Por: Guillermo Serrano
El género humano se ha acompañado desde siempre por virus y bacteria que están dentro de él y, claro, fuera de él. Es más: los animales y plantas saben también de estos acompañantes que uno no quisiera, pero que están ahí.
¿Por qué hoy sabemos más sobre virus y bacterias? ¿Y cómo sabemos tanto de estadísticas que nos hablan de enfermos y muertos?
Claro, estas preguntas tienen la respuesta de los medios de comunicación masivos y los otros, los de las redes sociales. Esos medios impresos, visuales y digitales nos tienen al tanto de todo lo que pasa en el mundo, incluidas las plagas que nos asolan en estos modernos tiempos.
Hay indicios que somos los humanos los responsables, en la mayoría de los casos, de algunas de las enfermedades e infecciones que nos logramos. El Sida, por ejemplo, parece que se origina en algún tipo de primate en África. Esta moderna crisis presentada por el coronavirus podría ser la consecuencia de comer animales salvajes a los que se les da un valor aumentado para curar enfermedades, o, en el caso de los hombres, porque dichos animales tienen poderes afrodisiacos.
Hay otro elemento que no podemos pasar por alto. En nuestros pueblos y ciudades, atiborradas de casas que se agrupan sin orden y lo peor, sin una separación necesaria forman una cadena demasiado tentadora para esos microscópicos seres vivos que portan enfermedades mortales para sistemas inmunes que ya no responden ante los ataques de virus y bacterias.
En las mitologías, el dragón representa el mundo oscuro, ese lado que no podemos ver, pero que está ahí. Como un ser poderoso que puede hacer el bien o el mal. Es un ser que habita un inframundo al que no tenemos acceso.
En la vasija rescatada del museo arqueológico de Cuernavaca, México, aparece el dibujo de un dragón que se ve inofensivo. Sí, inofensivo en la pintura, pero poderoso cuando en vivo desarrollaba su poder en las creencias populares.
Ese es nuestro temor con esos dragones invisibles al ojo al ojo humano, pero que tienen tanto poder como para matarnos.
Hay una palabra curiosa y penetrante en la enseñanza de Jesús: no le tengan miedo a los que pueden matar el cuerpo. Tengan más temor de aquellos que pueden matar el alma y el cuerpo. ¿Se relacionaba esto con la fe y con la esperanza que debemos tener en el valor que tenemos como seres humanos y que reclamamos atributos que van más allá de nuestra existencia aquí?