El Madrid se tomó con la seriedad debida la semifinal del Mundial de Clubes y peleará este sábado por su tercer título intercontinental consecutivo, una marca que encajaría con su triada de Champions sin fallo. Al frente de la goleada se situó Gareth Bale, que incluso con dolores de tobillo se bastó para desmontar la zaga japonesa y volver a demostrar su buen tino en las citas de chaqué. Tras meter a su equipo en este torneo con aquellos dos goles de la final de Kiev, este miércoles hizo otros tres para colocarle en la disputa por la copa.
Los japoneses salieron rigurosos en su 4-4-2 de pizarra, firmes las líneas, casi robóticos. Decía Lotina en estas páginas que los nipones son expertos en dominar los factores previsibles del fútbol, el problema para ellos, como también recordaba, es que el balón es una esfera loquísima con querencia a saltarse el guion. En su plan de inicio, destacaba la presión a la medular blanca, y la rectitud en defensa, con los laterales clavados sin cruzar la línea del centro del campo. Obedientes, cumplían las órdenes de su técnico con disciplina, igual que saludaron al estadio al salir a calentar. Todos en fila hicieron una reverencia impetuosa. Intentaron sacar el aire al partido, ante un Madrid bien avisado de los riesgos del Kashima y también de esta semifinal trampa donde el día anterior River se dejó parte de la alegría de la Libertadores.
Por la mañana, en el hotel blanco, el comentario era el barrigazo argentino, entre advertencias a los peligros de su propio rival, conocido de la final de 2016. La orden de Solari y Sergio Ramos era de máxima concentración, en modo semifinal de Champions. Pero lo cierto es que la prudencia del Kashima, tan arropaditos atrás, permitió al Madrid navegar sin demasiados apuros, más allá de las habituales dos ocasiones que le suelen hacer en los primeros minutos por culpa de ese despiste kamikaze que gasta. Hasta los japoneses tuvieron las suyas, en un tiro cruzado de Serginho que forzó la estirada de Courtois y, al momento, un susto en ese mismo córner. Dos centímetros le faltaron a Jung para batir de cabeza al meta belga.
Hasta ahí asomó las uñas el cuadro nipón, dedicado desde entonces a seguir con afán a los madridistas. Pasada media hora entre fallos de entrega de Lucas Vázquez y Marcelo, el brasileño empezó a avisar por la banda. Adivinó pronto que Bale, por despliegue físico, tenía que ser el hombre. Al hueco, por la izquierda, le lanzó en varias ocasiones, haciendo el lateral más de volante creativo que de defensa. Incluso bajo de físico, como está ahora, desequilibra partidos como éste, donde los rivales se presentan algo eclipsados por el escudo blanco. Un respeto o fascinación que no hay en Huesca, Vitoria o Eibar, destinos domésticos por donde pena este Madrid.
Poco a poco fue comiendo terreno al Kashima, siempre por el costado de Marcelo. Con Benzema ejerciendo también de enganche, los de Solari fueron cercando el área rival. A la tercera llegada de Bale, otra vez a pase de Marcelo, cayó el primer gol. Se marchó poderoso el galés hasta colocarse la pelota en su zurda. Disparó al palo contrario, tocó la madera y para adentro. Sin necesitar un ritmo vertiginoso, los blancos cobraban justa ventaja ante un adversario pasmado en sus movimientos de ajedrez, pasito aquí pasito allá.
Marcos Llorente, cada vez más sólido en el pivote, se bastaba para secar los escasos intentos de creación asiáticos, mientras Luka Modric sacaba grititos de admiración de la grada con sus giros y arrancadas. Hasta Lucas, con sus a veces extraños movimientos, provocaba las ovaciones de las tribunas de chilaba blanca. El gol le sentó estupendamente al Madrid y como un tiro al Kashima, que entró a la segunda parte sin saber muy bien qué plan seguir para arreglar las cosas. Sólo necesitó ocho minutos Bale para cerrar del todo el pase a la final. Primero, otra vez por piernas, aprovechó la grosera cesión de Yamamoto a su portero para robar y marcar a puerta vacía. Al momento, lució su bis de nueve, que también la tiene, y descerrajó un zurdazo poderoso a la red de Kwoun para redondear su triplete. Después apenas quedó nada, más allá de la confirmación de que Asensio ha perdido el ángel. Salió tocado y regresó a la enfermería unos minutos después.