Cuando alguien escribe b-i-l en la barra de búsqueda, el navegador rápidamente completa “Bill Gates” entre las tres primeras sugerencias. Sus actividades filantrópicas desde la Fundación Bill & Melinda Gates, la organización privada de beneficencia más grande del mundo, crean titulares varias veces por semana, sobre todo en lo que se refiere a la carrera por una vacuna contra el COVID-19. Basta con que recomiende algún libro —leer, sobre todo no ficción, es su actividad favorita— para que lo convierta en best seller. En realidad, basta con que este gran nombre de la tecnología hable sobre cualquier cosa para que se vuelva instantáneamente popular.
Acaso por eso mismo —el movimiento pendular del impacto que el éxito de alguien tiene en los demás— es también blanco de críticas constantes, y últimamente se ha convertido en una de las némesis favoritas de las teorías conspirativas. Desde que a los 31 años se convirtió en el millonario más joven del mundo, ha sido un número fijo en las listas globales de los más ricos e influyentes. En estas semanas, además, se ha hablado mucho de su gestión en Microsoft, la empresa más grande de software, de la que fue cofundador a los 19 años, por la demanda de las autoridades de Estados Unidos contra Google parece una segunda iteración de aquel proceso por monopolio entre 1998 y 2000, en el que Gates, entonces director ejecutivo de la empresa, fue un vocero activo y altivo.
Estas semanas, sin embargo, la vida pública de Gates parece cederle el paso a la privada. Acaba de anunciar un nuevo libro, que se publicará en febrero de 2021, sobre una de las cuestiones que lo obsesionan, el cambio climático: How to Avoid a Climate Disaster: The Solutions We Have and the Breakthroughs We Need. Y pocas semanas antes de su cumpleaños número 65, que celebra el 28 de octubre, su padre murió, a los 94 años, tras padecer Alzheimer. “La próxima vez que alguien te pregunte si eres el verdadero Bill Gates, diles que tú tienes todo lo que el otro se esfuerza por lograr”, lo elogió en el pasado.
Ese hombre, un abogado, que lo crio con Mary Gates, miembro del consejo rector de la Universidad de Washington, fue el gran acicate para una de las características más visibles, y de mayores consecuencias en la vida, del fundador de Microsoft: la curiosidad. Bill Gates II escribió largamente sobre ese rasgo hace 15 años, en una carta por los 50 de su hijo famoso, Bill Gates III, quien hasta hoy guarda las páginas como una de sus posesiones más valoradas.
Porque, ¿qué otra clase de bienes puede atesorar alguien que, según Forbes, tiene una fortuna de casi $115.000 millones?
En la casa de Seattle donde creció con sus hermanas, Kristi y Libby, había mucho estímulo intelectual, mucho aliento y sobre todo mucha paciencia, recordó. “Como otros niños, no solo jugábamos con nuestros juguetes sino que los modificábamos”, mencionó cómo surgió la semilla de su inventiva. “Si alguna vez has visto cómo un niño con una caja de cartón y unos crayones crea una nave espacial con unos paneles de control geniales, o si lo has escuchado improvisar reglas, como ‘los autos rojos tienen ventaja’, entonces conoces este impulso de hacer que un juguete vaya más allá, algo central al juego innovador de los niños. Es también la esencia de la creatividad”.
Gates cree que tuvo “mucha suerte” de haber sido el hijo de Bill y Mary, porque recibió de ellos confianza y comprensión constantes, que, a la hora de tomar decisiones que cambiarían su vida —y, aunque no podía saberlo, también el mundo—, le permitieron tener la seguridad y el arrojo en su inventario habitual. “Siempre supe que su amor y su apoyo eran incondicionales, incluso en mis años de adolescencia, cuando chocamos. Sin dudas esa es una de las razones por las cuales me sentí a gusto asumiendo grandes riesgos en mi juventud, como dejar la universidad para empezar Microsoft con Paul Allen. Sabía que ellos estarían en mi cuadrilátero si yo fallaba”, escribió.
No falló. Esa vez, al menos: considerando que escribió su primer programa a los 13 años, es natural que lo haya hecho numerosas veces antes de fundar Microsoft con Allen, su amigo de la infancia. Había sido un niño introvertido, al que le interesaban más las enciclopedias que las personas, o al menos lo hacían sentir más seguro. Solía aburrirse con facilidad y recluirse en sí mismo de tal manera que los padres temieron que se convirtiera en un solitario. Lo inscribieron en una escuela privada, Lakeside, pensando que recibiría más atención de los maestros.
