El gobierno de Australia desplegó este lunes reservistas del ejército en las zonas devastadas por los incendios forestales en tres Estados, y anunció fondos por 1.400 millones de dólares en dos años en ayudas, ante el avance del fuego que ya dejó al menos 24 muertos.
Tras un fin de semana catastrófico, los incendios que asolan al país desde septiembre han destruido una superficie equivalente a la isla de Irlanda o superior a la de todo Panamá, según las autoridades, que afirman que la crisis está lejos de concluir ya que se avecina una nueva canícula.
El primer ministro australiano Scott Morrison, cuyo gobierno ha sido criticado por la lenta respuesta ante la emergencia, anunció que otorgará 2.000 millones de dólares australianos (unos 1.400 millones de dólares) al fondo nacional de recuperación. “Tenemos un largo camino por delante y estaremos con estas comunidades en cada paso del mismo mientras reconstruyen”, dijo.
El lunes, los bomberos australianos, ayudados por refuerzos procedentes de Estados Unidos y Canadá, esperaban aprovechar algunas precipitaciones y un descenso relativo de las temperaturas para tratar de controlar algunos focos, antes de que los termómetros suban de nuevo.
El gobierno realizó la mayor movilización de reservistas del ejército, al llamar a 3.000 personas que se desplegaron el lunes en la costa este para ayudar a los equipos de emergencia a evaluar los daños, restablecer la electricidad o distribuir ayuda alimentaria o carburante a las zonas damnificadas.
Lo peor, quizá, por venir
Por primera vez en la historia australiana, el gobierno desplegó su equipo de ayuda médica para colaborar con las evacuaciones. En tiempos normales, este sirve en los países extranjeros afectados por catástrofes naturales.
“No se puede bajar la guardia, ya que hay 130 incendios activos” en Nueva Gales del Sur, declaró el lunes la primera ministra de este Estado, Gladys Berejiklian.
Desde septiembre, cerca de cinco millones de hectáreas (50.000 km2) han quedado reducidas a cenizas en este Estado, cuya capital es Sídney, según el jefe de bomberos de las zonas rurales, Shane Fitzsimmons. Con estas son ya cerca de ocho millones el número de hectáreas destruidas en todo el país, una superficie equivalente a la de Irlanda.
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Hasta ahora, 24 personas han muerto y dos están desaparecidas en Nueva Gales del Sur y más de 1.500 viviendas han sido destruidas.
El presidente del nuevo fondo de ayuda a las víctimas de los incendios en el Estado de Victoria, Pat McNamara, estima que quizá lo peor esté por venir. “Todavía no estamos en lo que en circunstancias normales es la alta temporada de incendios”, dijo en la cadena de televisión ABC.
Una granja se salva dos veces
“Probablemente tendremos cuatro o cinco semanas con estas temperaturas. Vamos a tener que hacerle frente”, dijo.
En la pintoresca localidad de Eden, en el extremo sur de Nueva Gales del Sur, Holly Spence, de 28 años, dice haber pasado 12 horas defendiendo la granja de la familia de las llamas, tras haberla salvado el día de San Silvestre.
«Si no hubiéramos estado, pequeños incendios localizados se hubieran llevado por delante los almacenes, la casa y todo el resto», cuenta a la AFP. «Espero no tener que vivir esto una tercera vez».
Fiona Kennelly, de 50 años, que se refugió en un motel cercano a Eden con los 24 miembros de su familia, está aliviada por el respiro que están dando las temperaturas. “Es genial poder ver de nuevo la luz del día”, dice a la AFP, mientras cuenta cómo el cielo puede oscurecerse en pleno día a causa del humo.
Las autoridades tienen que hacer frente también al impacto sanitario en las grandes ciudades como Melbourne o Canberra o en las zonas próximas a los incendios, ya que el humo puede acarrear dificultades respiratorias.
En la capital, algunas instituciones permanecieron cerradas el lunes, mientras Canberra seguía siendo una de las ciudades más contaminadas del mundo, por delante de Delhi o Karachi en la clasificación de Air Visual, un portal independiente que mide la calidad del aire.
Con los meses, ha crecido el malestar de la población con el gobierno conservador de Scott Morrison, acusado de privilegiar el muy lucrativo sector del carbon en vez de luchar contra el calentamiento climático.