Esperar un bebé se puede comparar a planear un viaje: fijas el destino así como las escalas y te imaginas desembarcando en la que más te gusta.
Por ejemplo: te fijas llegar a París, pasear por la Torre Eiffel, los Campos Elíseos, visitar el Museo de Louvre, caminar por el Arco del Triunfo o asistir a un acto religioso en la Catedral de Notre-Dame.
El tiempo pasa tan lento para tu gusto porque deseas con ansias llegar a tu destino. Preparas la maleta, la ropa y todo lo que necesitas para el día de tu llegada.
Pero algo pasa en la ruta, en el camino a París que te hace cambiar tu destino, llegando a Holanda. Los expertos podrán decirte que algo falló en la maquinaria, que las lecturas de las coordenadas no se leyeron bien; en fin algo fuera o dentro de ti no salió como se esperaba.
Los primero días te frustras por tu destino fallido y comienzas a vivir un luto parecido cuando pierdes a un ser querido. Las horas se vuelven eternas y siempre te cuestionas que pasó, porque a ti, qué no hiciste o dejarte de hacer.
Pero varios meses después, te levantas un día y comienzas a observar cosas que estaban ahí pero las ignorabas, como es que Holanda tiene molinos de vientos, zapatos suecos y bellos jardines inundados de coloridos tulipanes.
Entonces reflexionas y concluyes que Holanda no es tan mal destino como te imaginaste y así comienza tu nueva vida como mamá de un destino muy especial.
Sobre la autora del presente texto:
Ana Urbina: escritora salvadoreña de novelas románticas. Autora de ¿Y si te enamoras de mí? y de Dinero, Traición y Venganza, Parte I. Su primera obra publicada es Istmania.
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