Con pista de atletismo o sin ella, el estadio de Anoeta es un inexplicable agujero negro para el FC Barcelona. La Zona Negativa. Un vórtice de antimateria de poder indescriptible en el que año tras año los héroes azulgranas quedan reducidos a la condición de simples mortales. Como si almorzaran pintxos de kryptonita. Así las cosas, cada viaje a San Sebastián se antoja un ejercicio de supervivencia que, además, suele acabar mal. Esta vez, por puro azar (y donde dice azar pueden leer Marc-André Ter Stegen), el Barça ha salido vivo. 1-2 y tres puntos. Pero la cosa podía haber acabado en catástrofe. O algo peor.
Más allá de la victoria, que a fin de cuentas es lo que llega a la clasificación y lo que valdrá a final de temporada, el partido deja un mensaje de lo más inquietante: el Barcelona del gran fondo de armario, el equipo del plantillón a prueba de rotaciones que se ha movido con inteligencia en el mercado veraniego, solo sabe ganar con el once de siempre; el que desatascó el encuentro ante el Alavés en la primera jornada; el que jugó de salida frente al Valladolid; el que goleó al Huesca. Y eso que en Anoeta, así lo había anunciado Valverde y así lo ha dispuesto de inicio, empezaban los cambios.
No se podrá acusar al técnico extremeño de no ser consecuente. Si el viernes dejó fuera de la convocatoria a Arthur alegando que el brasileño había sido de los últimos en reincorporarse al equipo después de sus compromisos con la seleçao, en Anoeta ha sentado de inicio a Coutinho (también llegó a Barcelona el jueves) y ha dado entrada ensu lugar a Rafinha, que ha tenido así su estreno liguero. Busquets ha sido la otra pieza sacrificada en el altar de las rotaciones (el de Badia ha tenido que celebrar el décimo aniversario de su debut en el primer equipo en el banquillo) y su lugar ha sido ocupado por Rakitic, movimiento que dejaba a Sergi Roberto como volante y a Semedo como lateral derecho.
El invento ha durado 45 minutos.
Los de una primera parte que el Barça ha jugado de forma miserable, acaso contagiado del punto de desolación que transmitía ese fondo norte, aún cerrado al público, hacia el que encaraba sus insignificantes ataques; un semicírculo de tierra y cemento solo habitado por palés, contenedores y maquinaria diversa. La Real, por el contrario, miraba hacia el nuevo fondo sur, rebautizado como Grada Aitor Zabaleta, donde se concentraban sus seguidores más animosos, y no ha desperdiciado la ocasión de regalarles un tanto aprovechando los proverbiales desajustes de la zaga azulgrana cada vez que le toca defender una acción a balón parado. Un tiro a puerta, un gol.
Del centro del campo en adelante, las noticias no eran mucho mejores. La delantera estaba apagada o fuera de cobertura y, en el medio, la triple R (Rakitic, Roberto, Rafinha) no lograba dar continuidad al juego, con el brasileño particularmente empecinado en rebajar su cotización de cara al mercado de invierno. El dispositivo ideado dispuesto por el técnico realista, Asier Garitano, para desactivar la banda izquierda del Barça a través de la presión de Zaldua y Oyarzabal funcionaba a las mil maravillas. La banda derecha, con Semedo y Sergi Roberto, se desactivaba sola.
Gigante Ter Stegen
De modo que a Valverde le ha tocado, una vez más, tocar piezas en el descanso y volver al dibujo de gala. Coutinho y Busquets, dentro, Semedo y Rafinha, fuera. Y Roberto, al lateral. Los cambios han servido para reanimar el moribundo juego azulgrana, pero si el plan ha acabado funcionando ha sido porque la Real defiende las jugadas de estrategia casi tan mal como el Barça (los goles de Luis Suárez y Dembélé han llegado después de sendos saques de esquina) y porque en la portería barcelonista estaba el gigante Ter Stegen, que, ante la empanada de sus centrales, se ha puesto, él sí, el traje de superhéroe y ha desbaratado tres ocasiones clarísimas de, por este orden, Theo, Juanmi y Sangalli.
Con el marcador a favor, Valverde, fiel a sus principios, ha hecho entrar a Arturo Vidal en sustitución de Dembélé y el partido ha ido languideciendo como la tarde en la playa de Gros. El Barça ha pasado por Anoeta y sigue vivo. Pero dentro de poco empezará el frío y el armario no acaba de dar respuestas.