Para los fieles católicos, el 1 y 2 de noviembre, Día de Todos los Santos y conmemoración de todos los Difuntos (o Todos los Muertos, como se la conoce comúnmente), son días de gran importancia. Por supuesto que ese grado de vivencia varía según la región del mundo. Su origen hay que rastrearlo en la historia de la propia Iglesia.
Entre los primeros cristianos se acostumbraba a celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar del martirio. Pero como muchos eran martirizados al mismo tiempo, se debía aplicar un mismo día para la memoria de todos ellos. Las persecuciones contra los cristianos eran muchas y cada emperador romano acrecentaba el número de mártires y aumentaba la crueldad de los castigos. Por tanto, llegó el momento que el mismo día poseía varias memorias para recordar. La Iglesia consideró que cada mártir debía ser venerado y comenzó a pensar en un día en común para todos.
La Iglesia de Oriente celebraba una fiesta en honor de todos los Santos desde el año 359, según narran las crónicas de san Efrén en Carmina Nisibona, y san Atanasio en sus Epistulae Syriacae. La fecha estaba fijada el 13 de mayo para las iglesias de Siria y el primer domingo después de Pentecostés para las de Antioquía, según san Juan Crisóstomo. Esta fecha, domingo de la octava de la Pascua de Pentecostés, continuó usándose entre las iglesias de rito bizantino como solemnidad de todos los santos.
Pero en la Iglesia latina fue distinto. Al concederse la libertad a la Iglesia luego del “edicto de Milán” con el emperador Constantino, los templos dedicados a los dioses paganos se reconvirtieron en cristianos. El famoso templo del Panteón en Roma, originalmente dedicado al culto de todos los dioses del imperio romano, cayó en desuso a finales del siglo IV. En el 608 el emperador Focas lo donó al papa Bonifacio IV quien lo transformó en iglesia, el 13 de mayo de 610, bajo la advocación de Santa María la Rotonda. Y el papa Gregorio III (731-741) consagró una capilla en el Vaticano para dar culto a los santos que antes eran honrados en los cementerios y catacumbas que se extendían por toda Roma y lugares cercanos.
Los santos eran proclamados a viva voz por la asamblea y al comienzo de la Iglesia la santidad era otorgada solo por el martirio. No obstante, debía investigarse mediante un examen riguroso todas las circunstancias que habían acompañado su sacrificio, el carácter de su fe y los motivos que las habían animado, de forma que pudiera evitarse el reconocimiento a quienes no merecieran tal título. Fue recién en 1588 que el papa Sixto V ideó un proceso jurídico con investigaciones sobre la fama de santidad, las vivencias de las virtudes en grado de heroicidad por parte de los candidatos y ese proceso fue puesto en manos de la “sagrada congregación de ritos”. En 1969 el papa Pablo VI creará la Congregación para la causa de los santos (entiéndase el término “congregación” equiparable a “ministerio” en un gobierno) y las normas de la congregación fueron reformadas en 1983, bajo el pontificado del papa Juan Pablo II con la constitución apostólica “divinus perfectionis magister”.
Pero regresemos unas épocas atrás. En el siglo IX el papa Gregorio IV trasladó gran número de cuerpos de mártires desde las catacumbas y volvió a consagrar la iglesia el 1 de noviembre de 835 denominándola “Santa María ad Martyres”. Es ese día en el cual aparece la primera mención de esta fecha como la de un “memento martirorum” es decir un recuerdo de muchos mártires. Será este Papa quien extienda la festividad a todos los pueblos. Especialmente se hará con los países de cultura celta que celebraban el “Samhain”. Allí sirvió también como celebración del final de la temporada de cosechas, el año nuevo y el comienzo de la época invernal. Ese día. para la cultura celta, los muertos volvían a visitar a sus familiares y amigos.
Aunque la festividad de todos los santos y la conmemoración de todos los difuntos de los cristianos comenzó a desplazar la festividad de “Samhain”, no lo hizo del todo. Quedó muy viva en la nación celta, y en la víspera del día de la fiesta de todos los santos, sobre todo en la región de habla inglesa, se festejó como “All Hallows ‘evening”. El vocablo se contrajo a “Halloween”, celebración muy popular actualmente y que ha perdido su sentido volviéndose comercial.
En la región celta de España, es decir Galicia, esa noche se celebra “la noite Meiga” sobre todo en la ciudad de Rivadabia, Ourense. Todas estas celebraciones ancestrales nada tienen que ver con el demonio ni su corte como insisten con vehemencia en proclamar desde algunos púlpitos sacerdotes y pastores.
Hoy en día, la fiesta de Todos los Santos celebra y recuerda a todas aquellas personas que, aunque no están canonizadas oficialmente por la Iglesia, damos de hecho que gozan de la presencia de Dios y participan -según la doctrina católica- de una unión entre los vivos y los muertos por medio de una comunión que alcanza un grado de espiritualidad a través de la oración.
Si bien la fiesta de Todos los Santos se celebra casi igual en la Iglesia de rito latino, la conmemoración de los fieles difuntos es totalmente diferente de un país al otro y, dentro del mismo país, de una región a otra.
En el siglo IX aparece la conmemoración litúrgica de los difuntos, herencia de la costumbre monástica del siglo VII de dedicar un día completo de oraciones y plegarias por el eterno descanso de los monjes fallecidos y de los bienhechores de las diversas órdenes. Esta práctica ya estaba presente en la iglesia de rito bizantino, que celebraba a los difuntos el sábado anterior al inicio de la cuaresma o en un período entre finales de enero y el mes de febrero.
