Casemiro, Luka Modrić y Toni Kroos. Siempre el mediocampo salió a jugar de memoria en el Real Madrid de Zinedine Zidane. Ese trío le hizo alzar tres veces en fila la UEFA Champions League. Pero cuando Zizou regresó para apagar el incendio que provocaron Lopetegui y Solari, inmediatamente notó que su maquinaria necesitaba repuestos.
El núcleo de su formación había perdido dinamismo, fluidez e intensidad, por lo que insistió para cerrar el fichaje de Paul Pogba. Había un evidente desgaste en sus interiores. Modrić bajo su nivel tras su fenomenal Copa del Mundo y la obtención del Balón de Oro, mientras que Kroos siempre fue un pasador magistral que esencialmente necesita la compañía de uno o dos recuperadores. Pogba nunca llegó. Y la temporada empezó turbulenta. Hasta que apareció el uruguayo Federico Valverde, la pieza que ajustó el engranaje.
Zidane tenía un mediocampo poco enérgico, que no ejercía ningún tipo de presión, que jugaba elegante pero no ofrecía contención a una defensa que encajó ocho goles en los primeros cuatro partidos de La Liga de la temporada. El problema no eran los resultados, era su poco volumen de juego y la inestabilidad de su zona medular. Valverde llegó a jugar solamente 22 minutos en los seis primeros partidos oficiales de la temporada.
Llegó el viaje a París por la Champions League. Con Modrić lesionado, Zizou le dio la oportunidad a James Rodríguez de ser el motor de su equipo. No funcionó. Volvieron a España con una dura caída por 3-0 y muchos interrogantes. Al partido siguiente, contra el Sevilla FC en el Sánchez Pizjuán, volvió a jugar el colombiano pero esta vez en un 4-2-3-1 que tampoco convenció. Ese día El Pajarito reemplazó a James en los últimos 15 minutos y le abrió los ojos al estratega francés: era el eslabón capaz de armonizar el funcionamiento, un futbolista de mucho despliegue, con talento para asociarse en ataque pero también capaz de dar batalla y correr hacia atrás para robar balones. Le llegó la chance a Valverde de iniciar ante Osasuna en la Fecha 6 de La Liga, partido que fue un punto de inflexión.
Desde que Fede Valverde empezó a tener minutos, el Real Madrid atraviesa por su mejor momento desde hace mucho tiempo. El club blanco no perdió ninguno de los partidos en los que El Pajarito fue titular: siete victorias y dos empates. Incluso queda demostrado que los altibajos son directamente proporcionales a su participación, ya que no jugó contra Valladolid, Brujas y Betis, tres de los empates más frustrantes que se vieron en el Santiago Bernabéu. Además, los dos goles del PSG en el 2-2 llegaron con el charrúa ya fuera del terreno de juego (fue sustituido en el minuto 76 con el 1-0 en el marcador). Su inclusión favorece a la articulación de todas las partes, que responden mejor a todas las situaciones del juego. Mismo funcionamiento, otra simetría.
El rol de los interiores del Real Madrid de Zidane está perfectamente definido. Casimiro es su hombre fijo, quien hace el trabajo sucio. Luego, dependiendo el perfil, cada interior cumple una función diferente. El interior derecho, puesto que le pertenecía a Modrić, requiere un mayor despliegue, con y sin balón. Tiene que presionar muy alto, atacar espacios en fase ofensiva y participar activamente de la circulación, pero también retroceder a campo propio. Valverde ocupó mayormente ese lugar, jugando un grandes partidos, como ante el Atlético en el Wanda Metropolitano o frente al PSG en el Santiago Bernabéu.
El jugador uruguayo adoptó ese rol más físico. Es un box to box, como se refieren en Inglaterra al jugador que corre de área a área. Participa entre líneas, se anima a jugar de espaldas y hacer desmarques, a la vez que da impulso a la presión tras pérdida. Es pura energía. Se reordena muy rápido en las pérdidas y da equilibrio inmediato. En ataque, puede que Valverde no tenga la agilidad para girar al recibir entre líneas ni sea un gambeteador nato, pero le sobra capacidad para interpretar el juego, generar superioridad detectando espacios libres y dando fluidez en ofensiva. Adelantándose en el campo de juego, queda emparejado con el extremo del lado opuesto: el Real Madrid forma un cuadrado en el pasillo central. Zidane ha conseguido dar el salto de calidad con Casemiro en la contención, Kroos de interior izquierdo y el uruguayo Valverde partiendo como interior diestro, con su aporte en la presión y la circulación.
Al comparar sus números con los de Luka Modrić, puede el que croata saque ventaja ante el uruguayo en el plano ofensivo, superándolo cualitativa y cuantitativamente en disparos al arco –de todas formas, ambos tienen la mismas cantidad de goles en lo que va de la temporada (2)– y en la distribución, con más asistencias y mejor porcentaje de efectividad en los pases. Donde Valverde hace la diferencia es a nivel defensivo, destacándose en la recuperación de pelotas. Y cuando la calidad sobra, el esfuerzo apremia.
Si le toca jugar de interior izquierdo, donde generalmente lo hace Kroos, la función consiste más en posicionarse bien cerca del mediocentro, hacer recorridos más cortos, incorporarse al ataque a cuentagotas, estar más pendiente de la construcción del juego y de las transiciones. Fede Valverde jugó allí con Eibar y la Real Sociedad, dejándole el costado derecho al croata Modrić. Convirtió un gol en cada partido porque sabe llegar de atrás en el momento justo para rematar de media distancia. Cuando ocupa ese rol se especializa más romper líneas con su pase o en conducción, en vez de moverse sin pelota y esperar en los huecos que dejan los jugadores rivales.
Sea cual sea su puesto, viene desempeñándose a gran nivel, indistintamente del costado que lo toque ocupar y del trabajo que le toque hacer. Más allá de su valorable versatilidad sobre el campo de juego, brilla por la rapidez con la que decide y ejecuta, con y sin pelota. Casi siempre acierta. El uruguayo ha pasado de no ser convocado en el estreno liguero contra el Celta de Vigo a ser titular en seis de los últimos ocho partidos. Ahora el Real Madrid es Casemiro, más Luka Modrić o Toni Kroos. El otro puesto es de Fede Valverde, que ha conseguido instalarse en una formación que salía de memoria.