Allá por la década de los ochenta, El Salvador atravesaba un momento difícil en su historia, iniciaba una guerra civil que obstaculizó el óptimo desarrollo de nuestro país, muchas universidades fueron cerradas, escuelas quemadas, maestros asesinados. Aun con todo, lo que nunca se pudo obstaculizar fueron las ganas de los salvadoreños por salir adelante, muchos en ese entonces no tuvieron acceso a una educación avanzada, por motivos económicos, distancia o por su seguridad; sin embargo, siempre encontraban la manera de llevar el pan a sus mesas; los padres impulsaban a sus hijos a aprender un oficio, en ocasiones este era heredado por generaciones en sus familias o eran enviados a diversos talleres para que pudieran practicarlos.
En ese entonces nuestro país no estaba tan industrializado, los ciudadanos mandaban a fabricar su ropa con los sastres o costureras, su calzado con los mejores zapateros y vaya que tenían fama de durar por mucho tiempo, todo era hecho con mano salvadoreña; habían diversos oficios que se encontraban en su cúspide: talabarteros, hojalateros, marroquineros, carpinteros, etc.
Con el tiempo el crecimiento trajo a un país industrializado, el cual fue olvidando el fino trabajo de la mano salvadoreña, remplazándolo por productos más inmediatos, económicos, con marcas extrajeras o almacenes de segunda mano.
Esta es la historia de aquellos que hasta la fecha se mantienen en el oficio que les fue enseñado y con el que por años han alimentado a su familia, sacándola adelante y haciendo que sus hijos tengan un mejor futuro.
Zapatero desde los 12 años de edad
Manuel Antonio López de 38 años de edad, es un zapatero quien actualmente es el propietario de un taller de calzado localizado en Santo Tomás, San Salvador. A través de su taller brinda trabajo a 15 zapateros más, dentro de ellos se encuentran jóvenes que con el salario que ganan en la zapatería, pueden continuar pagando sus estudios universitarios y ayudar a sus padres con los gastos del hogar.
“Mi abuelo me dijo que me iba a enviar a aprender un oficio, para poder salir adelante en la vida y a los 12 años comencé a trabajar en el taller de mi tío que era zapatero; yo vengo de una familia con escasos recursos y siempre tenía en mente la idea de superarme y sacar adelante mi familia, dejé la zapatería por tres años y aprendí otros oficios como la albañilería, panadería; pero luego regresé a lo que me apasionaba que es la zapatería”, dijo López.
Explica que la fabricación de calzado se divide en dos ramas: alistador y ensuelador. “Toñito”, como es conocido por todos en la zona, inició como alistador, son aquellos que cortan el material, cosen y horman el zapato, para luego proceder a coser la suela y dar los detalles finales; ahora, Antonio cuentan con 26 años de experiencia en el mundo de la zapatería.
“Yo vengo de una familia con escasos recursos y siempre tenía en mente la idea de superarme y sacar adelante mi familia, dejé la zapatería por tres años y aprendí otros oficios como la albañilería, panadería; pero luego regresé a lo que me apasionaba que es la zapatería”
“En mi experiencia como empleado, siempre fui bien recibido donde yo trabajaba, era de los mejores zapateros, me ponía la meta de sacar 20 o 30 pares de zapatos diarios, en las fábricas trabajas fraccionado y yo trataba de ser el más rápido”, comenta.
Al momento que trabajaba en muchas fábricas reconocidas siempre del mismo rubro, Antonio mantenía el sueño de tener su propio taller de calzado, sin embargo, necesitaba un capital para invertir a fin de iniciar con su propio proyecto y en ese momento no contaba con un respaldo monetario; fue en el año 2012 cuando Antonio inició con su taller ahora conocido como “Toño’s shoes”.
“Yo siempre digo que todo fue de Dios, comencé a tocar puerta para conseguir el capital, porque no fue mucho con el capital que se inició, solo fueron $300 dólares que me prestaron, con ese dinero compré la máquina de coser y unas cuentas hormas; me dieron crédito para sacar materia prima y luego comencé a distribuirlo en el mercado, yo no tenía ningún cliente todo fue desde cero”, comentó Toñito.
Al fabricar zapatos 100% artesanal la aceptación del calzado de Antonio siempre es muy buena, él asegura que los pedidos de su producto nunca faltan, sus clientes siempre le comentan que son los zapatos que más rápido ellos venden; con los ingresos que obtiene en la distribución de calzado es como mantiene a su esposa y dos pequeños hijos.