Lakeside hizo un acuerdo con una empresa local para que los estudiantes pudieran acceder a sus computadoras durante algunas horas por semana; eran aparatos enormes, costosos, donde se creía que residía el porvenir. El programa interesó a tantos niños que el Club de Madres reunió fondos para comprar una terminal que quedara en la escuela, y Gates se hubiera ofrecido a limpiarla si el puesto hubiera estado disponible, con tal de pasar más tiempo con la máquina. En ese teletipo escribió su primer programa en el lenguaje BASIC: un juego.
Ya en el secundario se desempeñaba tan bien en la terminal que se integró a un grupo de informática donde también estaba Allen, dos años mayor que él. Allí participó de la creación de un sistema para automatizar la liquidación del salario de los trabajadores de la escuela. También fue uno de los desarrolladores de Traf-O-Data, un sistema para medir el tránsito, que vendieron a los Gobiernos municipales aledaños por USD 20.000: fue el primer ingreso propio de Gates.
Eran los años de inocencia de la tecnología, cuando ser nerd no era algo genial y ningún padre pensaba que el hobby de hacer cosas en la computadora fuera un buen futuro profesional (mucho menos, financiero) para sus hijos. Eso más o menos le dijeron Bill y Mary Gates cuando él les contó que quería comenzar su propia empresa con su amigo Paul: por supuesto, qué idea hermosa, claro que solo realizable una vez que terminase el secundario e ingresara a la universidad y se graduara de abogado.
Gates comenzó a estudiar en Harvard, en Boston, al otro extremo de la geografía estadounidense; también Allen se encontraba allí: luego de abandonar sus estudios en la Universidad del Estado de Washington, se había sumado como programador de Honeywell para explorar el campo de algo llamado microcomputadoras, que con el tiempo se popularizarían como computadoras personales o PC. Aunque la imagen de su padre era muy inspiradora, también lo fue la de Allen. Y, sobre todo, las ciencias le interesaban más a Gates, que pronto dejó las materias que lo orientaban hacia el derecho para estudiar matemática e informática.
Allí estaba, en el dormitorio universitario de los nerds, cuando pensó en un programa que sirviera a las PC en las que trabajaba Allen. Un día de 1975 llamó a MITS, fabricante pionero de computadoras personales, para venderle un software. Ed Roberts, presidente de MITS, pidió una demostración; Gates y Allen pasaron dos meses en el laboratorio de informática de Harvard para presentar lo que habían dicho que tenían, pero que hasta entonces no había salido de sus cabezas.
Allen, por ser el mayor, viajó a la sede de MITS para mostrar en un modelo Altair el programa que habían escrito pero nunca habían puesto a prueba. Todo salió bien. Les pagaron USD 3.000, más royalties, por su programa; Gates les explicó a sus padres que sería solo una cuestión de meses, que le alcanzaba una breve licencia de los estudios para cementar algo que había comenzado a llamar Micro Soft.
El programa se popularizó aunque no como Gates esperaba: aquellos que tenían una computadora como un hobby comenzaron a compartirlo en lugar de comprar una copia cada uno. Con Allen decidió registrar Microsoft, el producto y la marca, en 1976. Empezaron a ganar dinero. En cuestión de un año, Gates necesitó otra licencia de sus estudios para establecer las oficinas centrales de la empresa en Albuquerque, Nuevo México. En 1978 las ventas de Microsoft excedieron USD 1 millón.
Pero como Roberts había vendido MITS, harto del negocio y un poco fatigado por el carácter combativo de Gates, Microsoft se topó con la necesidad de diversificarse. Mientras iba a juicio con el nuevo dueño de MITS, consiguió nuevos clientes: otras empresas informáticas que necesitaban una gran diversidad de programas para sus operaciones. Con casi 25 empleados, Gates y Allen mudaron las oficinas a Bellevue, cerca de Seattle. En 1979 las ventas habían llegado a USD 2,5 millones.
El negocio, sin embargo, era lo suficientemente pequeño todavía como para que Gates, con una sombra de obsesión, revisara —y corrigiera, en caso de necesidad— cada línea de código. Pero todo cambió cuando en el escenario de clientes apareció IBM, el principal productor mundial de computadoras.
Era noviembre de 1980; Gates tenía 25 años y ni siquiera los representaba. Aunque llegó a la reunión sobre software capaz de operar la inminente PC de la compañía, en noviembre de 1980, de la mano de su madre —era el contacto con el miembro de la junta corporativa— y cuenta la leyenda que un ejecutivo lo confundió con un asistente y le pidió un café, logró impresionar al panel empresarial. Solo él sabía que su sistema operativo no era compatible, pero antes de llegar de regreso a las oficinas de Microsoft, pensó la solución: compró la licencia exclusiva de otro, que sí serviría, para trabajar con él.
