestrario diseñado por seis alumnos de la institución.
Aqui lo que queremos es trabajo por que ya mucho descansamos