A los 85 años, Francis Ford Coppola se embarcó en uno de los proyectos más ambiciosos y personales de su carrera con Megalópolis, una película que aspira a ser una reflexión profunda sobre la sociedad moderna. Concebida como una alegoría épica en formato IMAX, la obra toma como escenario una Nueva York transformada en una versión de la Antigua Roma. Inspirado en el poder y la decadencia de esta civilización, el director cuestiona las bases de nuestra sociedad actual, invitando al espectador a imaginar cómo sería un mundo diferente, con alternativas a las estructuras y valores que hoy predominan. En cuanto a la expectativa con respecto al público dice: “La gente quiere ver por sí misma si es un desastre o una obra maestra”.
La inspiración de Coppola para la película proviene de décadas de reflexiones sobre la historia y los ciclos de poder, así como del estudio de la Roma antigua, cuyo esplendor y decadencia son, para el cineasta, metáforas de la vida en las grandes metrópolis actuales. Aunque la idea para la película comenzó a gestarse en los años 80, el director enfrentó múltiples obstáculos, desde rechazos por parte de los estudios hasta una serie de contratiempos financieros que lo obligaron a posponer el proyecto varias veces.
Sin embargo, en lugar de abandonar su visión, decidió apostar toda su fortuna personal para realizar la película sin compromisos ni interferencias externas. Según The Wall Street Journal, esta independencia le permitió financiarla con un presupuesto de hasta USD 136 millones, lo que marca un riesgo financiero sin precedentes en su carrera.
Nueva York, nueva Roma
Inspirada en la estructura de una tragedia romana moderna, la película se ambienta en una Nueva York transformada en una versión de Roma antigua, donde se desarrollan tensiones políticas y sociales que reflejan las contradicciones de la vida contemporánea. Coppola espera que el público se pregunte: “¿Es la sociedad en la que vivimos la única disponible para nosotros? ¿Cómo podemos mejorarla?”, una reflexión que subyace a cada escena de esta monumental producción.
El héroe de Megalópolis, interpretado por Adam Driver, es un arquitecto visionario llamado Cesar Catilina, un nombre que evoca a personajes de la historia romana. Es un “genio” obsesionado con la creación de una sociedad ideal, una Roma moderna, que desafía el statu quo. A su vez, es el creador de un material revolucionario llamado Megalon, un elemento de construcción “vivo” que se comporta casi como un organismo. Catilina busca construir una utopía arquitectónica en una sociedad desgastada por la codicia y la complacencia, enfrentándose al alcalde de la ciudad, Franklyn Cicero, interpretado por Giancarlo Esposito.
Cicero encarna la figura de un político del statu quo, un defensor de los valores tradicionales que ve en Catilina una amenaza para el orden establecido. La tensión entre ambos personajes refleja los conflictos entre innovación y tradición, entre cambio y resistencia. La narrativa incluye otros personajes simbólicos, como Julia, la hija del alcalde interpretada por Nathalie Emmanuel, quien se enamora del arquitecto y representa la posibilidad de un nuevo futuro en un mundo atrapado por las viejas reglas.
Para Steven Soderbergh (Traffic y Erin Brockovich, entre otras), director y amigo de Coppola, Megalópolis es una obra que no se asemeja a nada de lo que se haya hecho en Hollywood en los últimos años. “¿Cómo vas a explicarle a la gente cómo verla?”, cuestionó luego de una proyección privada, sugiriendo que la película podría ser un reto para el marketing, pero también un imán de curiosidad. En su opinión, el proyecto de su amigo recuerda a las películas que, aunque no siempre fueron éxitos inmediatos, lograron captar la atención del público por su audacia.
Un vino de película como garantía
A lo largo de su carrera, Coppola fue experimentando los altibajos de la industria cinematográfica, sorteando crisis y éxitos que lo llevaron a buscar estabilidad en un terreno distinto: el negocio del vino. Lo que inició en 1975 como una simple compra de tierras en el Valle de Napa, hoy es una exitosa red de viñedos y bodegas que define su faceta empresarial.
En aquel momento, Coppola y su esposa, Eleanor, decidieron adquirir la finca Inglenook, una histórica propiedad en Napa de más de 600 hectáreas, con la esperanza de diversificar su patrimonio y crear un refugio lejos de las turbulencias de Hollywood. El director no tardó en ver el potencial de este negocio y expandió gradualmente su imperio vitivinícola. En 2006, fundó la Bodega Francis Ford Coppola en Sonoma, un centro de enoturismo que combina el gusto por el buen vino con un ambiente de ocio que atrae a turistas de todas partes.
Durante años, las bodegas fueron prosperando y, en 2021, concretó una de sus decisiones empresariales más estratégicas: fusionó su negocio con Delicato Family Wines, una de las empresas vitivinícolas más importantes de Napa, en un acuerdo de acciones valorado en aproximadamente USD 650 millones. Con esta alianza, Coppola consiguió capital para expandir su negocio y, al mismo tiempo, financiar Megalopolis, un proyecto en el que él mismo invertiría para asegurarse de que su visión no se diluyera bajo presiones externas.