Pagó USD 50.000 y, tras adaptarlo a las necesidades exactas de la PC, lo vendió a IBM en exactamente la misma cifra. IBM pidió acceso al código del sistema operativo; Gates se negó y creó así su modelo de negocio hasta la fecha: le propuso a la compañía que pagara una licencia por las copias del software que se vendía con sus computadoras. Así el MS-DOS se podría vender a otros fabricantes que clonaran la PC, y vaya si eso sucedió. Microsoft también lanzó una versión para las flamantes máquinas Apple II, llamada Softcard.
Sin embargo, la rivalidad entre Microsoft y Apple, que es como decir la de Gates y Steve Jobs, estaba destinada a prevalecer. Si bien la colaboración en esos años —1980, 1981— condujo a algunos productos compartidos, el sistema de Macintosh se mostraba como una amenaza para el MS-DOS, y más temprano que tarde las compañías se alejaron y, aunque Gates postergó varias presentaciones de un sistema operativo que usara una interfaz gráfica operable con íconos y un mouse, en lugar de la engorrosa sucesión de órdenes escritas en el teclado, por fin Windows vio la luz en 1985.
Eso marcó su brutal absorción del mercado, aunque también causó una seguidilla de juicios. En 1989, cuando Microsoft asestó un segundo golpe comercial equivalente, el lanzamiento de las herramientas de trabajo MS-Office, que unió Word y Excel en un solo sistema, a nadie le importaba ya que Gates y Jobs tuvieran cada uno un muñequito de vudú del otro.
Poco antes, Allen fue diagnosticado con un linfoma de Hodgkin y debió abandonar Microsoft; si bien sobrevivió a ese ataque de la enfermedad en 1983, tuvo una recaída en 2009, a la que también se sobrepuso; sin embargo, una tercera aparición, en 2018, fue mortal. Tenía 65 años y, si bien se había distanciado de Gates, su ex socio lo recordó con gratitud: “Microsoft nunca hubiera sucedido sin Paul”, escribió en su blog, GatesNotes. “Cuando pienso en Paul, recuerdo a un hombre apasionado que quería mucho a su familia y amigos. También a un brillante tecnólogo y filántropo que quería lograr grandes cosas, y lo hizo”.
Lo cierto es que sin Allen y con Windows, Bill Gates comenzó a convertirse en Bill Gates. Fueron sus años de esplendor: jornadas de trabajo apasionado, la fama de Microsoft, sus primeros USD 1.000 millones. En marzo de 1986 Microsoft comenzó a cotizar en bolsa a USD 21 por acción, y Gates se convirtió, de manera instantánea, en millonario: a los 31 años, tenía el 45% de una empresa de USD 520 millones. Por el crecimiento de la compañía y sucesivos aumentos de la base de acciones, en 1987 Gates cruzó el umbral de los multimillonarios.
En julio de 1995, a los 39 años, ascendió al número 1 en la lista de los más ricos del mundo, con un patrimonio de USD 12.900 millones. Fue el año del lanzamiento del navegador de Microsoft, Explorer, la punta del iceberg en la apertura de la empresa al negocio de internet. En 1999 el valor de Gates llegó a los USD 101.000 millones.
También fue el tiempo de su encuentro con Melinda French. Ella había comenzado a trabajar en Microsoft en 1987, como gerenta de producto, y por ese puesto viajó a una reunión corporativa en Nueva York. Llegó justo a tiempo a la primera cena: solo quedaban dos sillas vacías. Se sentó en una; a los pocos minutos Bill Gates entró a la sala y se sentó en la otra. Al terminar él, la invitó a sumarse a un grupo de personas que iban a bailar. Pero ella tenía otros planes con una amiga.
Se volvieron a encontrar varios meses más tarde, en el estacionamiento de Microsoft; él le preguntó si quería salir a comer una de esas noches. A ella le pareció una buena idea. “¿Tal vez dentro de dos semanas?”, tanteó él. Quién sabe si por desilusión o por sinceridad, ella le dijo “Qué sé yo qué voy a estar haciendo dentro de dos semanas, eso me resulta realmente tan poco espontáneo”.
