Esa mañana de noviembre de 1990, Michael Fox se despertó como todos los días. En la habitación más cara de un hotel de Florida. Notó un extraño y desconocido temblor en el dedo meñique de su mano izquierda. No le dio mayor importancia, remoloneando en la cama, se puso a mirar el techo y reflexionó que quizá su carrera también había alcanzado su techo. Sus rasgos de adolescente eterno le habían permitido, con 24 años, encarnar a Marty McFly, un chico de 16. Ese personaje de Volver al futuro lo llevó sin escalas a la fama global y transformó su interesante cuenta bancaria en una fortuna. Pero con 29 años, la trilogía acababa de terminar. Los papeles adultos no llegaban y cuando aparecían tampoco convencían al público. Se lo demostró ese pequeño gran fracaso que fue Doctor Hollywood. ¿Terminaría encabezando los listados de “actores de un solo éxito”? ¿Su nombre se transformaría en un buen recuerdo? Esas preguntas lo atormentaban y a falta de una buena respuesta, las acallaba en grandes dosis de alcohol. Quizá esas copas eran la causa de ese desconocido temblor en su meñique izquierdo, mientras él seguía mirando el techo.
Fox atribuyó el temblor a la resaca, pero los días siguientes volvieron y decidió consultar a un neurólogo. El médico lo saludó con esa cercanía que establecen los desconocidos con las personas conocidas. Profesional, lo revisó y ordenó varios estudios que no eran los rutinarios. La web todavía no era un gran oráculo sabelotodo así que el actor no buscó información. Días después volvió al consultorio. El médico lo volvió a saludar, pero algo indicaba que no deseaba decir lo que debía decir. Fox escuchó: Parkinson.
¿Parkinson? ¿Pero esa no era una enfermedad de gente anciana? Como dentro de una nebulosa alcanzó a entender que se trataba de una enfermedad neurodegenerativa. Que principalmente afectaría su capacidad de movimiento y le provocaría lentitud rigidez muscular y temblor. Que sufriría trastornos que le afectarían el equilibrio y la marcha, además de disfonía, alteraciones en la escritura y poco a poco la pérdida de la expresión facial. Le darían medicación que ayudarían a controlar la enfermedad pero que, lamentablemente no había cura. ¿Cómo? Pero este hombre ¿sabía con quién hablaba? ¿Acaso olvidó que era un famoso actor y que intercambiaron chistes en la consulta anterior? Fox se levantó de su silla y le dijo: “Cometiste un error, no sabés quién soy”, mientras pensaba “Es absurdo que esto me esté pasando’”. Pero faltaba lo peor, el médico le aseguró que podría trabajar a lo sumo diez años más.
Ante este diagnóstico, Fox asustado dio media vuelta y salió corriendo. Alguien intentó detenerlo, pero él siguió corriendo. Ya en su casa decidió que no había escuchado lo que había escuchado y para olvidarlo bebió, bebió y bebió alcohol y más alcohol. ¡Cómo le diría a Tracy, su bonita mujer con la que hacía apenas tres años estaban casados y con la que no solo hacían una gran pareja, además formaban una linda familia que su marido estaba acabado? ¿Cómo consolaría a Sam, su hijo de dos años cuando llegara llorando porque sus amigos se burlaron de su padre? ¿Cómo podría seguir con su vida? Sintió que la angustia lo ahogaba y decidió ahogarla con lo que ya conocía: mucho alcohol.
Pasó un año del diagnóstico. Fox era la estrella indiscutida de la serie Spin City. En el set actuaba sin esfuerzos de Mike Flaherty, pero cuando las cámaras se apagaban, con un sacrificio enorme seguía actuando ya no de su personaje sino de persona libre, despreocupada y sobre todo, sana.
En su casa, prefería el pozo de la desesperación que el abrazo de la familia. Y seguía bebiendo y bebiendo. Una mañana se despertó en el sofá de su imponente living, rodeado de latas de cerveza y apestando a alcohol. En medio de la resaca vio que su hijo lo invitaba a jugar, intentó incorporarse. No pudo. Apoyada en el marco de la puerta, Tracy lo observaba. En su mirada no había dolor ni compasión, tampoco furia o enojo. Había desinterés y ya se sabe que lo contrario al amor no es el odio sino la indiferencia. Esa mirada produjo un quiebre. La enfermedad podía matarlo, pero no derrotarlo. El Parkinson lograría arrebatarle movimientos, expresiones y convertirlo en una mueca, pero jamás le robaría a su familia y mucho menos el amor de esa mujer.
Como él mismo contó, ese mismo día entró en tratamiento contra el alcohol, empezó terapia y comenzó a asumir su enfermedad. Años después desdramatizaría “A causa de mi trastorno a veces pierdo el equilibrio y arrastro las palabras. A veces me choco con la pared y no recuerdo el nombre de la gente. ¿Por qué iba a querer beber para estar en un estado en el que ya vivo?”.