A esta arriesgada inversión financiera se suman otros movimientos estratégicos. Durante el rodaje en Georgia, Coppola decidió adquirir un Days Inn en el que él y su equipo se alojaron mientras filmaban Megalopolis. El hotel fue renovado y transformado en un espacio exclusivo para cineastas, con suites de edición y salas de proyección que facilitan las labores del equipo de producción. Rebautizado como el All-Movie Hotel, el lugar es ahora un atractivo para otros equipos de filmación que trabajan en la zona. La compra no solo ofreció comodidad y cercanía para el equipo, sino que también le permitió a Coppola beneficiarse de los incentivos fiscales de Georgia, recortando los costos de producción a unos USD 107 millones.
La producción: de todo menos sencilla
La realización de Megalópolis no fue sencilla para Coppola. Desde sus primeras fases de producción, el proyecto se vio envuelto en polémicas, conflictos creativos y decisiones controvertidas que pusieron a prueba la determinación y el liderazgo del cineasta. A pesar de ser un veterano de la industria, se enfrentó a un choque cultural con el equipo técnico, algunos de los cuales provenían de grandes producciones comerciales como las del Universo Cinematográfico de Marvel. Para el director, la visión de la película debía alejarse de los estereotipos y el lenguaje visual común en las películas de superhéroes, buscando en su lugar un estilo más artesanal y teatral, en consonancia con su propia estética cinematográfica. “Sé que es una gran película, pero quería que se sintiera artesanal, y lo es”, dice Coppola.
El primer gran conflicto surgió con el equipo de diseño de producción liderado por Beth Mickle, contratada inicialmente por su trabajo en la película Motherless Brooklyn (2019), en el que logró recrear una nostálgica versión de Nueva York en los años 50. Sin embargo, las diferencias creativas pronto se hicieron insostenibles. Coppola se mostró insatisfecho con los conceptos visuales propuestos, los cuales describió como “predecibles y costosos”.
“El departamento de arte se frustró mucho porque yo estaba esencialmente diseñando el aspecto de la película sin su participación, para mostrárselo”, recuerda Coppola. “Incluso dije, ‘¡Soy la única persona en este grupo que sabe lo que quiere el director!’”. Convencido de que la película requería una atmósfera visual única, decidió recurrir al artista conceptual Dean Sherri, quien lo ayudó a plasmar el mundo orgánico y complejo que había imaginado.
La fricción llegó a tal punto que, tras varios desacuerdos, Mickle y otros miembros de su equipo renunciaron a la producción, en lo que los medios describieron como un “éxodo” que dejó a Coppola con un equipo significativamente reducido. Bradley Rubin asumió el rol de diseñador de producción, y aunque los problemas parecían haber debilitado al proyecto, el director afirmó que la salida de Mickle y su equipo fue en última instancia beneficiosa: “Después de que renunciaron, solo quedaba uno… y fue mucho mejor”.
Las controversias no se limitaron al diseño de producción. En el set, se filtraron videos en los que se veía a Coppola besando a varias actrices en la mejilla durante la filmación de una escena de fiesta, lo que desató una nueva ola de críticas. Algunos cuestionaron las interacciones del director, aunque él mismo insistió en que se trataban de gestos inocentes y de cariño paternal hacia un elenco joven. Según algunos miembros del equipo, el director buscaba crear un ambiente festivo y auténtico en el set durante la filmación de esta escena de estilo discoteca.
Otra controversia surgió cuando Lionsgate, el distribuidor de la película, lanzó un tráiler promocional que incluía citas ficticias de críticos de cine. Las citas, en realidad, eran frases antiguas que se habían dicho sobre otras películas de Coppola en décadas pasadas, y su intención era sugerir que, al igual que en el pasado, algunos críticos actuales podrían estar subestimando a Megalópolis. Sin embargo, la estrategia se volvió en contra de la compañía cuando el público descubrió que las frases no eran auténticas, obligándolos a retirar el tráiler y a emitir una disculpa pública.
El edificio Sentinel, un refugio
En 1973, en el apogeo de su carrera tras el éxito de El Padrino, Coppola decidió invertir en un lugar especial que reflejara su visión artística y espíritu emprendedor. Por USD 500.000, adquirió el Edificio Sentinel, una construcción icónica en el barrio de North Beach en San Francisco. Este edificio, con una distintiva planta triangular y una fachada de azulejos y cobre, posee una historia de resistencia y adaptación: desde su estructura de acero de ocho pisos, soportó el devastador terremoto de 1906, lo que añade una dimensión casi mítica a la propiedad. Para Coppola, el Sentinel simbolizaba no solo un espacio de trabajo, sino un refugio donde su creatividad y ambición podrían convivir.
A lo largo de los años, el edificio fue mucho más que una sede para American Zoetrope, la empresa cinematográfica que Coppola fundó junto al director de cine, George Lucas, y otros innovadores en 1969. También estableció el Café Zoetrope, un pequeño restaurante popular de estilo francés que hace honor al legado de la compañía y permite a los visitantes sumergirse en la atmósfera artística que el cineasta fue cultivando.
El Sentinel no sólo representa la ambición empresarial de Coppola, sino que es testigo de sus altibajos: éxitos cinematográficos, fracasos, bancarrotas y una posterior recuperación económica gracias al negocio vitivinícola de su familia. Tras medio siglo de éxitos y crisis, el edificio sigue siendo una pieza fundamental en la narrativa del director, y su restauración actual simboliza un renacimiento, un espacio donde el director se prepara para recibir a los visitantes en el mismo lugar donde sigue soñando con historias, creando personajes y elaborando proyectos.