Al rato, Gates la llamó: “Hola. ¿Ahora sería lo suficientemente espontáneo para ti?”. Fueron a tomar una copa. Se casaron en 1994 y tuvieron tres hijos, Jennifer, Rory y Phoebe, que no pudieron acceder a sus propios teléfonos celulares hasta cumplir 14 años y que heredarán USD 10 millones cada uno, lo cual es una montaña de dinero, pero no tanto cuando se juega en la liga de los multimillonarios. La familia vive en la mansión llamada Xanadu 2.0, sobre el lago Washington, en Medina, de USD 54 millones.
Aunque apenas habían comenzado su relación, Melinda fue su sostén durante los años tormentosos de las investigaciones federales contra Microsoft por monopolio. En 1998, cuando comenzaron las acciones, Gates tenía un nivel de exposición mucho mayor al que hoy tienen Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, y se encontraba en Bélgica, camino a una reunión de líderes empresarios y gubernamentales del mundo, cuando un hombre le asestó un pastel de crema en la cara como una performance “contra el poder jerárquico”.
Gates habló de esos años con The Wall Street Journal: “Cuando la tecnología ganó importancia, con la computadora personal e internet, hubo ciertamente una dualidad, por la cual la gente decía ‘Dios mío, esto es algo brillante’, pero también me miraban a mí, o a otros líderes de la industria, y preguntaban ‘¿Qué motiva su trabajo? ¿Entienden los posibles efectos secundarios negativos?’”. Siempre se sintió la encarnación perfecta de esa dualidad, siguió: “Por algunas medidas yo era extremadamente popular y por algunas medidas yo era extremadamente… ya se sabe, a la gente le preocupaba lo que Microsoft estaba haciendo”.
Más importante que el pastel belga o la mirada de la ciudadanía le resultaron las acciones legales de 19 gobiernos estatales, el Departamento de Justicia y la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos, que imputaron a Microsoft un abuso de poder en el campo de las computadoras personales por la venta de su sistema operativo, Windows, y del navegador, Explorer. Se acusó a la empresa de tocar sus interfaces de aplicaciones para favorecer a Explorer sobre otros navegadores; se buscaron posibles acuerdos con compañías como IBM que hubieran resultado restrictivos para la competencia. La fiscalía llegó a pedir la división de la empresa.
Al cabo del proceso, en el que Gates fue un vocero controversial y testarudo, Microsoft aceptó habilitar a la competencia el código de Windows y eliminar cualquier elemento que favoreciera a Explorer; luego de una serie de apelaciones, negociaciones y pagos millonarios, Microsoft siguió adelante. Es verdad que Gates dejó de ser el director ejecutivo de su empresa en 2000, pero en 2001 la compañía abrió una rama que tendría importancia capital con el sistema de juegos, Xbox.
Hasta el día de hoy, Gates insiste en que las autoridades “estaban completamente equivocadas”, según recordó ante WSJ.
Desde entonces, de algún modo, parece haberse ido retirando de a poco, aunque él lo ve más bien como un cambio de oficio, otro ajuste en la vocación. En 2008 dejó el puesto que se había reservado tras renunciar como CEO, el de director de software, y se mantuvo a cargo de la junta directiva, pero también eso abandonó en 2014. Retuvo un asiento en el organismo, y como asesor de su compañía mientras vendió o donó buena parte de sus acciones, hasta quedarse con el 1% de Microsoft en la actualidad, entre otras inversiones que posee. A mediados de marzo de 2020, por fin, cedió también su puesto en la junta directiva.
La fundación William H. Gates, que había creado en 1994 con el nombre de su padre (quien además fue el encargado de llevarla adelante), surgió como su nuevo destino. Hoy se llama Fundación Bill y Melinda Gates, y es la organización benéfica privada de mayor magnitud en el mundo, con USD 35.800 millones recibidos como donación en acciones de Microsoft. En el fondo, agregó al WSJ, la demanda por monopolio aceleró su paso a la esta fase, de la empresa a la filantropía.
La fundación —que el matrimonio codirige con Warren Buffett— se dedica principalmente a temas de desigualdad global, desde oportunidades económicas hasta educación, y cuestiones sanitarias. Ante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, destinó USD 300 millones a financiar la búsqueda de tratamiento, vacuna y métodos de detección del coronavirus. Por su trabajo de caridad, la reina Isabel II le otorgó el título de caballero británico honorario en 2005.
Hoy el creador de la segunda marca en importancia del mundo, que superó el billón de dólares en valor en 2019, se orienta más a otra clase de estructuras: aquellas en las cuales gastar el dinero que ganó. “Siento la responsabilidad de devolverle a la sociedad”, ha repetido, “y de asegurarme de que esos recursos se empleen de la mejor manera posible para ayudar a los que más los necesitan”.
Con información de Infobae