Se negó a reconocerla. Luego apuró los trámites para fijar la manutención de menores en USD 500 hasta que ella fuera mayor de edad, cuatro días antes de que su empresa comenzara a cotizar en bolsa y él se volviera millonario.
Tras un examen de ADN, dijo a la revista Time que el 28% de la población masculina de los Estados Unidos podrían ser el padre. Luego la invitó a vivir en la casa de la familia oficial que había formado.
Apareció de sorpresa durante un viaje escolar y la deslumbró. Luego se negó a pagarle el último año de estudios en la Universidad de Harvard, sabiendo que no le darían una beca porque era hija de un rico.
Jobs no aparece como el ícono de Silicon Valley, y de hecho poco o nada se dice sobre Apple o el iPhone. En cambio, surge como un padre que no quiso serlo, y —como una confirmación de que lo que no se usa se pierde— por fin no pudo.
Las primeras reseñas sobre Small Fry (una expresión que alude tanto a los niños como al pescado frito, y se podría traducir Chiquita o Pececito, y también a alguien sin importancia, De poca monta), se centran en criticar la irresponsabilidad de Jobs al negar su paternidad, la falta de amor por su hija, su avaricia aun cuando él era multimillonario, sus comentarios y manifestaciones sobre el sexo inapropiados ante una niña. Pero Brennan-Jobs sólo describe, en la mayoría de los casos, lo que fue, sin pregonar lo que debió haber sido.
Esa mezcla de curiosidad y aceptación la acompaña en esta pesquisa desde una escena inicial junto a su padre agonizante hasta una escena final en el mismo lugar. En el medio, Silicon Valley deja de ser el paisaje suave de la contracultura y los hippies para convertirse en el gran motor capitalista de la industria tecnológica. Steve Jobs, uno de los íconos de esa transformación, se aleja y se acerca y se aleja, funda Apple y la pierde, crea NeXT y Pixar y se casa y tiene hijos a los que trata como tales, vuelve a Apple y transforma las comunicaciones con el iPhone sin nunca poder comunicarse con la iHija.
A continuación se citan algunos de los momentos más notables de las casi 400 páginas que Brennan-Jobs escribió sobre su relación con su padre.
A punto de separarse de Jobs, su novia Chrisann Brennan quedó embarazada.
«Le dijo a mi padre al día siguiente [de haberse enterado], mientras estaban de pie en el medio de una habitación al costado de la cocina. No había muebles, sólo una alfombra. Cuando se lo dijo, él se mostró furioso, apretó la mandíbula y salió disparado por la puerta del frente, que golpeó al salir. Se fue en su auto; ella pensó que él debió haber ido a hablar con un abogado que le dijo que no volviera a hablar con ella, porque luego de eso, no volvió a decirle una palabra».
Lisa nació en la granja de un amigo de Chrisann, Robert, en Oregon, en 1978.
«Mi padre llegó unos días después. ‘No es mi bebé’, se la pasó diciéndole a todo el mundo en la granja, pero de todos modos había volado para conocerme. Yo tenía pelo negro y una nariz grande, y Robert le dijo ‘La verdad es que se te parece'».
Antes de la Macintosh, Jobs creó otra computadora, llamada Lisa, cuyo destino pareció anticipar su relación con su hija.
«Mientras mi madre estuvo embarazada, mi padre comenzó a trabajar en una computadora que luego se llamaría Lisa. Fue la precursora de la Macintosh, la primera computadora para el mercado masivo con un ratón externo —el ratón era tan grande como un trozo de queso—, que incluía softwares, disquetes con los nombres LisaCalc y LisaWrite. Pero resultó demasiado cara para el mercado, un fracaso comercial (…) La computadora Lisa se discontinuó, y las 3.000 unidades que no se habían vendido fueron luego enterradas en un basural de Logan, en Utah».
Más tarde él negaría que la computadora se hubiera llamado Lisa por la hija
«—¿Y le puso mi nombre a la computadora?
—Luego fingió que no.
Y entonces ella [la madre] me contó —de nuevo— cómo habían elegido mi nombre juntos, en el campo, cómo él rechazó todas las opciones hasta que ella pensó en Lisa. «Él te ama», dijo. «Es solo que no sabe que te ama».
Se apresuró a reconocerla antes de que Apple cotizara en bolsa, para pagarle menos manutención.
