Recibió el Eibar al Atlético en Ipurua estrenando pareja de centrales, Burgos-Bigas, y un propósito: evitar que ni una sola lluvia que caía del cielo se tiñera de rojiblanca en el césped. Sin el barro que se formaba en batallas pasadas y ante el Atlético más ofensivo que ayer le podía salir al Cholo (Correa, Vitolo; Morata, João), parecía el equipo de Mendilibar un maestro de esgrima, rápido y eficaz, buscando dar la estocada desde la primera jugada. Era suyo todo. La intención, el dominicio, las ocasiones, la presión altísima, la hierba híbrida. Y el Atlético, mientras, todo grietas en la defensa del balón parado. Ni Oblak ni el VAR pudieron evitar lo inevitable. Sólo lo retrasaron.
Porque la primera vez que el Eibar se acercó al portero esloveno lo hizo Pedro León lanzando una falta como una granada sobre su portería. La desactivó Oblak con su mano milagro. Y el cabezazo posterior de Enrich, titular él y no Charles, también. Cinco después estaban todos los hombres de Mendilibar otra vez ante él, olisqueando sangre. Orellana acababa de sacarle un córner a Arias. Lo sacó el Eibar desde la derecha, prolongó Enrich, lo cabeceó a la red el hombre de la máscara, Burgos. La celebración la detuvo un banderín al aire. Fuera de juego. Hasta que Gil Manzano se llevó un dedo al oído: revisión de VAR. Vitolo y Arias habilitaban. Válido. Todo el Eibar corría a la banda para fundirse en un abrazo mientras el Atlético tiritaraba desnudo bajo la lluvia.
Porque todos los planes del Cholo se estampaban en la pizarra de Mendilibar. Presión y defensa altas, verticalísimo. El Eibar ganador de cada duelo, disputa y segunda jugada. El Atleti enredándose como un ovillo en sus pases por dentro, siempre un paso por detrás. Y echando de menos terriblemente al Correa de los últimos partidos. La primera vez que el argentino apareció en el partido fue en el minuto 25 para rematar sin convicción ni alma un centro de Vitolo, la primera vez que los rojiblancos le encontraban la espalda al Eibar. Poco antes Dmitrovic sacaba una buena mano ante João y Cote cegaría a Morata en una ocasión. Debía tirar y decidió pasar, minuto 35. El Atleti acababa de despertarse en medio de partido.
Buscaron los rojiblancos su ropa bajo la lluvia igualando la intensidad del Eibar en los duelos y las disputas, el ritmo, arañando posesión. El descanso llegó después de que João intentara superar a Dmitrovic con una vaselina a medio y medio y Vitolo tropezaba en el área y caía mientras Correa, que inició la ocasión al dejar pasar el balón y recogió el rechace, chocó rodilla con rodilla con el portero.
A esperar salió el Eibar tras el reposo, mientras el primer balón disputado lo ganaba Saúl. Declaración de intenciones. El partido se iba a jugar combinando por bajo y a metros de la puerta de Dmitrovic. El equipo encontraba a Vitolo, buscaba a João, activo, sin el gesto abúlico de últimamente, llevaba la pelota de lado a lado un Correa que, al dar un paso hacia dentro, le dejaba la banda derecha para que Arias amenazara con sus carreras. El Eibar, neutralizado, esperaba. Los minutos pasaban en Ipurua sin que el gol rojiblanco llegara. Simeone a su espalda tenía a Adán, Lodi, Llorente y Hermoso con tres chavales. Morata cabeceaba suave en la línea un centro de Saúl.
Un Saúl que recorría el camino inverso de otros partidos en el 71’: entraba Lodi, se iba el canterano al medio. Mendilibar respondía quitándole el forro a su fichaje nuevo: Cristóforo. Simeone buscó la remontada en los minutos finales fiado a la cantera. “No tengo otra cosa”, parecía gritar al palco, el equipo estéril, la plantilla tan corta, el mercado aún abierto. Entró Camello, se fue João contrariado, debutó Clemente, intentó Oblak evitar lo inevitable ante Expósito, que el Eibar se había soltado. Tres minutos le bastaron ante un Atlético que rompieron los cambios. Una vez pudo sacar la mano milagro, pero la siguiente ya no. Era el 89’ cuando el Eibar se fundía de nuevo en un abrazo. Esa pelota de Expósito desnudaba de nuevo al Atlético bajo la lluvia constante, en pleno enero. Y los problemas de siempre.