Una de las finales más prometedoras del atletismo en los Juegos de París no defraudó. Una carrera que termina con un récord del mundo no puede dejar a ningún aficionado indiferente pero lo cierto es que estuvo muy alejada de lo que se esperaba, porque a la hora de la verdad fue una escabechina. Algo así como una reedición de la Batalla de Little Bighorn con Femke Bol en el papel del general Custer.
Porque Sydney McLaughlin saltó al tartán dispuesta a no hacer prisioneros. La estadounidense corría por la calle 5 y tenía de referencia a la neerlandesa, que por la calle 6 trató de mantener el pulso a la campeona olímpica en Tokio los primeros 300 metros.
Una apuesta tan valiente como arriesgada que muy probablemente le acabó costando la plata. Porque McLaughlin mantuvo el ritmo en la recta final mientras Bol se bloqueaba, con un subidón de ácido láctico de los que hacen época.
La estadounidense, que parecía en disposición de bajar de los 50 segundos, acabó finalmente en 50.37, récord mundial por casi tres décimas. Su compatriota Anna Cockrell era plata con marca personal (51.87) y Bol se debía conformar con el tercer escalón del podio (52.15).
Un final que no deslució lo previsto pese a la enorme superioridad de la americana. Y es que, al menos a priori, pocas pruebas había en estos Juegos que fueran tan claramente un mano a mano entre dos gigantes. Sydney McLaughlin había batido su récord mundial en los trials de Estados Unidos, acercándose aún más a la barrera de los 50 segundos (50.65).
La respuesta de Femke Bol fue inmediata. La neerlandesa, a sólo dos semanas del comienzo de los Juegos, se convertía en la segunda mujer en bajar de los 51 segundos (50.95) en los 400 vallas. A esto había que añadir su puesta en escena en París, en un 4×400 mixto en el que llevó a Países Bajos hasta el oro en una recta final prodigiosa. El duelo, por tanto, estaba servido.
Dos años sin enfrentarse
Además hacía dos años que no se batían el cobre. De hecho, sólo habían coincidido en dos carreras. En la final olímpica de Tokio, McLaughlin había ganado con un tiempo de 51.46 y Bol (52.03) no había podido tampoco con la antigua plusmarquista mundial Dalilah Muhammad (51.56).
Un año después, en la final del Mundial de Eugene, la diferencia se había ampliado. La estadounidense batía el récord del mundo con 50.68, incendiando un Hayward Field rendido a sus pies, y la neerlandesa empeoraba dos décimas (52.27), pese a lo cual acababa segunda.
Ya en 2023, Sidney renunciaba a los mundiales de Budapest, en el que Femke tomaba prestada su corona. Un mes antes, en la reunión de Londres, la europea había corrido ya en 51.45. La brecha se había reducido.
Con estas cartas se llegaba al día señalado, en un Stade de France repleto de holandeses deseosos de ver a su ‘reina’ derribando el muro americano. Pero nada de eso ocurrió. McLaughlin puso aún más ladrillos entre ambas, demostrando que las vallas bajas sólo tienen una reina.