El pakistaní Sabir Masih, de 34 años, viene de familia de verdugos y tiene a sus espaldas las ejecuciones de cerca de 300 presos en la ciudad de Lahore. «Es una rutina para mí y no me arrepiento de haber ahorcado a tanta gente. Yo solo cumplo órdenes», indicó Masih a la agencia EFE.
«Me gusta esta profesión porque es la profesión de mi familia. Estoy contento con lo que hago y no siento ninguna incomodidad», dice orgullosamente Masih, cuya familia se dedica a este trabajo desde hace seis generaciones.
Masih ejecutó a su primer preso en 2006, cuando tan solo tenía 22 años, ya que su padre, también verdugo, fue enviado a trabajar en otra ciudad. Relata que no sintió miedo ante su primer trabajo porque ya había presenciado una ejecución anteriormente.
«No sabía nada en ese momento. Solo había visto colgar a un hombre ante mis ojos una vez. Vi a [mi maestro] atar un nudo una vez, la segunda vez lo hice yo mismo», cuenta el verdugo, citado por la cadena Al Jazeera, que tilda a Masih de «el ángel de la muerte de Pakistán».
Masih trabajó como verdugo hasta 2008, cuando las autoridades pakistaníes impusieron una moratoria sobre la pena de muerte. Mientras estuvo vigente la moratoria, Masih siguió percibiendo su salario, pero como empleado público de prisiones.
El ex primer ministro Nawaz Sharif decidió poner fin a la moratoria después de que integrantes del movimiento talibán mataran a 125 estudiantes de una escuela en Peshawar en diciembre de 2014. Pocos días después, Masih volvió a su trabajo rutinario.
Desde entonces, en el país han sido ahorcados más de 500 convictos. Organizaciones de derechos humanos critican a Pakistán por violar las normas internacionales tras convertirse en uno de los principales países que recurren al ahorcamiento como pena capital. Además, de acuerdo con organizaciones locales, problemas en el sistema judicial a veces llevan a la ejecución de personas inocentes
parace salvadoreño con esa cara de criminal, hahahahahha y salvaje y aborigen