En el año 809, el obispo de Tréveris Amalario Fortunato de Metz incorporará la memoria litúrgica de los difuntos para que sean celebradas misas en toda su diócesis al día siguiente de la dedicada a los santos. El Abad de Cluny Odilón di Mercoeuren, en 998, fijó la solemnidad para el 2 de noviembre en todas las abadías de la orden e incorporó una novena previa, conocida como la “novena de los difuntos”, que comenzaba el 24 de octubre. La idea se difundió por todos los monasterios de la orden y fue adoptada por Roma en el siglo XVI. De ahí, se diseminó por el mundo entero.
Hubo un acuerdo general en muchas confesiones cristianas para conmemorar, en el mismo día, la misma celebración en recordación de los fieles difuntos. Las principales iglesias cristianas ortodoxas, las de la unión de Utrecht, la comunión anglicana y la Iglesia católica acordaron tener el mismo calendario y días de celebraciones religiosas y santoral para facilitar la asistencia a sus feligreses a sus respectivas celebraciones.
Por supuesto, una parte importante del ritual es visitar el cementerio. Pero cada región lo vive de manera diferente. En las grandes metrópolis, esa costumbre se está perdiendo, sobre todo porque el culto a los muertos está desapareciendo: la incineración es lo más común.
Toda esta celebración festiva por la muerte no es más que un rito de conjuro de lo inevitable. Es decir, dado que el hecho de morir es común a todos, más vale que nos riamos de ella porque inexorablemente va a llegar.
En la Argentina, el día de difuntos era feriado nacional y las multitudes se agolpaban para visitar las tumbas de sus seres queridos. La dictadura quitó el feriado y quiso borrar toda memoria de esta conmemoración. No obstante, la gente seguía concurriendo a los cementerios. De todas maneras, este día se vive de diferente forma en la región del noroeste que en el litoral, el centro o el sur. En los pueblos y ciudades de las provincias, el Día de Todos los Muertos sigue siendo muy respetado y recordado. Las personas concurren a los cementerios a visitar a sus seres queridos, llevar flores, arreglar sus tumbas y solicitar oraciones en las misas por ellos.
Lo antropológicamente interesante es cómo se recuerda la fecha de acuerdo a escala social. La docente Beatriz de Dios, investigadora de la Universidad Nacional de San Luis, describe un claro ejemplo. La capital puntana tiene dos cementerios: el Central o “de San José” y el cementerio del Oeste o “Del Rosario”. En el cementerio de San José solo se permitieron bóvedas y panteones, dado que quedó dentro del ejido de la ciudad. Esta necrópolis pasó a ser conocida popularmente como “el Cementerio de los ricos”; el cambio el cementerio del Rosario era en su gran mayoría de sepulturas en tierra; y pasó a denominarse el “cementerio de los pobres”. En el cementerio del Rosario o del oeste el día de difuntos se llenaba de gente, de flores de todos colores, de música y narran las crónicas que esos días, a principios del S. XX, se instalaban carpas con comida, bailes y guitarreadas en honor a los muertos. Es decir: el cementerio cobraba vida. En cambio, en el cementerio de San José reinaba el silencio, la introspección y la meditación. Así vemos como la pauta social también marcaba esta celebración.
En nuestro continente, lo más destacable de esta fecha es la celebración del Día de Difuntos en Centroamérica. No solo México, sino en todo Centroamérica la conmemoración es similar. En lugar de lutos y crespones negros es una fiesta muy colorida y divertida.
En México, en la noche del Día de los Santos se concurre al cementerio a acompañar a los muertos que regresarán. En los camposantos se prenden velas de todo tamaño, se llenan de flores y los familiares que pueden se quedan toda la noche en él, comiendo, tocando música y bailando por el regreso de los difuntos.
También en las casas se realizan caminos con las flores de Cempasúchil, se arman los “altares de muertos” con las fotos de todos los difuntos y se colocan ofrendas de tamales, pulque y camote y las comidas preferidas de los difuntos. También se adornan los recintos con papel con formas de calaveras, flores y otros motivos tradicionales. Lo común es regalar dulces de azúcar en forma de cráneo con el nombre de la persona grabada en la frente, o panes con forma de esqueletos. Hay desfiles públicos y carrozas, en los que se verá la famosa “Catrina”, personaje creado por José Guadalupe Posada Aguilar, un grabador, ilustrador y caricaturista mexicano, célebre por sus dibujos de escenas costumbristas, folclóricas, de crítica socio-política y por sus ilustraciones de “calacas” o calaveras.
Toda esta celebración festiva por la muerte no es más que un rito de conjuro de lo inevitable. Es decir, dado que el hecho de morir es común a todos, más vale que nos riamos de ella porque inexorablemente va a llegar.
La investigadora Elsa Malvido, quien trabajó durante 44 años en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, y fue una de las más reconocidas investigadoras de la dirección de estudios históricos (DEH) del INAH, donde coordinó el taller de estudios sobre la fiesta de muertos, advierte que dicha celebración como se realiza en ese país apareció a mediados del siglo XX y sería una versión americana de prácticas culturales cristianas que se remontan a la Edad Media y no al periodo prehispánico mesoamericano. Y que el altar de muertos fue un invento impulsado por el gobierno de Lázaro Cárdenas, presidente de México entre el 1 de diciembre de 1934 y el 30 de noviembre de 1940, que prendió con gran fuerza en la cultura mexicana.
Sea como fuere, el Día de todos los Santos y la conmemoración de Todos los Difuntos no hacen más que recordarnos que la muerte es inexorable y por más que tengamos dinero, poder o belleza, llegará. Al fin y al cabo, al final de la partida de ajedrez el peón y el rey serán guardados en la misma caja.
es un paganismo de la iglecia catolica