No era favorita, pero comenzó a perfilarse como aspirante tras el retiro de Simone Biles. La brasileña Rebeca Andrade mostró en Tokio un talento que sus lesiones habían mantenido a la sombra e hizo historia para su país, con la primera medalla para una mujer en gimnasia artística, una plata en el ejercicio completo.
Andrade ya fue finalista de esta prueba (el compendio de los cuatro aparatos) en Río 2016, donde finalizó undécima con 17 años, pero el primer flechazo de amor de la gimnasia olímpica por la joven nacida en Guarulhos, en la periferia de São Paulo, fue en Tokio, gracias a su presentación de suelo o manos libres en la clasificación, que hizo al ritmo del funk Baile da Favela.
Fue un guiño de Rebeca a un origen que no oculta y del que se siente orgullosa. Nacida en un barrio pobre, con una madre sola que criaba a siete niños trabajando como empleada doméstica, ese abrazo a sus raíces le permitió convertirse de la noche a la mañana en favorita, también porque terminó segunda en la ronda de clasificación y porque la primera, Simone Biles, decidió dar un sorpresivo paso al costado.
No era la primera vez que una gimnasta brasileña cautivaba apelando a expresiones de la cultura popular para ambientar su ejercicio de suelo. En 2003, la ídolo de Rebeca, Daiane Dos Santos, usó el choro Brasileirinho de Waldir Azevedo, en el Mundial de Anaheim, y así ganó su histórico oro.
Las decisiones de una niña
Para Rebeca todo comenzó igual que para muchas niñas. Demasiado enérgica para que la tía y cuidadora pudiera contener ese torbellino, llegó por primera vez al deporte para que drenara energía en el gimnasio Bonifacio Cardoso. Rápidamente comenzó a ser calificada como “la nueva Daiane Dos Santos”.
Pero eran siete niños que cuidar y pronto la tarea de llevar a Rebeca a los entrenamientos recayó en el hermano mayor, que la trasladaba en bicicleta “un día sí y tres no“, como recuerda ella.
Así llegó a su primera encrucijada. A los nueve años le tocó tomar la decisión, apoyada por su madre, de irse a Curitiba, a 440 km del hogar, para poder vivir en el complejo donde entrenaría.
“No iba a evolucionar”, recordó Rebeca, en entrevista con Globo Esporte. “Cuando me dieron la oportunidad de ir a vivir con la coordinadora y los entrenadores, ella (su madre Rosa) me dejó ir. Eso me abrió puertas. Si ella hubiera impedido que su hijita, tan jovencita, tan pequeñita (se fuera), yo no estaría aquí hoy”.
Dos años más tarde, una nueva mudanza la llevó a São Paulo, para entrenar con el Club de Regatas Flamengo, y los resultados de sus decisiones se vieron en 2012, cuando, a los 13 años, ganó el Trofeo Brasil.
Rápidamente llegó el primer gran éxito internacional, el triunfo en el Invitacional Nadia Comaneci en Oklahoma, como recordó este jueves en Twitter la mítica gimnasta rumana que da nombre al evento.
Una Rebeca en pleno ascenso no tenía idea de la pesadilla que se avecinaba, y que consumió seis años de su vida deportiva, hasta que un insospechado giro del destino volvió a encaminarla al éxito.
Una campeona rota: la lucha por el retorno
La primera campanada fue un dedo del pie fracturado que la obligó a perderse su primer gran compromiso, los Juegos Olímpicos de la Juventud Nanjing 2014.
Un año después, se rompió por primera vez el ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha, pasó por el quirófano y se perdió nueve meses de competencia. Regresó en marzo de 2016 y alcanzó a ponerse a punto a tiempo para los Juegos de Río 2016.
Después de eso, alcanzó siete podios en Copas del Mundo, incluso con un nuevo parón por una lesión en el tobillo derecho que la obligó a mantener la pierna inmovilizada durante dos meses.
Pero en octubre de 2017 el ligamento volvió a romperse y Rebeca tuvo que ser operada nuevamente. Regresar le tomó casi un año y significó perderse el Campeonato Mundial de Montreal.
De vuelta en la competencia, se colgó dos medallas de oro y una de plata en la Copa del Mundo de Cottbus en noviembre de 2018, pero ocho meses después, mientras participaba en los selectivos del equipo de Brasil para los Juegos Panamericanos de Lima 2019, su pesadilla volvió y el ligamento de su rodilla derecha se rompió una vez más.
La operación fue más compleja esta vez, porque implicó extraer un trozo del tendón patelar de la rodilla izquierda para hacer un injerto y así reparar el de la derecha, así como una reconstrucción del ligamento anterolateral.
La recuperación le tomó desde junio de 2019 hasta marzo de 2020, con el tiempo justo para buscar la clasificación a Tokio 2020. El retiro se convirtió en un escenario.
“Es lógico que me pasaran por la cabeza las ganas de dejar de entrenar”, reconoció. “Pensé que no lograría volver y hablé de eso con mi madre: ‘no quiero entrenar más, quiero volver a casa’. Y ella me dijo: ‘no, tu madre no te va a dejar que pares sin intentarlo’. Si hubiera parado en ese momento, mira todo lo que me hubiera perdido. La evolución como ser humano, no solo como atleta, que me hubiera perdido”.
Rebeca logró regresar y la irrupción de la pandemia de Covid-19 le regaló un año entero para completar su recuperación, y aprovechar la última oportunidad que le quedaba, el Campeonato Panamericano de Río de Janeiro, para sellar su pasaje a Tokio, con un primer lugar en el ejercicio completo.
Rebeca Andrade hace historia
Con su resultado de Tokio, Rebeca se convirtió en la primera mujer brasileña en subir a un podio olímpico de gimnasia artística, una hazaña que ni siquiera consiguió Daiane Dos Santos en su mejor momento, Atenas 2004, donde fue quinta.
La propia Daiane, actuando como comentarista en la televisión brasileña, no pudo evitar estallar en llanto ante las cámaras, celebrando la hazaña deportiva, pero también la conquista social de Andrade.
“Dijeron que los negros no podíamos practicar ciertos deportes. Una mujer negra, brasileña, de madre soltera, de origen humilde, que pasó por muchas lesiones, hoy fue la segunda mejor atleta del mundo. Es muy representativo”, alcanzó a articular entre lágrimas la ganadora de nueve medallas de oro en Copas del Mundo.
Rebeca se une a un panteón de la gimnasia que incluye a tres medallistas olímpicos masculinos: Arthur Zanetti (oro en anillas en Londres 2012 y plata en el mismo aparato en Río 2016) y Diego Hypolito y Arthur Nory, que compartieron el podio de suelo en Río, con una plata y un bronce, respectivamente.
Tiene dos nuevas oportunidades de seguir haciendo historia, pues está clasificada para las finales de salto y suelo. Hasta ahora, solo un brasileño, el canoísta Isaquias Queiroz, ha logrado ganar tres medallas en la misma edición de los Juegos Olímpicos. Si está en riesgo o no esa primacía, se sabrá entre el domingo y el lunes, cuando se disputan las dos definiciones.