Por: Julio Rodríguez
Cerca de Avenida Corrientes, en la Calle Rodríguez Peña y Sarmiento de Buenos Aires, Argentina, en el Bar “Celta” me sirven un café. La puerta principal se abre y aparece en escena una mujer con todos los signos y señales de ser salvadoreña. “¡Debe ser ella!” me digo optimista.
Cabello negro tirado hacia atrás, una diadema de tela cruzada en la cabeza, morena cuscatleca, sonrisa a flor de piel y un escondido acento, propio de los capitalinos salvadoreños, la mujer se acerca a mí y dispara una pregunta con cierto aire clandestino: “¿Julio?” y una especie de contraseña se dibuja en mis labios: “¡¿Isabel Quinteros?!” Una sonrisa de ambos confirma la cita.
La historia de Isabel inicia con una fiesta que las vendedoras del Mercado Municipal de Mejicanos al norte de la capital de El Salvador hicieron el día que se graduó de bachiller. Es que la habían visto crecer y declamarles poemas de Rubén Darío que alguna vez su madre – que vendía pan dulce – le había animado a leer. Así le nació el oficio de actriz, que ahora la tiene viviendo y siendo muy querida en un país teatrero hasta los huesos, Argentina.
Hace 44 años llegó a Buenos Aires. Tenía 19 años. Vino enamorada del teatro, para casarse y no abandonarlo nunca. Le conoció en el Centro Nacional de Artes (CENAR). En marzo de 1975 la recibió un país con olor a muerte. La triple A (Alianza Anticomunista Argentina) sembraba el terror y vivió la dictadura militar de 1976 hasta 1983, pero también celebró y se esperanzó con la llegada de la democracia. Ha luchado, llorado y amado en esta su segunda patria, donde también aprendió la cocina porteña, pero sus hijas disfrutan el “casamiento” salvadoreño que ella prepara.
“¡Jamás, jamás renuncio a mi salvadoreñidad”! advierte con un claro dejo de melancolía y amor por su tierra. Nunca se nacionalizó argentina, pero es una reconocida actriz de teatro, televisión y cine.
Su trabajo es muy apreciado por diversos papeles como la obra teatral “La Coronela” (Escrita por Alicia Muñoz) ambientada en los años 1827 y por la cual recibió diversos premios. En cine destaca “La ciudad oculta” de Osvaldo Andéchaga. “Es una película entrañable, dura sobre hechos reales ocurridos en tiempos de la última dictadura cívico/milita” y que le significó grandes reconocimientos, excelentes críticas premios, nominaciones nacionales y extranjeras.
Su trabajo cinematográfico incluye el film “Las tumbas” de Javier Torre, con la cual también tuvo muy buenas críticas y nominaciones, a parte de su experiencia de trabajar junto a la gran actriz Norma Aleandro.
Una madre luchadora los crio y educó a “pura venta de pan dulce” a ella y sus hermanos. Un hogar donde Silvia, su hermana mayor, fue fundamental. “Me lleva 8 años, se hizo cargo de cuidarnos y casi criar a 4 hermanos medio salvajes, ¡jajajaa!” reconoce. Tres hermanos, un futbolista, Juan Gilberto “Chachama” Quinteros (Patrulla Juvenil), un destacado jugador de futbol de la década de 1970-80, mundialista; un contador público; otro que recorre el mundo en vehículos pesados; otro que llegó como hermano del cielo y una Isabel enamorada de las tablas. La obra de su vida requirió de sacrificios, pero ser feliz y tener una voz en la actuación lo merecía.
Muy lejos de casa, pero lo logrado es un trabajo colectivo familiar. “A lo largo de mi vida y en mi profesión, particularmente, siempre existieron manos tendidas, gente que creyó en mí y me brindaron su apoyo, su solidaridad; y eso trato de poner en práctica cada día en mi hacer” acredita Isabel.
- Una felicidad que, después de una guerra e intentos democráticos en El Salvador, siga siendo una especie de obra sin final y que los que pudieron escribirlo “fallaron en su deber de dar esperanza a mí pueblo” se lamenta Isabel. Un comentario que deja abierto el encuentro con la artista.