Uno de los respaldos laborales que ha tenido es participar en los proyectos de paquetes escolares, que brinda el Gobierno de El Salvador; Toñito comentó que ha formado parte de este plan en el periodo del 2018 al 2020; y aunque al inicio tenía temor por los rumores que habían con gobiernos anteriores con el retraso e informalidad en los pagos, aun así decidió entrar y hasta el momento los pagos siempre han llegado a tiempo.
Antonio es un testimonio de cómo salir adelante con un oficio que muchos considerarían olvidado, él en la actualidad continua sustentando a su familia y proveyendo ingresos a sus trabajadores a raíz de su taller de calzado.
Uno de los empleados de Toñito es: don Gabriel Menjívar de 54 años, quien se dedica a la zapatería desde los 12 años de edad, es uno de los trabajadores con más experiencia dentro de Toño’s shoes.
“Yo aprendí este oficio porque mi papá tenía un taller de zapatos y el me exigió que yo aprendiera, al inicio no me gustaba y lo veía como un castigo, sin embargo, esto me ayudo a mantener a mi familia y con esto logre enviar a mis hijos a Estados Unidos; también envió a mis hermanos a aprender otros trabajos a manera que todos pudiéramos rebuscarnos por el dinero en la vida”, testificó don Gabriel.
Por la experiencia que ha tenido con diversos aprendices a los cuales él les ha enseñado; opina que los jóvenes en la actualidad prefieren perder el tiempo que aprender algo que les servirá en el futuro y esa es una de las razones por las que oficios como estos van desapareciendo; comentó que antes ellos respetaban a quienes les enseñaban y que incluso en ese proceso de aprendizaje trabajaban sin paga, ahora los jóvenes por cada cosa que hacen por más pequeña que sea exigen un pago; sin valorar el conocimiento y experiencia que le está transmitiendo la persona que le enseña.
“Yo los aconsejo que siempre lleven de la mano un oficio, a veces no sale trabajo de lo que se ha estudiado y todos los oficios siempre dan un buen resultado, en lugar de perder el tiempo o buscar la calle, con trabajos como este se sale adelante”, recomendó don Gabriel.
Llegó descalzo a una sastrería a pedir trabajo
Otros de los oficios que han sido desplazados con el tiempo es la sastrería, pero para saber de primera mano cómo se mantiene este trabajo en la actualidad, conoceremos la historia de don Manuel de Jesús, con 56 años de edad, quien se dedica a la sastrería, trabajo con el cual ha logrado sacar a sus 5 hijos adelante y a su esposa.
“Allá por los ochenta cuando yo estaba cipote, mi padre me decía que era bueno que los jóvenes aprendieran a trabajar y estudiar, porque en la vida todo sirve; mi padre era muy rígido conmigo y con mis hermanos, a cada uno de nosotros nos obligó a aprender un oficio y hasta el día de hoy con eso se mantienen, uno aprendió carpintería, otro, mecánica y yo pues soy sastre”, recuerda don Manuel.
Manuel, con 13 años de edad, fue llevado por su padre con un vecino que ejercía la sastrería, quien se encargó en enseñarle ese oficio. Ahora recuerda que al inicio no le gustaba pues debía ir desde Cuscatancingo hasta San Jacinto, lugar en donde se encontraba el taller de sastrería. Conforme fue aprendiendo se fijaba cuanto trabajo tenia siempre su vecino y que el pago no era nada malo, a él por ser aprendiz le pagaban lo correspondiente a medio operante aun cuando él sacaba más pantalones que los demás trabajadores.
“Yo me recuerdo que cuando llegué al taller, llegué descalzo y todo desarreglado, pero el señor me llamó la atención y me dijo ‘si vas a ser sastre debes de venir bien arregladito, con zapatos y bañado’, y con eso ya me acostumbré a llegar bien cambiando, nada de chancletas y shorts, sino bien vestido; lo primero que aprendí cuando yo llegué fue la manualidad: pegar botones, hacer ojales y ruedos, porque antes todo eso se hacía a mano”, narra Manuel de Jesús.
“Yo logré sacar mi casa a través de los ingresos que obtuve en la sastrería, este no es trabajo nada fácil mientras otros tienen vacaciones o feriados, uno siempre está trabajando porque hay que sacar el pedido que el cliente ha hecho, pero los resultados son agradables”
Explica que, aunque al inicio no le gustaba aquel trabajo, con el tiempo “le encontró la gracia”, tanto que hoy disfruta mucho hacer un pantalón o traje desde cero, pues hoy ya no son muchos quienes le solicitan la elaboración de un traje sastre; en la actualidad un sastre sobrevive por reparaciones o modificaciones de piezas más que por hacer una pieza desde cero y si lo hay son uniformes de centros educativos o de oficinas. Manuel considera que la sastrería es un arte, al haber finalizado cada pieza y ver lo que sus manos han elaborado y que todo se mira impecable, eso lo considera un arte.