Durante siete años siguió trabajando y ocultando su afección. Fue parte de las películas Stuart Little, El presidente y Miss Wade. Pero en la comedia Spin City, cuando los síntomas fueron imposibles de disfrazar, decidió un final fuera de libreto pero que hizo historia. En el último capítulo, los espectadores esperaban el típico final feliz de las comedias. Los títulos empezaron a aparecer y un Fox vestido con una campera de adolescente, pero con un rostro cruzado por la madurez que solo otorga el dolor, se mostró frente a cámara, saludó uno por uno a sus compañeros y en los últimos cuadros dejó ver un temblor que sin necesidad de palabras anunciaba: tengo Parkinson.
Fox se animó a hablar de su enfermedad en distintas entrevistas. “No quiero quejarme. A esta altura me gustaría que alguien me diera una pastilla mágica que hiciera que desapareciera. Sé que ahora eso es imposible, pero creo que para cuando tenga 50 años habrá una cura. Ahora tengo 38, así que cuento con 12 años para ganar esta apuesta” y aseguró que a lo que le tenía más miedo no era al dolor ni al olvido sino “a la lástima de la gente”.
Su coraje visibilizó un mal que afecta una de cada 100 personas mayores de 60 años y que sufren siete millones de enfermos en el mundo. Fox demostró que existe vida luego de un diagnóstico devastador. Lo probó cuando anunció que sería papá de los mellizos Aquinnah y Schuyler y luego de Ésme. Su enfermedad jamás afectó su paternidad. “Crecieron con esto. Es lo único que conocen, y creo que, si les pidieras que me describieran, el hecho de que padezco Parkinson sería la novena cosa que nombrarían».
Se puso al frente de la fundación The Michael J. Fox Foundation para tratar de encontrar una cura. Ya lleva recaudados más de 650 millones de dólares y es el segundo mayor donante a nivel mundial para investigaciones. Por su tarea, en 2010 recibió un doctorado honorario en medicina del Instituto Karolinska y una distinción en leyes de la Universidad de Columbia Británica. Todos los años organiza una gala para recaudar fondos y se da el gusto de terminar tocando la guitarra como un rock star.
En la serie The Good Wife fue el intrigante Louis Canning. En 2013 sorprendió a todos cuando anunció que protagonizaría The Michael J Fox Show una sitcom que tomaba en clave de humor su afección. La serie narraba las desventuras de Mike Henry, un periodista con tres hijos que vive en Nueva York. Al saber que padece Parkinson, se vuelca hacia su familia y más tarde, cuando se anima a retomarlo, hacia su trabajo. Cualquier parecido con la realidad obviamente no era pura coincidencia. Cuando le preguntaron si su intención era reírse de él contestó que “Simplemente quiero mostrar a un tipo capaz de mirar a su vida con humor”. O simplemente exteriorizar “la rabia profunda de una buena manera” y seguir luchando.
Cuando lo diagnosticaron le aseguraron que solo podría trabajar diez años más, pero ya lleva 25 y 30 de casado. Dice pícaro que puede interpretar cualquier personaje “siempre y cuando tenga Parkinson”. En los últimos tiempos descubrió que la meditación lo ayuda a controlar sus temblores: “El único momento en el que no me muevo, ni siquiera de la manera más sutil, es cuando duermo. Mientras lo hago no tiemblo ni me muevo, si lo hago, es que estoy despierto. Lo mismo sucede cuando estoy meditando. Si lo hago bien, entonces mi actividad cerebral se ralentiza lo suficiente como para que me quede quieto”. Cumple sin chistar todo lo que le ordenan los profesionales. Hace ejercicio, toma los medicamentos de la forma correcta y descansa lo suficiente. “No lo hago para que mañana sea mejor. Lo hago para estar bien hoy».
El actor sabe que Volver al futuro se convirtió en un clásico y que sus seguidores no pueden evitar la melancolía al ver a McFly en su patineta. Esta semana se viralizó una foto que lo muestra junto a Christopher Lloyd su coprotagonista. Es cierto, si uno mira la foto piensa “la pucha, cómo pasa la vida», pero si nos detenemos un minuto hay un brillo en la mirada de esos dos seres que indican que hicieron bastante más lindo el mundo.
Una vez alguien le dijo a Fox que si algún día, se descubre una cura para la enfermedad de Parkinson, será gracias a él. “Fue la primera vez que realmente me impactó. Si eso sucede, será mucho más especial que cualquier película o programa de televisión”. Una afirmación tan cierta que, ni el mayor actor con la mayor colección de Oscar de la historia, se animaría a contradecir.