Por: Julio Rodríguez
Son las 9:00 de la mañana. Sin que nadie diera ninguna instrucción, en el banco se formaron en la fila con más de un metro de distancia entre cliente y cliente para ingresar. Recién abrían la sucursal y la cantidad de usuarios no llegaba a los diez. Todos estaban enmascarados.
Salieron por necesidad con la cara cubierta que no se sabe si sonríen, andan serios o quizá sus rostros denotan preocupación. La máscara protege y cubre expresiones. Los empleados bancarios están en el mismo bando porque también tienen escondidas sus mejillas, nariz y boca. Todos hablaban lo necesario.
Una vez terminaron su gestión se lavan las manos con alcohol gel para no dejar huellas de la gestión, eliminar al enemigo y salir ileso de la actividad. Todos parecen que han entendido el mismo anuncio que recomienda que hacer después de haber tenido contacto entre humanos o tocar cosas.
Al salir los enmascarados vuelven a su casa. Ponen algo de música en el vehículo, pues viajan solos, sin compañía, sin una sonrisa cómplice de que el día está gris y podría llover. ¿O será que el cielo quiere llorar? Se pregunta más de alguno, cuya fe mueve montañas y acepta, muy creyente, que ¿Quizá Dios lo ha permitido para que se vean a los ojos y se vuelvan más humanos?
Este viaje les ha servido para reflexionar que hace una semana todo era tan normal. Los que limpian los parabrisas y se ganaban un par de monedas, hoy no están. No hay vendedores, ni indigentes, tampoco la del agua, los aromas de carro, nada. ¿Dónde están, como están haciendo para sobrevivir? Se preguntan.
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Una noticia interrumpe la música de la radio, que suena sin que hasta el momento la hayan siquiera tarareado. La radio fue solo una excusa para no viajar en compañía de la soledad. El periodista dice varias cosas. Que si aún discuten el préstamo para enfrentar la amenaza, que si la discusión es sobre el control de los gastos, que si amplían las medidas y que si se dará ayuda a los que más necesitan. Una sonrisa se dibuja bajo la mascarilla, es lo mismo de siempre, piensan para sí. “Estos no cambian ni en estas circunstancias” les remata el silencio que llevan a la par.
Al llegar a sus casas vuelven a descubrir sus rostros, dejan de ser anónimos. A algunos los reconocen sus familias y otros, que, viven solos, con un perro que una vez sin la máscara les mueve la cola dándoles la bienvenida. Es tiempo de pensar, en las cosas que antes eran normales y han dejado de serlo, nadie sabe por cuánto tiempo, eso, sólo Dios lo conoce, quién por hoy, solo observa, de que son capaces los enmascarados.
Ahora levantan la mirada al cielo y oran por los suyos, piden por ellos y sueñan con darles un abrazo cuando todo haya pasado, por ahora buscan ser felices con el presente que les une. Por eso su actitud es ser parte de los enmascarados y su fe es que todo pase pronto y todos estén bien cuando las máscaras hayan caído por un milagro.