La vida de Diana Jiménez son los volcanes: trabaja y vive para entenderlos. Nació en el sur de El Salvador, en la ciudad de San Miguel, a escasos kilómetros del cráter de Chaparrastique —también llamado por el nombre del municipio— . Desde pequeña ha convivido con las explosiones continuas “sin que, en general, llegaran a representar una amenaza grave para la población”. Ahora desde la Universidad de Gerardo Barrios estudia su comportamiento para que el día en que llegue una fuerte erupción, si llega, el país esté preparado para afrontar la crisis; para evitar catástrofes como la que vivieron esta semana los guatemaltecos tras la erupción del Fuego, que dejó a su paso 109 muertos, 197 desaparecidos y más de 1,7 millones de afectados.
El Fuego y el Chaparrastique son tan solo dos de los más de 100 cráteres que se alzan en la zona volcánica de Centroamérica, que forma parte del cinturón de fuego —la franja de contacto de placas que delimitan el océano pacífico y que, como consecuencia, es muy activa a nivel volcánico—. Sea aquí o en cualquier otra parte del mundo, siempre hay alguna erupción en curso, pero es imposible de predecir cuándo ocurrirá. La letalidad dependerá de la capacidad del país para estudiar cómo puede explotar y actuar en consecuencia
Todos los años, entre 50 y 70 volcanes entran en erupción alrededor del mundo, y la única manera de conocer su envergadura es a través del estudio de los posibles escenarios eruptivos, explica Diana Jiménez desde el despacho de dirección del Institut de Ciències de la Terra Jaume Almera (ICTJA). Ha llegado esta semana a Barcelona desde El Salvador, después de que su vuelo se retrasara casi dos días debido a la columna de humo y ceniza que arrojó el Fuego. Trabaja mano a mano con el ICTJA y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas para emplear nuevas técnicas de análisis que le permitan dibujar los posibles recorridos de la explosión de su volcán, el Chaparrastique.
Es en el análisis de los diferentes escenarios de explosión donde reside la capacidad de reacción y, sobretodo, de prevención. “En base a otras explosiones se predice por dónde puede caer el flujo piroclástico -una mezcla de gases volcánicos, ceniza y roca que se desliza ladera abajo a una velocidad de hasta 200 kilómetros por hora-”, explica Jiménez. En el despacho también se encuentra el director del ICTJA, el profesor José Luis Fernández, que insiste en que “nunca se sabe cómo va a ser una nueva erupción pero tener un registro de las anteriores ayuda a hacer una aproximación, porque más o menos todas van a ser del estilo”.
El contexto geológico y la composición del magma son los factores determinantes del tipo de erupción. Los volcanes situados al borde de una placa tectónica como es el caso del Fuego o el Chaparrastique – o del resto que hay a lo largo del cinturón de fuego- “acostumbran a ser mucho más explosivos y expulsan flujos piroclásticos”, cuenta Fernández. En cambio los del archipiélago de Hawái, igual que ocurre en las Canarias, se encuentran en el interior de placa, suelen ser menos explosivos y como consecuencia mucho menos peligrosos. Imágenes como las que han dado la vuelta al mundo estos días, donde un río de lava avanza poco a poco por la isla y arrolla todo lo que se encuentra por el camino difícilmente se podrían gravar en Centroamérica.
El profesor prosigue su explicación: “Se pueden producir pérdidas materiales pero el proceso es tan lento que da tiempo a evacuar la población”. Los ríos de magma avanzan a cientos de metros la hora mientras que las nubes ardientes -como en el caso del Fuego- llegan hasta 200 kilómetros la hora. “No hay forma de huir”, concluye.
La única manera de hacer frente a una erupción así es estar preparado: formar a la población, construir viviendas e infraestructuras teniendo en cuenta el peor escenario y tener un protocolo de emergencias. Y esto se convierte en una auténtica odisea en países como Guatemala y El Salvador: “Más allá de la gran cantidad de volcanes que hay, es muy difícil decirle a la gente que se traslade; son personas humildes que viven de la agricultura, el clima y la energía de la tierra volcánica y que además están acostumbradas a que las explosiones sean inofensivas”, explica Jiménez.
La envergadura de una erupción no guarda relación alguna su letalidad. El volcán Fuego no es, ni mucho menos, de los más explosivos que hay ni en Centroamérica ni en el mundo. Hace un recuento rápido: “entre el gobierno y la Universidad, en mi país solo hay cinco personas dedicadas a conocer bien la actividad volcánica del país”. En un par de años Diana habrá terminado sus estudios y será la primera mujer doctorada en esta especialidad en El Salvador. Ella lo tiene claro: “lo que falta en Guatemala, y en Centroamérica en general, es un protocolo para la gestión de riesgos que permita evitar este tipo de catástrofes”.
*La Vanguardia
Los protocolos (planes, políticas, etc.) sobre riesgo de desastres existen y de sobra, el asunto es que no se aplican. Estos científicos locos se dedican a estudiar los volcanes en base a las erupciones pasadas, es decir, en realidad son historiadores especulativos que poco abonan a la solución del problema con sus frases y verdades de perogrullo