«En 1980, cuando yo tenía dos años, la fiscalía del condado de San Mateo, en California, demandó a mi padre para que pagara manutención de menores. El estado quería que él pagara la manutención y que devolviera los pagos de seguridad social [que la madre había recibido para la niña]. (…) Mi padre respondió negando su paternidad y juró en un testimonio oficial que él era estéril (…) Se ordenó un examen de ADN. (…) Las probabilidades de que estuviéramos vinculados fueron las más altas según lo que se podía medir entonces, 94,4 por ciento. (…)
El caso se terminó el 8 de diciembre de 1980, bajo la insistencia de los abogados de mi padre para cerrarlo, sin que mi madre entendiera por qué una causa que se había demorado durante meses ahora se llevaba a un final apresurado. Cuatro días más tarde Apple comenzó a cotizar en bolsa y de la noche a la mañana mi padre valía más de USD 200 millones».
Dijo a Time que muchos hombres podrían ser el verdadero padre.
«Esto pasó [una mudanza, que se describe antes] cuando salió la nota ‘La máquina del año’, sobre mi padre y las computadoras, en la revista Time, en junio de 1983, cuando yo tenía cuatro años, en la cual él dio a entender que mi madre se había acostado con muchos hombres y había mentido. Allí habló sobre mí y dijo: ‘El 28% de la población masculina de los Estados Unidos podría ser el padre’, probablemente basado en una manipulación del resultado del estudio de ADN.
Tras leer el artículo, mi madre se movió en cámara lenta, se le aflojaron los músculos de la cara. Cocinó la cena con las luces de la cocina apagadas, excepto una pequeña, debajo de un gabinete. Pero en pocos días ya se había recuperado, y su buen humor, y le mandó a mi padre una foto mía, sentada desnuda sobre una silla en nuestra casa, con uno de esos anteojos-careta de Groucho Marx con una gran nariz de plástico y un bigote falso.
—¡Creo que es tu hija! —escribió detrás de la foto. Él usaba bigote entonces, y anteojos, y tenía grande la nariz».
Un montón de contradicciones andantes.
«—¿Por qué sus jeans tienen agujeros por todas partes? —pregunté.
Podría haberlos cosido. Sabía que se suponía que él tenía millones de dólares. (…)
Desde luego, las partes no encajaban. Era rico pero tenía huecos en los jeans; era exitoso pero apenas si hablaba; su figura tenía gracia y elegancia, pero era torpe y complicado; era famoso pero parecía perdido y solo; inventó una computadora y le puso mi nombre pero parecía no verme, y no lo mencionaba. Con todo, podía ver cómo esas cualidades contrarias podían ser un atributo, si se formulaba de cierta manera.
—Escuché que cuando se le raya, se compra uno nuevo —mi madre le dijo a Ron mientras yo pasaba.
—¿Un nuevo qué?
—Porsche».
«A ti no te toca nada, ¿entiendes? Nada»
«Estábamos juntos en su auto, manejando en la oscuridad hacia la casa de Woodside. Esa noche él llevaba una chaqueta de cuero con tejido negro en los puños, que iba bien con el color de su pelo y le daba un aire elegante. Iba callado. Me sentí audaz:
—¿Me lo puedo quedar, cuando no lo quieras? —le pregunté (…)
—¿Que si te puedes quedar qué cosa?
—Este auto. Tu Porsche —me pregunté dónde pondría los otros. Me los imaginé como una línea negra y brillante al final de su terreno.
—Claro que no —dijo de una manera tan agria y mordaz que supe que había cometido un error. Comprendí que quizá no era cierto, el mito del rasguño: quizá no compraba uno nuevo como si nada, quizá la idea de que era derrochador era falsa. No era generoso con el dinero, con la comida ni con las palabras; la idea de los Porsches había parecido una excepción gloriosa (…)
Antes de que hiciera un movimiento para bajarme, giró para mirarme de frente.
—A ti no te toca nada —dijo—. ¿Entiendes? Nada. No te quedas con nada.
¿Se refería al auto, a algo más, más grande? No lo supe. Su voz me hirió, aguda, en el pecho».
