Un nuevo convoy de ayuda entró el martes en las zonas rebeldes del norte de Siria ocho días después del terremoto que la Organización Mundial de la Salud calificó de la «peor catástrofe natural en un siglo en Europa» y cuyo saldo en Siria y Turquía se acerca a los 40,000 muertos.
Más de una semana después del sismo de magnitud 7,8, las esperanzas de encontrar personas con vida bajo los escombros se desvanecen, por lo que la atención se centra ahora en proporcionar alimentos y refugio a los damnificados.
Pero activistas y equipos de emergencia en el noroeste de Siria han criticado la lenta respuesta de la ONU en las áreas controladas por los rebeldes, en contraste con los aviones cargados de ayuda humanitaria que han llegado a los aeropuertos controlados por el gobierno.
En Siria, por primera vez desde 2020, un convoy de ayuda entró el martes en las zonas rebeldes del norte a través del paso fronterizo de Bab al Salama con Turquía, indicó un periodista de AFP.
El convoy está compuesto por 11 camiones de ayuda humanitaria de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), dijo un portavoz de esta organización de las Naciones Unidas en Ginebra.
La preocupación crece en ambos lados de la frontera por los damnificados, sobre todo por los niños, entre los cuales más de siete millones habrían sido afectados, según Unicef, que expresó su temor de que hayan muerto «muchos miles» más.
«Está claro que los números seguirán creciendo», dijo en Ginebra James Elder, portavoz del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Por su parte el secretario general de la ONU hizo un llamamiento a donaciones de casi $400 millones para hacer frente durante «tres meses» a las «necesidades inmensas» de las poblaciones víctimas del terremoto en Siria.
«Todos sabemos que la ayuda que salva vidas no entra en la velocidad y escala necesarias», afirmó.
El balance oficial más reciente es de 39,106 muertos, 35,418 en Turquía y 3,688 en Siria.