La madrugada del 3 de octubre de 2016, Yunice Abbas participó, junto a otros cinco compañeros de entre 60 y 72 años, apodados los «ladrones abuelos» en el mayor robo a un individuo en Francia en las últimas dos décadas. Un suceso que dio la vuelta al mundo porque la víctima no era otra que la celebrity Kim Kardashian, a la que sustrajeron joyas valoradas en 9 millones del la suite de lujo que había alquilado en París para asistir a la Semana de la Moda de 2016.
Pero, a pesar de la que ataron con cables de plástico y cinta adhesiva, y la metieron en la bañera vacía, Abbas no supo quién era su víctima hasta el día siguiente, cuando escuchó su nombre en televisión. «Incliné mi cabeza. Mi esposa inmediatamente me acusó: ‘‘Fuiste tú quien lo hizo’’. No había vuelto a casa en toda la noche, sospechaba algo. Yo lo negué. Mi amigo simplemente me dijo que nuestra víctima era la esposa de un famoso rapero», ha confesado en una entrevista a «Paris Match».
Tampoco le molesta que lo subestimen por su veteranía, ya que los ladrones de su generación se consideran «equilibrados y con sangre fría», y discriminan a los más jóvenes porque son menos finos con los trabajos y no saben escuchar. Abbas ha aprovechado los 22 meses que ha pasado en la cárcel para escribir cuatro años después un libro con su versión de los hechos, que se ha puesto a la venta esta semana, bajo el título «Yo secuestré a Kim Kardashian» (Ed. L’Archipel) y con una portada en la que la víctima es el reclamo para que se convierta en un best seller. Casi inmediatamente después de cometer el robo se arrepintió, porque llevaba nueve años sin delinquir tras pasarse toda su vida entrando y saliendo de la cárcel. Pero un apuro económico y el desafío de demostrarse que todavía era capaz le hizo volver a las andadas. «Fue rápido, tal vez cinco, seis, siete minutos, desde la entrada hasta la salida, porque todo salió bien. Nadie interfirió, la víctima entregó las joyas sin resistencia», relata Abbas.
Tal y como confesó Kardashian en su momento, los ladrones fueron disfrazados de policías para poder engañar a la recepcionista y que les dejase pasar libremente, ya que en este hotel son frecuentes las redadas antidroga. Abbas fue el último en abandonar la escena del crimen y se topó en la calle con una patrulla de la Policía, a la que saludó para no levantar sospecha. Nunca lleva armas y no sabe disparar porque eso agrava la pena. En su huida, montado en bicicleta -para ser rápido y discreto-, se le cayó una cruz con diamantes incrustados, que es la única pieza que la Policía ha podido recuperar. También se llevó por error el móvil de Kim, que le sonó en plena huida, y lo lanzó al Canal de l’Oourcq. Una pieza cuyo contenido no tendría precio, pero cuyo localizador le hubiera delatado.
Ahora se enfrenta a una pena de entre 5 y 12 de años de cárcel, aunque espera que la jueza que le ha dejado en libertad por un problema de salud sea indulgente y no le haga volver a la cárcel. Tiene el mismo miedo que a los 18 años, cuando la pisó por primera vez y encontró consuelo entre las páginas de «Los tres mosqueteros», de Alejandro Dumas, que desde entonces lee cada vez que vuelve a dormir entre rejas. Espera que el jurado se haya leído su libro antes del juicio y así conocerán mejor su versión y su vida.
Abbas se define como un «ladrón a tiempo parcial» que nunca robaría a un amigo ni atacaría a un pobre. Prefiere ir tras los ricos. Y eso que sabe que hacer fortuna robando es una ilusión. Solo el narcotráfico te hace rico.