Yasmin Aguiluz es una joven salvadoreña de voz firme y mirada decidida. Desde hace cuatro años, se ha entregado por completo al kickboxing, un deporte que nunca imaginó que definiría parte de su vida.
Lo que comenzó como una simple curiosidad, incentivada por sus hermanos, se convirtió en una pasión que la ha llevado a representar a El Salvador en competencias internacionales. Con cada combate, demuestra que la fuerza no solo está en los puños, sino también en el corazón.
Al principio, el kickboxing no la convencía. “Siempre lo vi como un deporte bastante violento y pensé que no era para mí”, confiesa. Sin embargo, sus hermanos, quienes ya lo practicaban, no dejaban de insistir: “Vení, probalo, no es como pensás”. Hasta que un día, Yasmin decidió darle una oportunidad. “Quise conocerlo por mí misma, y cuando lo probé, me di cuenta de que sí me gustaba, que era algo para mí”. Desde entonces, no hubo vuelta atrás.
Han pasado cuatro años desde ese día, pero Yasmin lo recuerda como si fuera ayer. “Llegué como pollo comprado, mirando a todos lados, viendo a gente con un nivel increíble. Había chicas súper técnicas, que competían, y yo me emocioné. En mi mente, me decía que quería ser como ellas.” Ese momento marcó el inicio de su camino y el compromiso con las metas deportivas que ha ido cumpliendo, paso a paso.
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Yasmin creció en un hogar lleno de vida, rodeada de cuatro hermanos: una hermana y tres hermanos. Como la quinta hija, quedaba justo en el medio, bajo el cuidado de una madre que siempre veló por ellos. Su infancia fue un equilibrio entre proteger a los más pequeños y no dejarse de los mayores. “A veces era como mamá protectora, pero otras veces me decía que no debía hacerlo, que ellos debían defenderse solos”. Fue una etapa bonita, marcada por el calor familiar. “Convivir con ellos me dio ese aprecio. Aprendí de cada uno, viéndolos crecer y cambiar.”
El deporte no fue parte de su niñez, salvo por algún partido de fútbol en la calle. “Nada oficial, solo en la calle”, dice entre risas. Pero todo cambió con el kickboxing. Lo que la atrapó fue la disciplina de sus hermanos y la pasión que vio en su primera clase. “Ellos lo hacían de corazón, luchaban por eso, y me animé a querer luchar yo también, por cumplir mis sueños deportivos.”
Para Yasmin, ser atleta de alto rendimiento es un reto constante. “Esto es para personas fuertes mentalmente. Hace falta disciplina para quedarse en un deporte tan duro. En el ring, los golpes duelen. He tenido combates con oponentes muy fuertes. Más de una vez me han dado un golpe que me hace pensar que debo cubrirme mejor.” Aunque nunca ha sufrido una lesión grave, admite que los golpes en la cara y el cansancio han sido sus mayores desafíos.
Curiosamente, una de sus máximas impulsoras fue su madre. Cuando muchos padres intentan alejar a sus hijos de los deportes de contacto, ella la apoyó desde el principio. “Dale, vos podés, sos talentosa”, le decía. Además, su hermano mayor fue su mayor inspiración. “Ganaba hasta cuatro peleas en un día. ‘Quiero ser como él’, me dije.” Con el tiempo, sus hermanos tuvieron que dejar el deporte por lesiones o trabajo, pero Yasmin se quedó. Hoy, sigue enamorada del kickboxing.
Su debut internacional fue inolvidable. “Mi primera competencia fue en Honduras. Pesaba 110 libras y no había competidoras aquí. Cuando me dijeron que había una oportunidad allá, me brillaron los ojos.” Se enfrentó a una rival cinturón verde mientras ella era naranja, y aunque el miedo la invadió, ganó. “Fue un debut soñado, fuera del país, y me motivó a seguir.” Desde entonces, ha peleado contra campeonas nacionales y en diferentes modalidades, siempre dispuesta a aprender. “Si me las están poniendo, por algo será. Yo doy todo para ganar”, asegura.
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Pero no todo ha sido victoria. “Mi momento más duro fue mi primera derrota. Soñaba con llegar invicta, como todo peleador”, admite. Sin embargo, esa caída le enseñó a levantarse. Nunca imaginó representar a su país. “Eso me tomó por sorpresa. Pensé que estaría en otras disciplinas, pero me di cuenta de que soy buena en esto, y gracias a Dios, todo ha salido a mi favor.”
Ronald Escobar, su entrenador, lo resume con orgullo: “Cada combate y cada entrenamiento han sido una oportunidad para demostrarle al mundo lo que lleva dentro. No es solo la habilidad, sino el corazón, la disciplina y la constancia lo que la han llevado hasta aquí.”
Su mayor prueba llegó en diciembre de 2024, en los Juegos Bolivarianos en Ayacucho, Perú. Cada combate fue una montaña rusa de emociones. Contra la peruana, el triunfo la llenó de confianza. Vencer a la venezolana reafirmó que la plata no era opción, que el oro estaba al alcance. Y en la final contra Dominicana, el cansancio pesaba, las peleas acumuladas dejaban huella, y mantener el peso había sido otro reto. Pero en el ring, todo se resumía en un solo objetivo. Cuando levantaron su mano, supo que todo el esfuerzo había valido la pena. “Agradecí a Dios, porque Él da la fuerza y abre los caminos.”
Uno de los momentos más difíciles en Ayacucho fue no tener a su entrenador a su lado en el ring, ya que no pudo viajar. Sin embargo, mantuvieron constante comunicación, y él veía las peleas por streaming. Al ganar el oro, la llamó: “Estoy orgulloso de vos, guerrera, campeona. Siempre supe que tenías esto en vos.” Esa frase simboliza todo el esfuerzo y la confianza que Ronald depositó en ella.
Ahora, con 13 peleas ganadas y una sola derrota, Yasmin se prepara para nuevos retos: fogueos, los próximos Juegos Bolivarianos en Perú y los Centroamericanos en Guatemala. “Ya nos conocen, saben quiénes somos, y vendrán preparadas. Nosotros también lo estaremos, a darlo todo”, asegura.
Para los más pequeños, su mensaje es claro: “Nunca pierdan la visión de sus sueños. El sacrificio da resultados.” Yasmin es un símbolo de determinación y aprendizaje. Y con voz firme, deja claro su objetivo de seguir escuchando el himno nacional en un podio, trayendo medallas para El Salvador: “O sigo perdiendo, o nadie me vuelve a ganar.”