En su trayectoria laboral pasó por diversos talleres de sastrería en Mejicanos y San Jacinto, hasta pasar por muchas maquilas, en donde ya no realizaba piezas completas sino partes fraccionarias de pantalones y camisas, incluso ahí fue donde aprendió mucho sobre ropa para dama, como faldas, vestidos y blusas. Mientras pasaba por todos esos lugares explica que se sentía “explotado”. Había piezas que se las pagaban a un centavo de dólar y que el debía hacer muchas docenas en el mes para poder sacar el sueldo mínimo, aun con eso por ser muy rápido realizaba horas extras, aunque al momento del pago no les contaban todas, lamenta.
“Cuando empezaba en mis primeros trabajos en talleres, las personas me subestimaban por estar mu cipote, me pagaban menos a pesar de que mis pantalones eran mejores aun los mismos trabajadores decían ‘mirá los pantalones que hace el bicho’. Lo que más cuesta en un pantalón es la bolsa trasera, la de dos vainas, la mayoría puede decirlo yo que ya tengo 43 años de experiencia, todos me han dicho que esa parte es la más difícil; porque una vez hechas las bolsas ya está el pantalón”, explicó don Manuel.
Don Manuel detalla que además de la sastrería, él prestó el servicio militar durante siete años. Durante ese tiempo sufrió una lesión permanente en su brazo izquierdo, impidiendo la movilidad parcial de su extremidad. Cuando se retiró de su labor como soldado, comenzó a pensar que ya no podría confeccionar los pantalones y trajes como antes, que ahora le quedarían mal hechos, sin embargo, llegó a su casa, desempolvó la máquina de pedal que tenía ahí, comenzó a practicar, hasta recuperar su completa habilidad en la sastrería.
“Cuando yo salí del servicio militar allá por el 88, pensé ‘y ahora que voy hacer’, con un brazo que me impedía seguir trabajando y con seis años si haber practicado la sastrería; yo estaba muy temeroso si iba a poder continuar con mi oficio, pero no fue así, siempre podía, lo único que perdí fue la rapidez porque si antes me hacia 5 o 6 pantalones hoy hago 2 o 3, pero siempre bonitos y bien planchaditos, ya con eso me fui a seguir trabajando en maquilas”, manifiesta.
Cansado de sentirse explotado con un salario muy reducido y con hijos por mantener, don Manuel constantemente recibía comentarios de personas diciéndoles que iniciara su propio taller y fue así como se motivó a renunciar e inició su propio taller en el año 2000, lo recuerda muy bien dice porque aun la gente le pagaba con colones y dólares; ahora ya son 21 años desde que cuenta con su propio taller en donde dos de sus hijos han aprendido su oficio aunque actualmente no se dediquen al trabajo de su padre, pues él los impulsó a continuar con sus estudios.
“Yo logré sacar mi casa a través de los ingresos que obtuve en la sastrería, este no es trabajo nada fácil mientras otros tienen vacaciones o feriados, uno siempre está trabajando porque hay que sacar el pedido que el cliente ha hecho, pero los resultados son agradables y si uno se esfuerza dinerito siempre hay”, expresó.
Sin duda, don Manuel, es un ejemplo en la actualidad de un salvadoreño esforzado y trabajador, aun con sus limitantes físicas, él ha impulsado a su familia a una mejor vida, esforzándose cada día con un trabajo honrado y dejando su sello de calidad en cada ropa que confecciona o repara, pues asegura que por eso la gente lo continúa buscando.
Mientras muchos quizá piensen que oficios como el de la zapatería o sastrería ya no generan ingresos, o que han desaparecido, aún hay muchas familias que se mantienen con lo que en un momento aprendieron por obligación de sus padres, ese oficio es lo que les sigue llevando el pan hasta sus casas.
*Reportaje elaborado por Raquel García
Que bárbaro!!!! felicidades. Eso es ser hombre.
PARA QUE COMENTAR SI COMENTARIOS FABORABLES AL TEMA NO LOS PUBLICAN POR ORDENES DEL CAUDILLISMO CRIOLLO-EXTRANGERO DEL PAIS …..SIGAMOS COMO ESTAMOS.
Excelente reportaje.
Bonito reportaje, mas de estos reportajes así deben de hacer….promover lo positivo tambien
me gustaria saber si hara zapatos de futbol