Dieta extrema y comportamientos tiránicos
«Él había elegido el lugar [un restaurante]. Llegó tarde. Siempre llegaba tarde. Cuando entró, advertí que no estaba contento: quizá no había tenido un buen día en el trabajo. (…)
Mi madre ordenó una ensalada de lechuga romana; yo pedí linguini con camarones. Teníamos cuidado con lo que pedíamos cuando estaba él: estaba en contra de la carne. Su código dietario no tenía que ver con el bienestar de los animales, sino con la estética y la pureza del cuerpo. (…) Una fina línea separaba su urbanidad de su crueldad, entre lo que lo hacía estallar y lo que no. Yo sabía que no le gustaría la idea de los camarones; sabía también que iba a pasar. Pero me había olvidado de advertirle a Sarah [prima de la autora]. «Quiero la hamburguesa», dijo, muy alto. (…)
Luego de un par de bocados, la cara de mi padre cambió y se endureció.
—¿Qué demonios te pasa? —le preguntó a Sarah.
—¿Qué? —dijo ella. Masticaba un trozo de carne.
—No —dijo—, de verdad. (…) Su voz se volvió aguda y penetrante.
—Ni siquiera puedes hablar —le dijo—, ni siquiera puedes comer. Estás comiendo una porquería.
Ella lo miró; se notaba que trataba de no llorar.
—¿Alguna vez pensaste en lo espantosa que es tu voz? —siguió—. Por favor deja de hablar con esa voz espantosa.»
Le puso condiciones para recibirla en su casa
«—Quiero que consideres si te mudarías con nuestra familia —dijo mi padre un par de meses después [del nacimiento de su hijo Reed, con su esposa Laurene Powell-Jobs]. Estábamos en su Mercedes, manejando de regreso a su casa (…)
«No es ‘por ahora'», dijo. «Si eliges vivir con nosotros, me gustaría que me prometieras que no verás a tu madre por seis meses. Necesitas intentarlo de verdad», dijo. No iba a funcionar si yo iba y venía, no se daría. Él había decidido que una ruptura total sería la manera correcta; mi madre no estaba de acuerdo, pero esos eran los términos de él. (…) ‘De lo contrario’, dijo, ‘retiro la oferta’.
—Sí quiero vivir contigo —dije, con una certeza que no sentía.
—Has tomado una decisión muy importante —dijo, con solemnidad—. Es uno de esos momentos de la vida, uno de esos momentos adultos».
La hija vivía en un sector de la casa sin calefacción
«De noche, una vez que ellos [Steve y Laurene] se iban al dormitorio arriba, me sentía increíblemente sola y lloraba hasta que me quedaba dormida. También tenía frío. Descubrí que la calefacción no funcionaba en mi parte de la casa. (…)
—Paso frío —dije a mi padre en la cocina, en la mañana—. ¿Podrías arreglar la calefacción?
Sacó un jugo de manzana de la heladera. ‘No. No hasta que renovemos la cocina’, dijo. ‘Y no pensamos hacerlo pronto'».
Tenía comportamientos sexualmente cargados delante de la hija
«Un fin de semana por la tarde, mientras mi hermano dormía, mi padre, Laurene y yo salimos al patio y nos sentamos a la mesa. Laurene cortó sandía y la trajo en un plato. Antes de comer cada pedazo, lo frotaba sobre sus labios como un brillo, humedeciéndolos con el jugo.
Mi padre estaba sentado a su lado, mirándola humedecerse los labios. Entonces la tomó del hombro y la atrajo hacia él (…) Los dos formaban un cuadro: él atrayéndola para besarla, moviendo sus manos cerca de sus senos y en la parte de la pierna donde terminaba la falda, gimiendo teatralmente, como ante un público. Había hecho lo mismo con Tina [la novia anterior a Laurene]. (…)
Comencé a levantarme, por fin, y me acerqué a la puerta de la casa. Se separaron. ‘Eh, Lis’. Dijo él. ‘Quédate. Estamos compartiendo un momento de familia. Es importante que trates de integrarte a esta familia’.
Me senté, quieta, y miré hacia otro lado mientras él gemía y se ondulaba en el borde de mi campo de vista. No quedaba claro cuánto duraría esto. Miré el pasto del patio, el manzano silvestre en flor que crecía junto al sendero de ladrillos».
Los vecinos Dorothy y Kevin llevaron a Lisa a vivir con ellos por las conductas de Jobs
«—Llévate lo que necesites —dijo Kevin—. Y deja una nota.
