El Barcelona no podía con Los Leones de San Mamés, en el Camp Nou. Le costaba. Sufría, perdía por ese gol de Oscar De Marcos, uno de los emblemas del Athletic de Bilbao en los tiempos de Marcelo Bielsa. Ahora también soldado de Eduardo Berizzo, en su nueva aventura por el fútbol español, tras los días felices en Celta.
Entonces, a los 10 minutos del segundo tiempo, ofreció la mejor de sus cartas. El as. El que no falta casi nunca. Salvo urgencias de Champions League (jugará el miércoles por la segunda fecha del Grupo B frente al Tottenham Hotspur, de Mauricio Pochettino, en Wembley). Reemplazó a Arturo Vidal.
Quedaba una impresión: otro partido estaba en marcha…
Y algo de eso sucedió: Messi le dio otro impulso al equipo. Y en ese tramo armó una jugada que merecía ser gol. Combinación de pases rápido con Jordi Alba, remate fortísimo de zurda. Palo.
Había más. El mago de Rosario surgió otra vez por la izquierda. Amagó, buscó, creyó. Y en un espacio breve repleto de rivales ofreció una asistencia. Y entonces, apareció Munir El Haddadi para el 1-1.
Messi insistió, brindó otro pase relevante que pudo haber culminado en gol de Iván Rakitic. No pudo ser. No le gustó irse así del Camp Nou. Lo contaba su cara. Quería ganar.
Detalle raro que ofrecen los números de la campaña: el Barcelona, defensor del título en la Liga, sumó apenas dos de sus últimos nueve puntos. La cara del Diez Capitán contaba mucho de eso.