Cómo debía ser el ambiente, cuáles debían ser los ánimos de jugadores, técnico y afición tras el empate del Manchester City para que un partido ante el Brighton se jugase con la emoción de una final. Anfield, por fin, respiraba Premier. La familia red al completo comienza a paladear, tres décadas después, la posibilidad de levantar un título de liga que ahora mismo ilusiona más que una nueva Champions League.
Dos testarazos inapelables de Van Dijk, pero sobre todo una sensación de juego arrollador, encarrilaron un partido con el que dejan a los citizens a 11 puntos cuando apenas se ha completado un tercio de la competición. El Leicester, que jugará mañana contra un Everton que ya coquetea con el descenso, podría quedarse solo en la persecución.
El partido del defensa holandés, que parece que ha perdido definitivamente la carrera por el Balón de Oro, fue escandaloso. En defensa, en el medio y en el ataque, Van Dijk demostró que es capital en todos los aspectos del juego de los suyos, que dieron un salto de calidad a partir de su llegada.
La mala noticia para los de Klopp fue que, en un despiste atrás de Lovren, una mala salida de Alisson desembocó en el brasileño deteniendo el balón con la mano fuera del área y recibiendo la tarjeta roja. Saltó al campo Adrián San Miguel, que le suplió perfectamente durante su lesión a principios de temporada pero que no estuvo acertado hoy, ya que nada más entrar un saque rápido de Dunk mientras él colocaba la barrera supuso el primero del Brighton. El español, sin embargo, firmó una buena parada en los minutos finales.