Escribí: ‘Querido Steve, me fui de la casa, como dijiste que debía hacer si no iba al circo [Jobs se había enfurecido porque Lisa se había quedado a comer con la madre en lugar de ir al Cirque du Soleil con él, su mujer y su hijo].Espero que me llames mañana’. Kevin dijo que pusiera dónde me iba a quedar. ‘Me quedo en casa de Kevin y Dorothy’, y escribí su número de teléfono, y ‘Te quiero’. (…)
¿Por qué los vecinos decidieron ayudarme? Durante años estuvieron al tanto de cómo me trataba mi padre, y estaban profundamente incómodos por ello. El padre de Dorothy, también un hombre destacado y carismático, había sido cruel con ella. Tenían suficiente dinero para ayudarme. No les gustaba la idea de que, dado que mi padre tenía dinero y estaba rodeado por personas que lo consentían, pudiera salirse con la suya y maltratar a una menor».
Jobs pidió disculpas a Lisa en su lecho de muerte
«—Me pone tan contento que estés acá —dijo—. Su calidez me desarmó. Las lágrimas rodaban por su cara. Antes de que se enfermase, sólo lo había visto llorar dos veces: una vez en el funeral de su padre y una vez en el cine, al final de Cinema Paradiso, y había pensado que temblaba.
—Es la última vez que me vas a ver —dijo—. Vas a tener que dejarme ir.
—Okey —le dije, pero no le creí del todo y no hubiera creído que moriría al mes siguiente. (…)
—No pasé tiempo suficiente contigo cuando eras pequeña —me dijo—. Quisiera que hubiéramos tenido más tiempo.
—Está bien —dije—. Estaba tan débil, tan frágil. Me acosté de lado sobre su cama, mirándolo.
—No, no está bien. No pasé tiempo suficiente contigo —dijo—. Debería haber pasado el tiempo. Ahora es demasiado tarde.
—Supongo que nuestro sentido de la oportunidad no es muy bueno —dije, sin estar convencida ni siquiera mientras lo decía. (…) Me miró a los ojos y lagrimeó:
—Te debo una.
No supe que pensar de esa frase. Durante ese fin de semana, la repitió una y otra vez: ‘Te debo una, te debo una, te debo una’, dijo, llorando, cuando lo visitaba entre sus siestas. Lo que yo quería, lo que sentí que me debía, era un lugar claro en la jerarquía de aquellos a los que él amaba. (…)
—Lo siento tanto, Lis —lloraba y sacudía la cabeza. Estaba sentado, con la cabeza entre las manos, y como se había encogido y perdido grasa, sus manos lucían desproporcionadamente grandes (…)—. Quisiera poder volver, cambiarlo, pero es demasiado tarde. ¿Qué puedo hacer ahora? Es demasiado tarde, simplemente —lloraba y su cuerpo se sacudía. (…)
—Bueno, estoy acá, ahora —le dije—. Quizá, si hay una próxima vez, ¿podríamos ser amigos? —fue también una estocada suave: sólo amigos. Pero en verdad, durante las semanas posteriores a esta visita y luego de su muerte, lo que lamenté fue nuestra oportunidad perdida de amistad.
—Okey —dijo—. Pero lo siento tanto. Te debo una».
Él supuso que ella escribiría algo como este libro
«Esa noche, entré a su dormitorio en el piso de arriba, mientras él miraba viejos episodios de Law & Order. Me preguntó, abruptamente, desde la cama:
—¿Vas a escribir sobre mí?
—No —le dije.
—Bueno —dijo, y se dio vuelta hacia el televisor.
Steve jobs siempre me pareció una persona sobrevalorada, de genio no tenia nada, no era alguien que se sentara frente a un ordenador por horas, el verdadero genio es Jonathan Ive, lo que si tenía era carisma para vender sus productos, aparte de (para bien y para mal) ser bastante detallista.
Asi sucede con muchas figuras publicas que con su familia son pésimos y ante el publico son brillantes, pero en esta vida uno solo va de paso y todo lo que se hace sea bueno o malo se le regresa.
Hasta no ver no creher, nosotros solo senalamos mas no nos damos cuenta que cuatro dedos apuntan acia nosotros, a los hijos ni se les da de todo, ni muy muy ni tan tan, vida solo es una I hay que ensenar ha los hijos que en la vida no todo es color de rosa, el vastago se endereza desde chico. en fin la vida no es facil. hay que ensenarles como ganarse la vida Hay los guacho.