Lars von Trier, Nació en Copenhague, Dinamarca, el 30 de abril de 1956, es uno de los creadores de Dogma 95, un movimiento cinematográfico con el cual se llama al regreso de historias más creíbles en la industria fílmica, que hace uso mínimo de los efectos especiales.
Pocas películas invitan tanto a ser llevadas al teatro como las de Lars von Trier: conflictos intensos, personajes tocados por la tragedia, atmósfera dramática… El ejemplo más claro es Dogville (2003), de clara raíz brechtiana, adaptada varias veces en distintos países (en España se estrenó una producción en 2011 y en mayo se verá otra en el Lliure).
No ha ocurrido así tanto con Bailar en la oscuridad (2000), aquella dolorosa historia en la que la cantante Björk interpretaba a una mujer ciega condenada a muerte tras una sucesión de infortunios de los que intentaba evadirse a través de la música, quizá porque el cineasta solo permite que se represente la adaptación del dramaturgo Patrick Ellsworth o tal vez porque es muy difícil trasladar a las tablas ese cielo musical alternativo en el que se refugia la protagonista.
Eso es lo que ocurre con la versión que acaba de estrenarse en Madrid bajo la dirección de Fernando Soto: apenas brillan las escenas de ensueño, esas que se supone que deben operar como contraste a la cruda realidad, cosa que aquí no ocurre.
A los números musicales les falta vuelo y casi no hay diferencia entre ambos universos, sea el cielo o el infierno. El espectáculo, no obstante, mejora a medida que avanza la tragedia: los momentos dramáticos están bien resueltos y logran, como la película original, que el patio de butacas se llene de lágrimas.